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 domingo, 11 de abril de 2004

Panorama político
El reposo del guerrero

Mauricio Maronna / La Capital

"¿Cómo podés tener a alguien secuestrado en el sótano y trabajar en una comisaría a la vez? Eso es imposible, ficción pura", le recrimina el atormentado Charlie, uno de los personajes que interpreta Nicholas Cage en el filme "El ladrón de orquídeas", a su hermano, un pésimo guionista de películas Clase B. Queda claro que los directores de la magnífica obra jamás pasaron por la Argentina ni escucharon hablar de la maldita policía.

Desde su lecho de enfermo, Néstor Kirchner mensura sus próximos pasos. El abrupto cambio de agenda que le impuso la realidad descolocó al presidente, que, tras contemplar desde un televisor la imponente marcha por mayor seguridad, comprobó que encerrarse en el microclima de las encuestas, los escribientes del Nuevo Diario de Yrigoyen y los funcionarios mediocres puso por primera vez en serio riesgo su objetivo de reconciliar a la política con el ciudadano común.

Desde que el señor Blumberg movilizó casi 200 mil personas desde su dolor y racionalidad, el jefe del Estado no rompió su silencio, pasó buena parte de la semana en su provincia y, finalmente, somatizó con una dolencia típica de quienes conviven con el estrés y la presión constante. Kirchner debería saber que su estado de campaña permanente, sus furibundas peleas dialécticas con gobernadores, militares, jueces, presidentes extranjeros, empresarios, negociadores de organismos internacionales y todo lo que huela a menemismo son apenas un mojón en el largo camino que le espera recorrer.

El presidente sigue teniendo la oportunidad histórica de demostrar que lo que prometió en su campaña no fueron palabras que el viento del sur arrastró. "Capacidad de gestión, sentido común y aptitud para conducir una Nación", brotaron de su boca toda vez que se subió a un palco para pedir el voto de la clase media.

Si el santacruceño sabe leer la entrelínea de la realidad, el país por una vez no regresará a su eterno destino de insensatez.

El señor Blumberg ya trazó una raya imborrable, pero es hora de que sus allegados más íntimos le sugieran que (con la misión cumplida de haber honrado la memoria de su hijo y disciplinado a legisladores patéticos, vulgares y camaleónicos) la sobreexposición mediática lo hará trizas.

La mayoría de quienes encendieron velas en la plaza de los dos Congresos y las dejaron depositadas luego en la explanada de la Casa de Gobierno y la Quinta de Olivos nada quieren saber del regreso de personajes oscuros o vanguardistas ideológicos limados por el fracaso y la intolerancia.

El señor Blumberg quiere ser masticado por las mandíbulas de Carlos Ruckauf, quien desempolvó balas en el mismísimo Parlamento como un armero de las películas de John Wayne. El fenómeno Blumberg intenta ser derrumbado por ciertas usinas autoritarias falsamente esclarecidas que desean hacer creer que todos los que firman el petitorio escrito por el padre de Axel "son oligarcas que dejan sus 4x4 a la vuelta de la esquina".

"Hablen menos y hagan más", sintetizó ese hombre canoso, harto de los códigos de la mayoría de los legisladores. La pelota pasó ahora a los poderes de la República; desde allí deberán venir las respuestas. Y si la nada y el gatopardismo vuelven a correr el maquillaje de quienes tienen que tomar decisiones, la gente, el pueblo (o como se lo quiera categorizar) volverá a ejercer el control social que hizo su debut en diciembre del 2001.

Un interesante trabajo del politólogo Carlos Germano muestra cómo el gobernador Felipe Solá convirtió al Ministerio de Seguridad en un pozo ciego que se traga a sus responsables: Luis Genoud, Juan Pablo Cafiero, Juan José Alvarez, Raúl Rivara y Graciela Giannettasio fueron apenas rostros que intentaron disimular la sorprendente ineficacia para solucionar al menos parcialmente la madre de todos los desvelos. Ahora regresa León Arslanián, el mismo que se alejó cuando Ruckauf prometía "mano dura y balas para los delincuentes".

