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 domingo, 25 de abril de 2004

[Memoria]
Francisco Wichter: Memoria de un sobreviviente
Fue uno de los obreros judíos que integró la lista del empresario Oskar Schindler. Estuvo en Rosario para contar su odisea y la de su pueblo

Osvaldo Aguirre / La Capital

"Soy un sobreviviente de la Shoá (Holocausto). En casa me llamaban Faivel, pero aquí me dicen Francisco". Con esas palabras se presentó el martes en Rosario Francisco Wichter, uno de los 1.200 obreros judíos que salvó de la muerte el empresario Oskar Schindler y el único que reside en la Argentina.

Wichter tiene 77 años y vive en Buenos Aires desde julio de 1947, cuando llegó con su esposa Hinda. Es autor de un libro, "El undécimo mandamiento", donde relata su experiencia. "Creo en los diez mandamientos. En lo que me tocó vivir, supe que hay uno más: Sobrevivirás. Esa fue mi consigna", dice. Además se desempeña como secretario general de la Asociación Israelita de Sobrevivientes de la Persecución Nazi. Y estuvo en Rosario para dar una charla en el marco de los actos organizados por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) en conmemoración del levantamiento del ghetto de Varsovia.

"En nombre de los testigos sobrevivientes, me dirijo a ustedes para que transmitan la historia a las generaciones futuras y no permitan que se repita nunca más", dijo Wichter ante un auditorio formado por mayoría de jóvenes.


UN MANDATO FAMILIAR
Los Wichter vivían en la ciudad de Markusev, a mitad de camino entre Varsovia y Lublin, en Polonia. El padre tenía el oficio de zapatero. "Trabajaba para los campesinos. Hacía mayormente botas en invierno y otoño. En verano los campesinos andaban descalzos", recuerda Francisco, que fue el mayor de seis hermanos.

El 1º de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia y dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. El padre de los Wichter se hallaba fuera de casa, trabajando en la cosecha y la madre intuyó el peligro. "Salimos por miedo de que la ciudad donde vivíamos fuera bombardeada, lo que aconteció al día siguiente. Regresé luego con mi madre. Recuerdo las llamas enormes, los cadáveres en la calle, un templo que estaba quemado: en su mayoría, las casas eran de madera y entonces fueron de fácil combustión. Encontramos a mi padre, que sacaba los pocos muebles que quedaban. Al día siguiente los cargamos en un carro".

El primer destino de la familia fue Belzitz, donde se encontraban unos tíos y el padre de Wichter pudo seguir trabajando como zapatero. La vida había cambiado no sólo para los adultos. "Los niños escuchaban lo que los mayores hablaban, querían saber pero no sabían qué sucedía. No hay palabras para describir los detalles, yo no me animo a hacerlo. Muchos no saben qué hacían los nazis con los niños y las mujeres. Usaban a las jóvenes en los prostíbulos, pese a que no se permitía a los alemanes tener contacto con los judíos. Muchos preguntan dónde estaba Dios en ese momento; yo no tengo respuesta".

En 1943, antes del año nuevo judío, el padre de Wichter fue citado y detenido en un destacamento de la policía polaca. "Era muy raro. Podían matar a un judío en cualquier lado pero no darse el trabajo de tenerlo dos semanas preso y luego llevarlo a un juicio en Lublin, como hicieron. Fue algo que se usó para la propaganda nazi" contra los judíos.

Francisco Wichter vio por última vez a su padre antes de que fuera sometido a ese proceso. "Estaba en un carro, con cadenas. Nos dieron cinco minutos para hablar con él y fui yo. No sabía qué preguntarle. Al fin, para despedirme, él me dijo que siendo yo el hijo mayor -tenía entonces 17 años- a partir de ese momento era el responsable de la familia".

