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 viernes, 30 de abril de 2004

Aniversario. Estuvo 8 horas en las aguas aferrada a un pilar en cancha de Colón
La escalofriante historia de una madre
Vanesa Fernández perdió a su bebé la fatídica noche de 2003. Hoy la vida le dio una nena a la que le puso Abril

Jorge Sansó de la Madrid / La Capital

Santa Fe. - "El martes 29 de abril de 2003, a las 23, frente al estadio de Colón venía una canoa con 12 personas y al pasar por la cancha -donde la corriente chupaba todo como un gran embudo- fue arrastrada. Tras chocar contra una columna se dio vuelta. No puedo describirte la escena, los gritos, la desesperación. Nos tiramos al agua y rescatamos a los que pudimos. Incluso una mujer que iba con un bebé y dos criaturas más, pero el bebé de pocos días cayó al agua y fue arrastrado por la correntada". El relato que hoy transcribimos era de Leandro Vicino, un santotomesino, que como muchos salió a ayudar cómo pudo en aquellos días.

Al momento de su publicación en este diario, el 3 de mayo pasado, las nóminas oficiales de víctimas fatales de la catástrofe no registraban, aún, ningún bebé muerto.

La Capital inició una investigación que habría de desembocar en el más escalofriante de todos los testimonios. "Vanesa Verónica Fernández es la imagen viva de un dolor inenarrable y, en una traslación sin dificultad, del horror mismo que castigó a los santafesinos. Con sus 23 años protagonizó quizás la más escalofriante de las experiencias vividas cuando el aluvión del Salado irrumpió en la ciudad. Creyó que sus tres hijos se habían ahogado cuando volcó la canoa. Tras ocho horas en el agua ella fue rescatada con vida. Con una vida incompleta y mutilada para siempre. Sólo dos de sus hijitos volvieron a su regazo: su bebé de 12 días, no. Lo hallaron 72 horas después flotando. Se llamaba Uriel Ramón Castillo", decía nuestra crónica del 9 de mayo de 2003.

A un año de la noche más espantosa de su vida, el rostro de Vanesa Fernández sigue reflejando aquel horror. Lo revive en cada una de sus palabras que pronuncia despaciosamente, casi con desgano. Hoy tiene otra hija. "La vida volvió a la familia después de la muerte", dice con una tristeza que agobia. Pero la nueva hija, que sí "es una alegría", no llena el vacío ni cicatriza la llaga en su corazón. Por eso la llamó Abril. Nació hace pocos meses y tiene la belleza conmovedora de la inocencia que aún no sabe de la miseria que rodea a la precaria vivienda del barrio Chalet, en el suroeste de la ciudad.

"Yo no quiero que se olviden de lo que le pasó a mi hijo", suplica. "Le puse Abril para no olvidar, es el mes en que perdí a Uriel". Ella misma en medio de su luto lo había contado el pasado año: "Nos caímos de la canoa, el agua me arrastró hasta golpear con uno de los pilares de las tribunas de la cancha a la cual me aferré. No sé cuánto había pasado cuando alguien me habló y veo a un joven que intentaba agarrarme mientras trataba de atarnos con su propio pantalón, que la fuerza del agua le había roto. La presión era tal que si no nos hubiéramos atado nos llevaba. Creo que de no haber sido por ese hombre me hubiera dejado ahogar".


Al borde de la muerte
En medio de una feroz tormenta esa noche la pasó así, en el agua, como otros santafesinos, corriendo riesgo de morir apenas las fuerzas le flaquearan. Al borde de la hipotermia y casi de la locura recién pudo ser rescatada el miércoles 30, a las 8, por Lorena Della Gustina, en la lancha de un amigo del padre.

"Ya habíamos sacado a mis sobrinas y nos dispusimos a ayudar a otros. Todo era un griterío infernal. No hay palabras para describir lo que se vivía en ese momento. La gente pedía auxilio y los que intentábamos dar una mano no sabíamos para qué lado disparar primero. Todo era agua, por todos lados. También desesperación, llantos. Escuchamos gritos y un joven, al que el agua había tapado su camión hasta el techo, donde él estaba parado en ese momento, nos señala que alguien gritaba desde adentro de la cancha de Colón. Parecía venir del lado de un cartel que hay entre la entrada principal y el estadio".

"Fuimos y vimos a Vanesa atada a una de las columnas de la tribuna con otro muchacho. Ella estaba muy nerviosa. Lloraba mucho cuando la sacamos. No se quería subir porque decía que no se iría sin sus hijos. Cuando subió a la canoa tuvo un ataque de nervios. Gritaba descontrolada que no quería vivir más porque se le habían muerto los tres chicos. Era tal su desesperación que me puse a llorar aún sin saber qué era lo que le pasaba mientras intentaba tranquilizarla y le prometía que encontraríamos a sus hijos pero ella seguía desconsolada. Me decía que se les escaparon de la mano, que quería estar muerta, que se tendría que haber ahogado con ellos. La cubrí con las mantas que había llevado para mi sobrina porque temblaba de frío mientras mi padre y su amigo subían a otros dos jóvenes que aferrados al cartel habían pasado la noche en forma horizontal por la presión que el agua ejercía sobre ellos para arrastrarlos", agregó.

Ayer, mientras llovía y las calles de tierra de barrio Chalet se convertían en el lodazal que siempre acompaña la vida de los pobres, Vanesa decide guardar silencio. Su mirada se pierde hacia un punto que no es difícil imaginar. Sus hijos mayores corretean alrededor. Su bebé duerme. Es Abril, "la vida que volvió". Abril, como el mes que le trajo la muerte que se ha jurado no olvidar y que no podría aunque quisiera.

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Vanesa relata la odisea que le tocó vivir.

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