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 domingo, 07 de marzo de 2004

Interiores: El poder del poder

Jorge Besso

El poder hace mucho tiempo que está de moda o quizá habrá que decir que el poder hace tanto tiempo que está de moda, o tal vez sería más verdadero decir que el poder siempre estuvo de moda. Por lo demás está más que claro que hoy por hoy la palabra poder está íntimamente asociada al poder político y al poder económico. Más aún, política quiere decir poder, o como hablan los cientistas políticos, un político que se precie de tal debe saber el abc de la política, y esa obviedad se llama la construcción del poder. Se supone que la construcción de dicho poder es para hacer política. Supuesto incorrecto: el político con poder construido hará política para conservar su puesto de poder.

En todos lados y en todas partes, en tanto y en cuanto nadie quiere hacer política para todos, a pesar de que eso es en lo que consiste la política, lo que hoy se vería como una gran ingenuidad. De esta forma hay una gigantesca delegación del poder por parte de la gran mayoría de la humanidad desinvolucrada, que lo delega en una minoría especializada que se dedica a la política. Tan es así que a esa minoría que actúa en nombre de la mayoría se la denomina clase política. Con la mayor naturalidad. En rigor con la mayor obviedad.

Una vez instalada la obviedad la aspiración máxima de una sociedad sería la de tener una clase política honesta e inteligente, aspiración que, al mismo tiempo, haría reír a todo el mundo en todo el mundo. Todo ese mundo y todo el mundo están satisfechos en ese punto, no sólo de reírse, sino de no ser ingenuos. Con todo hay una ingenuidad primaria, anterior a toda ingenuidad individual, y es la comodidad de haber constituido la denominada clase política que, una vez conformada, seguirá sus intereses de clase, con relación (y en relación a) los otros poderes sociales. De esta forma la deshonestidad particular no es más que un agravante de una distorsión básica, que es la creación de los llamados políticos profesionales o profesionales de la política.

Los griegos inventaron la democracia y una nueva figura social, el ciudadano, que reemplazaba al súbdito, hace de esto 2.500 años. La entendían como un ejercicio de la doxa, es decir la práctica de la opinión, y no el ejercicio de la episteme, es decir la práctica de la ciencia. Es verdad que en la Atenas de hace 2.500 años los derechos y las obligaciones no eran para todos, pues de los mismos estaban excluidos las mujeres, los esclavos y los extranjeros; pero también es cierto que todas las sociedades de la época tenían esclavos y la única que inventó la democracia fue Atenas.

En cuanto a las mujeres faltaba aún mucho tiempo en el mundo para que accedieran a los derechos y obligaciones políticas. Con relación a los extranjeros la situación no ha cambiado demasiado en los últimos 2.500 años, ya que en el mejor de los casos tienen derechos cívicos sólo en elecciones municipales. En suma, en estos años ha habido siempre ejercicio del poder y muy pocas veces de la democracia. Recordemos que la democracia más antigua es la inglesa con alrededor de 400 años, pero sin olvidar que Inglaterra es una monarquía, con lo que los ingleses son súbditos, con derechos y obligaciones cívicas, lo que en el fondo no deja de ser incompatible. El poder es un todo terreno de todos los días y de todos los ámbitos, que comienza con poder despertar y termina con poder dormir, lo que está muy lejos de ser obvio.

En definitiva, el susodicho poder es una práctica diaria que básicamente se divide en dos formas:

* La ejecución en cualquiera de sus niveles y formas de una función, objetivo, propósito, obligación o cualquier actividad que deba alcanzar su realización.

* El poder por el poder.

La primera de las formas incluye a todo el mundo para todas las actividades, empezando por una de las primeras facultades humanas, cual es la de hablar. Poder hablar no es tan fácil ya que los humanos muchas veces hablan de más y muchas otras de menos. Por lo demás siempre hay una diferencia entre la claridad cristalina de las ideas en la cabeza, que dejan de ser tan nítidas cuando las decimos verbalmente, de lo que resulta una emisión más bien deshilachada de las mismas. Es que en este sentido tenemos un destino compartido con los peces, ya que como ellos, morimos por la boca. Soportar ese límite es la condición para seguir hablando y poder convocar al otro.

La segunda forma es bastante alarmante ya que la humanidad pareciera caminar hacia la redundancia: poder para tener poder. En este sentido el hacer queda, con suerte, en un segundo plano, de forma tal que al poder lo guía el mismo principio que a la riqueza, no se reparte. La generosidad es un valor descotizado, más o menos reducida a las míseras limosnas que damos en los semáforos, con la inquietud en el alma de que la pobreza no nos agreda, o acaso nos toque.

La lógica del poder es la de la desmesura, en tanto y en cuanto el poder tiene sólo un enemigo: los límites. Lo que lo limite, o lo que lo pueda limitar. En términos generales nadie quiere ser ex. Como se sabe hay ejemplos abundantes en la política, aquí y allá, y también en otros terrenos, como los del amor.

El poder es un sueño sin límites, que sueña siempre lo mismo: no tener límites. Otra vez la redundancia. En el fondo Bush (monstruo) es un personaje de Disney. Y Disney tal vez sea un personaje de los Bush que abundan por ahí, instalado como está en esa espera congelada, y con el sueño congelado de atravesar el último límite que le permita resucitar. En ese caso es posible que despierte a una pesadilla, pues será un transplantado de otra época, a la espera de ser nuevamente congelado ante la próxima muerte. Y así. Para que siga el baile de la redundancia.

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