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 jueves, 01 de abril de 2004

Editorial
El agua no sobra

Hace quinientos millones de años que la cantidad de agua en este planeta es prácticamente constante. El 70% de la superficie está cubierta de agua: el 97,6% es salada y solamente el 2,4% es agua dulce. De este pequeño porcentaje, el 70% se destina a la irrigación, el 20% a la industria y únicamente un 10% es accesible de manera inmediata. El resto, se encuentra en los acuíferos profundos, en los casquetes polares o en el interior de las selvas. La renovación de las aguas es del orden de 43 mil kilómetros cúbicos descargados en los ríos mientras que el consumo total se estima en 6 mil kilómetros cúbicos por año. Hay mucha agua, pero está distribuida de manera desigual, ya que el 60% se encuentra en 9 países mientras otros 80 sufren escasez. Poco menos de mil millones de personas consume el 86% del agua existente, mientras que para 1.400 millones de personas es insuficiente y para otros 2.000 millones no está tratada, lo que genera el 85% de sus enfermedades.

Dos problemas han creado el actual "estrés mundial del agua": su contaminación sistemática asociada con la destrucción de la biomasa que garantiza la perpetuidad de las aguas corrientes y la falta de cuidado en el uso de la gota disponible, el desperdicio.

Días pasados, expertos alertaron en el Foro Global de Ministros de Medio Ambiente realizado en Corea del Sur sobre el alarmante aumento de "zonas muertas" en los océanos del mundo. Se trata de regiones carentes de oxígeno que pueden tener efectos perjudiciales para cientos de millones de personas que dependen del entorno marino para comer, para su subsistencia y para su realización cultural.

Las "zonas muertas" son consecuencia directa del uso excesivo de fertilizantes que terminan en las aguas oceánicas. En total se detectaron en los océanos unas 150 zonas escasas de oxígeno. Mientras no se tomen medidas urgentes para atacar las raíces del problema, el mismo irá en aumento.

Por ser un bien escaso, se nota una carrera desenfrenada por la posesión del agua. Quien controla el agua, controla la vida. Y quien controla la vida, tiene el poder. El agua dulce es más que un recurso hídrico. Es vida con todas sus resonancias simbólicas de fecundidad, renacimiento y purificación. Ese es su inmenso valor. Si hay cuidado, si se logran cambios de conducta individuales y sociales que permitan optimizar el consumo y evitar degradar este escaso recurso, será abundante para todos.

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