Solá ("un muchacho que es gobernador con fecha de vencimiento y que mientras tanto se dedica a mirarse al espejo", según lo describió ante La Capital un intendente del conurbano) pareció haber perdido la razón cuando reclamó casi 1.000 millones de pesos para la Policía Bonaerense, poniendo la presión arterial del presidente a la altura de las nubes. De no haber sido por Eduardo Duhalde (la Celestina entre el gobernador y el presidente) y por el propio Kirchner, el gobernador estaría hoy dando crédito a los que hablaban de un "inminente pedido de renuncia".

Aunque pasó casi desapercibido, Cristina Kirchner propuso un proyecto para hacer más ágil la intervención a las policías provinciales que estén desmadradas o corroídas por la delincuencia. Lo que se escribió en esta columna hace siete días cobró en la semana un inusitado eco: Arslanián es la última bala de plata que tiene Solá para lograr que el conurbano bonaerense tenga más que ver con un territorio civilizado que con el far west.

Casitas más, casitas menos, Buenos Aires no tiene demasiadas diferencias con los desmanejos de Santiago del Estero.

Las derivaciones macabras del crimen de Axel Blumberg impidieron que salga a la luz la tensión casi extrema entre Roberto Lavagna y su par de Planificación, Julio De Vido. El ministro de Economía cree que el presidente desaprovechó sus picos de imagen positiva y su luna de miel con la sociedad para instrumentar una batería de medidas que apunten a mejorar la relación con las empresas de servicios privatizadas, aun a costo de tomar determinadas medidas impopulares, como el aumento en las tarifas de algunos servicios.

"Lavagna tiene ambiciones presidenciales y Kirchner lo sabe. No se bancan, se recelan... Pero cada vez que el ministro visita o llama a Duhalde para decirle que si la economía se viene abajo lo van a señalar como único responsable, el Negro lo calma. Claro, la paz le dura menos que un suspiro", narra una fuente duhaldista que pide que se siga atentamente este vínculo dañado entre el jefe de Hacienda y el entorno más intimo del presidente.

"El día en que Lavagna se vaya habrá comenzado la pelea en serio dentro del peronismo. Hágame caso, no pierda de vista el día a día de la relación entre Economía y el entorno del presidente", sugiere el informante.

Mientras tanto, en Santa Fe la canción sigue siendo la misma. Obeidistas y binneristas tirándose la reforma de la Constitución por la cabeza y el oficialismo provincial comenzando a rezar para que Carlos Reutemann encabece la lista de candidatos a convencional constituyente. "No voy a ser postulante a nada. Lo repito por enésima vez, me jugué la vida por el justicialismo el 7 de septiembre y le puse la banda a un gobernador peronista. Misión cumplida", les dice el Lole a sus íntimos.

Sorprende (o no tanto) que su principal espada en la Legislatura para monitorear los aprestos de reforma, el diputado Danilo Kilibarda, le haya quitado volumen a la modificación a la Carta Magna, al declarar a este diario que "para darle autonomía a Rosario basta con una ley".

Obeid tiene por delante la difícil tarea de tejer una alianza sólida con el reutemismo que le permita hacerles frente a las operaciones en su contra que serpentean en el corazón del poder nacional pero, a la vez, mantener una relación madura con el presidente de la Nación.

Si el peronismo no alinea su tropa, las elecciones legislativas del 2005 le propinarán un sonoro cachetazo en la bota santafesina. Por eso, muchos ponen el grito en el cielo cuando contemplan que la Casa Gris unificará los comicios a diputado y a convencional constituyente. "Acá todos se olvidan que sin el Lole hasta (René) Balestra nos dio una paliza electoral", brama un ex funcionario con encuestas frescas en la mano.

Debe rescatarse, al fin, la valentía del gobernador al mostrarle los dientes al jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el funcionario nacional que durante la campaña electoral en la provincia apostó más fuerte por la victoria de Hermes Binner, y el que arrojó un manto de sospecha sobre los fondos que llegaron a Santa Fe para paliar los efectos de las inundaciones.

Aunque la venganza pueda ser terrible, a veces hay que ponerle el cascabel al gato. Obeid pareció hacerlo.

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