Los nazis llegaron a la ciudad una mañana de lluvia -"un viernes", precisa Wichter-, y se dirigieron a la feria local. "Todos los soldados empezaron a comprar manteca, embutidos, comida, porque en Alemania no había. Muchos judíos usaban barba y ropa un poco diferente, por costumbre. Yo estaba en casa y escuché unos gritos. Después vino mi tío, tapado con un pañuelo. Le habían sacado la barba, a él y a muchos otros: prendieron fuego las barbas, los hicieron bailar alrededor y luego los mandaron a buscar baldes y escobas para limpiar los camiones".

La suerte de los Wichter parecía sellada. Los mayores reunieron a la familia y la madre habló a los más jóvenes. "«Vamos a elegir a diez de ustedes para que se oculten en el sótano cuando llegue el momento. Ustedes son los más aptos. Los que sobrevivan, que cuenten la historia», me dijo mi madre, luego de que los adultos hablaran. Al otro día se los llevaron. Soy el único que queda con vida de esos diez".

Wichter cumplió trabajos forzados en una fábrica de aviones de guerra y pasó por los campos de Budzin, Mielez, Poniatov, Gros-Rosen -"era un campo con cuarenta sucursales"- y Plaszow, en un suburbio de Cracovia. Su número de condenado fue 105,262 KL. En el último lugar tuvo que desenterrar y quemar cientos de cadáveres de víctimas de los nazis. Allí escuchó hablar de Oskar Schindler.

"Decían que estaban haciendo una lista. Iba a abrir una fábrica (de balas antitanque) y nosotros teníamos un oficio". En octubre de 1944 Wichter ingresó en el campo de Brunnlitz, en el norte de Checoslovaquia, donde se encontraba la fábrica de Schindler. "Fue como encontrar un oasis en el desierto", recuerda.

"Conocí a Oskar Schindler, aunque no hablé con él. Fue muy bueno con los judíos. La alimentación era buena, no había maltratos y no se trabajaba demasiado. Recuerdo que nos pesaban todos los días para comprobar nuestro estado". En la fábrica, "formé parte de un grupo de doce obreros para hacer carga y descarga de carbón, llevar papas a los depósitos de la cocina".

El fin de la guerra llegó de manera inesperada para los obreros de Schindler. "Trabajamos hasta la noche del 7 de mayo. Al día siguiente Alemania firmó la rendición. Esa mañana no hubo actividades y empezaron los electricistas judíos a montar los altoparlantes en el patio, todavía estaba la SS cuidándonos".

Oskar y Emilie Schindler ordenaron que a través de los altoparlantes se transmitiera un noticiero de la radio. Se escuchó la voz de Winston Churchill y luego la del almirante Karl Doenitz, que anunció el acontecimiento del día: Alemania se rendía incondicionalmente a los aliados.

Luego, Oskar Schindler agradeció a los trabajadores el esfuerzo que habían realizado y les anunció que estaban en libertad. "Dijo que le hubiera gustado salvar a más gente y nos pidió que no saliéramos a tomar venganza en mujeres y niños, algo en lo que nadie pensaba".


LO IMBORRABLE
Wichter dice que los sobrevivientes viven al mismo tiempo dos vidas. Una es la existencia corriente; la otra es la que se agita y vuelve una y otra vez desde el pasado. "Esto queda grabado a fuego en el corazón y en la mente. Esto no se borra. Las heridas se curan, pero las cicatrices quedan", destaca.

"Hay mucha gente que no puede contar esta historia, el dolor los hace llorar o callar. Y esto (los recuerdos) no tiene fin. Con mi esposa, hemos trabajado duro a propósito, para caer rendidos de noche y no tener pesadillas", dice Wichter. "La lista de Schindler", la película de Steven Spielberg, "ayudó a que pudiéramos hablar".

Pero hubo algo más fuerte, algo que se impuso al dolor. "Lo último que me dijo mi madre fue: «los que sobrevivan que cuenten la historia». Y es lo que estoy haciendo, es la historia que estoy contando, el legado".

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Wichter pidió "que no se repita la historia".

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