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 domingo, 11 de abril de 2004

Memoria
Una historia en tiempo presente
Cristina Zuker compone una emotiva investigación de la desaparición de su hermano y de la militancia política en los años 70

Osvaldo Aguirre / La Capital

Antes de viajar a la Argentina a principios de 1980, donde sería secuestrado por el Ejército, Ricardo Zuker dejó en manos de su hermana una carpeta con fotos y cartas. Y también los apuntes de un libro que quería escribir, que planeaba dedicar a uno de sus compañeros de la Unión de Estudiantes Secundarios y del que alcanzó a redactar algunos fragmentos. Cristina Zuker dice que pasó mucho tiempo sin atreverse a abrir esa carpeta hasta que lo hizo y decidió emprender una investigación. Para eso acudió a su propia memoria y entrevistó a ex militantes, compañeros y amigos de su hermano, y a ex dirigentes montoneros, entre ellos Mario Firmenich y Roberto Perdía. Esa fue la base de "El tren de la victoria", el libro que presentó la semana pasada en Rosario.

Cristina y Ricardo Zuker tenían un padre público, el actor Marcos Zuker. Lo que primero llama la atención en el libro es la decisión de contar sin restricciones y en particular de mostrar que el padre, en la intimidad, tenía una cara muy distinta a la que se conoce. La historia familiar parece contener algunas claves o por lo menos hechos que adquieren sentido cuando se desata la tragedia. El padre era alguien que "sabía hacer llorar y hacer reír". Y Ricardo Zuker sabía hacer reír, con sus imitaciones y sus cualidades histriónicas: según se cuenta, parodiaba con mucha gracia los discursos de Perón. Si el padre se hizo conocido por su interpretación de Garufa, el hijo lo fue por cantar ese tango al vesre, "en las largas noches de militancia". Y algo de ese histrionismo estaba en su forma de actuar en política. Ricardo Zuker "era muy montonero (...) le gustaba caminar afuera de las columnas con el brazalete", dice uno de los entrevistados; "Yo lo veía durante las tomas de los colegios -agrega otro- (...) era un tipo de una gran exposición pública, que agitaba, que iba al frente".

El 19 de marzo de 1977 Ricardo Zuker fue detenido en la ciudad de Buenos Aires. Sus familiares hicieron entonces el recorrido que debieron hacer todos los familiares de desaparecidos. Lograron entrevistarse con Suárez Mason, Viola, monseñor Grasselli -una de las caras visibles de la Iglesia argentina en la represión- y consiguieron que lo liberaran en mayo de 1977, fecha en que viajó a San Pablo. Este episodio es importante porque Ricardo Zuker había dejado de militar en 1975. Y es a partir de la liberación y del exilio que vuelve a Montoneros. En el exterior, además, formó pareja con Marta Libenson, la ex compañera de uno de los líderes de la UES, Isaac Dricas, y quien tenía una hija, Ana Victoria, a quien adoptó. Con ellos fue de San Pablo a Madrid. A principios de 1979 asistieron a una reunión en Madrid, donde Roberto Perdía anunció el lanzamiento de una "contraofensiva popular" para derrotar a la dictadura militar y exhortó a sus oyentes a no perder "el tren de la victoria".

La dirección montonera creía que la dictadura estaba en retroceso y que el Mundial de Fútbol había sacado la gente a la calle. El objetivo militar eran los integrantes del equipo del ministro de Economía, José Martínez de Hoz, quienes serían blancos de atentados, y se contemplaban acciones de agitación gremial. Desde el presente, la evaluación montonera de la realidad argentina se revela absurda; y la decisión de enviar militantes, una especie de suicidio. ¿Cómo pudo ser que aproximadamente ochenta militantes suscribieran esas hipótesis descabelladas y entregaran sus vidas? ¿Cuál fue el rol de la conducción? Estos interrogantes están abiertos. Lo más terrible, quizás, es que tanto Firmenich como Perdía se nieguen a aceptar la responsabilidad que tuvieron en el desastre y que sigan pensando que hicieron lo correcto.

En este punto "El tren de la victoria" sale de la perspectiva personal para transformarse en una biografía colectiva y en el lugar donde se trama una discusión. La palabra más insistente es culpa, la culpa por los compañeros caídos. "Había que elegir entre la gloria o ser un miserable", dice uno de los ex militantes. "Se jugaba con la culpa por los muertos", algo planificado por la dirección, asegura otro. "El sacrificio era en nombre de los compañeros caídos -apunta un sobreviviente-. Pero ellos no te llevaban a la inmolación". Hay testimonios respecto a que esos sentimientos eran fogoneados de manera extorsiva por algunos de los cuadros.

Ricardo Zuker desapareció el 29 de febrero de 1980 en Buenos Aires, cuando estaba por cumplir 25 años. Lo secuestraron agentes del Batallón 601 del Ejército cerca de Plaza Once, cuando acudía a una cita. Según los testimonios, estuvo detenido en El Campito, un centro clandestino de detención del Ejército vecino a Campo de Mayo. Allí fue visto con vida en noviembre o diciembre de 1980 y probablemente fusilado en esa misma época.

Según demuestra la investigación de Cristina Zuker, los militares estuvieron al tanto de los distintos pasos de la Contraofensiva, conocían sus planes, tenían identificados por lo menos a sus jefes y sabían de sus disensiones internas. La captura de Zuker y de los compañeros que ingresaron al país se explica en primer lugar por esa circunstancia. Una versión insistente desde entonces asegura que los militares estaban infiltrados en Montoneros o que existieron entregadores. La historia volvió a plantearse en 2002, cuando el juez Claudio Bonadío inició una causa para investigar el secuestro de 18 militantes que participaron en la contraofensiva, entre ellos Zuker. Para Cristina Zuker, "el mayor trabajo de inteligencia fue el salvajismo de la tortura", que permitió desmontar todo el plan y detener a los militantes. De la investigación se deduce que hubo negligencias graves en seguridad de parte de la conducción: la convocatoria a la contraofensiva, por ejemplo, se hizo en una reunión abierta al público.

"Mi responsabilidad -dice Cristina Zuker- era arrancar a mi hermano del horror insepulto, para volver a arroparlo en el recuerdo de todos los que lo amamos. Pero también tratar de explicar cómo se convirtió en un joven comprometido con la liberación de la patria". Convertir la angustia en un testimonio lúcido es uno de sus logros. "El tren de la victoria" deja al lector con un nudo en la garganta: más que transmitir una historia, la incorpora al presente.

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Perdía exhortaba en 1979 a "no perder el tren de la victoria".

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