Año CXXXVII Nº 48320
La Ciudad
Política
La Región
Opinión
Información Gral
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Señales
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Educación 06/03
Campo 06/03
Salud 03/03
Autos 03/03


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 07 de marzo de 2004

Neuquén: Otro campeonato, trepar el volcán Lanín
Apasionante ascenso a la cumbre cónica, a 3.800 metros sobre el nivel del mar

Esteban Pogany (*)

Allá por agosto de 2003 mi primo Arturo y mi hermano Marcelo me invitaron a escalar el volcán Lanín. Comencé inmediatamente a entrenarme pues decían que el ascenso era muy difícil. El 27 de diciembre era la fecha elegida para la primera etapa. Llegaríamos hasta el refugio ubicado a 2.450 metros. Allí haríamos noche y a las 4 del día siguiente saldríamos para intentar llegar a la cumbre.

Los meses previos a la partida, la ansiedad iba en aumento y se acrecentaba con las charlas sobre el equipo, las provisiones y las rutas por las que nos llevarían los guías Pablo, Pipi y Mariano.

Los últimos arreglos, ajustes a la mochila, reparto de las provisiones y la foto de los 12 expedicionarios marcaron el comienzo del ascenso. Alzamos la vista para dejar volar la imaginación y los miedos aparecieron con fuerza ante el volcán que nos invitaba a subir.

Los primeros 50 minutos fueron a través de un bosque plagado de tábanos, que con su zumbido ponían una música particular al silencio solemne de las lengas y margaritas del lugar.

Terminó el verde y apareció una pared de piedra gris que ascendía y al fondo se erguía la cumbre altísima, inaccesible. La Espina de Pescado es el primer tramo que ofrece el gigante. Son sus pies, los mismos por los que descendía un glaciar, hoy totalmente extinguido. Subimos por sus extremidades resbalando a cada paso como si el coloso sintiera cosquillas por nosotros, por molestarlo.

Nos preguntábamos: ¿querrá que subamos? Algunos decían: está todo despejado, no hay nubes, nos recibe bien pues es tan poderoso que si quiere genera sus propios vientos y tormentas y nos echaría de inmediato.

El techo verde de Gendarmería va desapareciendo y se divisa la Aduana y el límite con Chile. A medida que ascendíamos los silencios se hacían profundos. Guardábamos aliento pues el esfuerzo era mayúsculo.

Mis hijas Carolina y Lourdes caminaban delante mío, mi mujer Alejandra y yo nos detuvimos para abrazarnos y sentir que no es magia lo que veíamos, que no era un sueño, ¿o sí lo era?


Hacia el refugio
Llegamos a un desvío desde donde salen tres rutas posibles para llegar al refugio. Camino de mulas, el más largo pero menos empinado. Bromeábamos entre nosotros diciendo, ¿nos habrá visto muy bien entrenados? Cada paso exigía máxima concentración y fuerzas pues circulábamos por un estrecho corredor, ¿o era esa la tibia del dormilón? y a 400 metros o más, esperaba el fondo del precipicio.

Mirar alrededor da energía, es sentirse vivo, pleno y a la vez pequeño ante la magnificencia de la naturaleza.

Revolvíamos las piedras y la lava que el Lanín había arrojado de sus entrañas hace ya más de 600 años. A nuestra derecha aparecían picos nevados y lagos brillantes, verdes, azules y serenos.

El bosque de lengas era sólo un punto y hacia arriba aparece un manto blanco de glaciares eternos que no quieren abandonar su morada.

El azul del cielo era intensísimo, de ese color que tan sólo se ve en el sur. Ni una nube nos acompañaba y la multitud de colores que veíamos era gigantesca. El marrón polvoriento del camino que nos trajo desde San Martín de los Andes serpenteaba muy lejos, entre los bosques de araucarias.

Después de 7 horas de marcha alguien divisó un techo de chapa rojizo, es lo único que hace pensar que por allí pasó otro hombre. Las pastas de la cena nos reunieron en torno a la olla para devorarlas y también charlamos animadamente hasta que el sueño nos venció.


Caminata sobre hielo
Salimos aún siendo de noche, a las 4.30 y a los 15 minutos de haber partido nos topamos con la nieve que ya nos acompañaría hasta arriba.

Nos pusimos los grampones para caminar sobre hielo y dimos los primeros pasos como bebés, probando, trastabillando y cayendo. La marcha se hizo muy lenta y dificultosa. El sol apareció debajo en un amanecer como jamás nadie de nosotros lo soñó.

A los pocos minutos Mariano detectó que a Marcelo se le habían roto los borceguíes. La suela se le había desprendido y debió regresar. No hubo opción. Lo vimos cómo se alejaba masticando bronca e impotencia. El resto continuamos el ascenso y a la media hora nos detuvimos para comer chocolates, pasas de uva y almendras.

Esos momentos que sirven para alimentar el cuerpo sirven también para que el espíritu se despeje de lo terrenal y se eleve viendo la mansedumbre de la montaña y el cráter que se empezaba a insinuar en la cima.

Nos alentábamos entre todos y los más enteros ayudamos al resto. El cansancio mostró sus garras y sólo pudimos continuar Lourdes, Ana, Arturo y yo. Seguimos a paso sostenido por una pendiente increíble, la Canaleta del Silencio.

Se acercaba la cumbre pero cada paso demandaba un esfuerzo enorme, la nieve blanda y a veces dura obligaba a pisar con fuerza sobre los clavos de los zapatos para adherirse y no resbalar. Pensar en una caída era terrible pues nadie podía imaginar cómo y dónde se termina.

A pocos metros apareció lo que creíamos que era la cima pero Pablo nos desalentó y nos dijo que era la precumbre y que todavía faltaba trepar por una inclinación más grande.

Un fuerte abrazo con Lourdes y encaramos una depresión que finalizaba donde empezaba la subida empinadísima de más de cien metros. Nuestros pies se posaron en la cumbre, nos detuvimos paralizados por lo que veíamos. Un círculo de apenas 40 o 50 metros de circunsferencia era la boca del volcán y los 360 grados de visión que teníamos era algo supremo y conmovedor. Nunca nos sentimos tan literalmente parados en el cielo.

Los cuatro nos pusimos a saltar abrazados pensando también en los que no habían llegado, les dedicamos el triunfo. Luego, cada uno se puso a soñar sentado a 3.800 metros de altura.


Cerca del final
Volcanes humeantes del lado de Chile como el Villarrica y el Osorno, el Tronador y el Chapelco en territorio argentino y allá a lo lejos la línea donde se adivina el océano Pacífico recompensaron tanto esfuerzo. Un brindis con sopa nos fue acercando al final de la estadía en la cumbre.

Los ojos trataban de observar todo para luego archivarlo en la memoria. Varias horas nos separaban del refugio y debíamos iniciar el descenso.

Intentar subir, disfrutar cada paso, cada momento sin importar cuán alta está la cumbre y sentir que llegar es llenarse de placer y encanto: es el verdadero desafío. Diferentes sensaciones, muchos menos gritos y festejos: para mí esto fue como haber ganado otro campeonato.

(*) Ex arquero de Independiente y Boca y ayudante de campo de Héctor Veira hasta hace pocas semanas en Newell's

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Minuto cero. Los doce expedicionarios se preparan para iniciar la travesía al volcán.

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados