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 domingo, 15 de febrero de 2004

Los intelectuales argentinos y el III Congreso de la Lengua Española
Nicolás Rosa: "Los rosarinos tienen un idioma pobre, sólo leer los puede salvar"
El académico asegura que poseen un vocabulario reducido ya que usan sólo 300 palabras en la vida cotidiana

Laura Vilche / La Capital

Decir que el rosarino tiene un idioma pobre tal vez no sea la mejor carta de presentación para quienes en noviembre próximo vengan a esta ciudad al III Congreso Internacional de la Lengua Española. Pero es la visión de Nicolás Rosa, un académico rosarino que desde hace 30 años vive en Buenos Aires y que asegura que "nunca" se desvinculó de su lugar de origen. Rosa es investigador, profesor de letras en las universidades de Buenos Aires y Rosario, y doctor de la Universidad de Montreal (Canadá). Dicta seminarios de semiótica en Europa y ya publicó 12 libros, pero prefiere que lo definan como a "alguien a quien le gusta pensar y escribir". Justamente esa fue la propuesta que le hizo La Capital: pensar en el Congreso de la Lengua y analizar el uso que hacen del idioma los argentinos y en particular los rosarinos.

-¿Cómo usamos la lengua los argentinos y en particular los rosarinos?

-Mire, se dice que la lengua española es una de las más ricas del planeta. Por momentos es tan así que el que la habla se vuelve sinonímico y palabrero, cansa. Sin embargo, los argentinos y particularmente los rosarinos tienen un vocabulario muy reducido. De las supuestas 60 mil palabras que tiene la lengua española, en realidad nunca se sabe exactamente cuántas son y ningún diccionario las cubre a todas, usamos finalmente sólo unas 500 en la vida cotidiana. A eso hay que sumarles las palabras de las jergas profesionales: las que habla el médico, el arquitecto, el periodista.

-¿Y los rosarinos usamos muchas menos de esas 500?

-Unas 300 nada más.

-¿Por qué tan pocas?

-Por falta de cultura elemental, algo muy grave. Y no hablo de cultura como titulación, como la categoría con la que designamos a los profesionales en un momento determinado debido al conocimiento de su propia actividad, sino me refiero a la reducción del vocabulario. Hablo de falta de cultura como una carencia profunda de relación con los elementos que nos rodean y su análisis, hablo de no abrir el mundo.

-¿Y cómo se puede enriquecer el vocabulario?

-El único elemento que puede permitir de alguna manera lograr esa riqueza es la literatura. Hay que leer más.

-¿Literatura o cualquier tipo de texto?

-Literatura. Leyendo el diario no voy a enriquecer el idioma y mirando televisión mucho menos; la televisión argentina es pornográfica. Pero, en realidad, y ante la pobreza generalizada del lenguaje, voy a ser aún más contundente: mejor que el que lea poco empiece con lo que pueda, con lo que pase por sus manos. Mal que nos pese reconocerlo, la lengua es así, genera discordia.

-Sin dudas su observación sobre el pobre vocabulario de los rosarinos es discordante.

-Es que no hay que ver a la lengua sólo como un sistema de comunicación, como un elemento de unión de las personas, sino como un elemento de pura discordia. Los lenguajes son puramente discordantes, pasando por la organización gramatical, sintáctica y fonológica, su constitución léxica fue siempre producto de un hecho controversial. Lo que llamo siempre un polemos entre las lenguas y los poseedores de esas lenguas. Están los poseedores y los poseídos, porque obviamente no todos poseen el idioma, no nos olvidemos de la gran cantidad de analfabetos que aún hay en América latina. Y no nos olvidemos tampoco de que la lengua española fue dominante, cuando era la lengua del imperio. Recuerdo en este momento una anécdota... me debo estar acercando a la vejez porque cuento muchas anécdotas, un recurso semiótico previsto por Aristóteles y a la que yo agregaré que es propia de los viejos.

-¿Cuál es esa anécdota?

-Siendo presidente de la Federación Latinoamericana de Semiótica y durante un congreso en Alemania, le pedimos entre varios hispanoparlantes y franceses a la Asociación Internacional de Semiótica que incorpore al español entre sus lenguas oficiales. Hasta ese momento sólo consideraba al inglés, el alemán y el francés. Hicimos un movimiento, votamos y ganamos. Todo es controversia sobre la lengua, algo que define al sujeto humano y así será, salvo que en el futuro los sujetos sean mudos.

-¿Usted cree?

-La verdad es que no puedo ejercer la profecía porque no forma parte de mi campo ideológico. Sólo puedo decir ahora que no sé como hablarán o se comunicarán los hombres del 2070. Es probable que lean distinto a como leemos nosotros los hombres que somos producto de la lectura, los que no pasamos ni un día de nuestra vida sin leer, quienes sentimos que leer es nuestra droga diaria.

-¿Qué discusión no debe faltar en este Congreso de la Lengua que se va a realizar en Rosario?

-La que gire en torno a la literatura y la poesía. Si el Congreso se convierte en el espacio de las personas que vienen del campo puramente lingüístico y no llegan abarcar los debates de la poesía y la literatura, la cosa va a quedar a mitad de camino. Porque las lenguas nunca pueden regirse por ninguna gramática oficializada o academia, se rigen por el uso propio de los pueblos, por el idioma. Ya Borges escribió sabiamente sobre "El idioma de los argentinos" (un ensayo de 1927). Y la literatura es pura lengua llevada al extremo, a su extremidad. La lengua alcanza todo su esplendor en la literatura y no en la comunicación cotidiana donde se reducen todas sus posibilidades: "Buenos días", "Buenas tardes", y eso es todo.

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