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 domingo, 15 de febrero de 2004

Fuera del mapa. Testimonios de los pibes que pasan sus días en las esquinas
En Rosario hay 60 mil chicos que no estudian ni trabajan
La provincia lidera el ranking nacional de jóvenes excluidos. En el país llegan al 15%, en Santa Fe al 20,6

Silvina Dezorzi y Diego Veiga / La Capital

"Pasamos los días en esta esquina. A veces llegamos a ser unos 28. ¿Qué hacemos? Tomamos cerveza, charlamos, a veces pinta algún porro... y nada más. ¿Qué querés que hagamos?", pregunta Matías mientras se ríe y busca la complicidad de sus amigos. Tiene 22 años y una historia que se repite en cada barrio de Rosario, donde muchos jóvenes de entre 15 y 29 viven la misma realidad. Santa Fe es la provincia del país con más cantidad de muchachos en esta situación: unos 160 mil chicos no estudian ni trabajan y mientras la media nacional es del 15 por ciento, aquí llega al 20,6. En Rosario, sin datos oficiales, se estima que esa condición alcanza a por lo menos 60 mil jóvenes y hay estudios que arriesgan una cifra de hasta 100 mil.

Se trata de un pez que se muerde la cola: al no estudiar, no tener trabajo y en muchos casos ni siquiera buscarlo, las chances posteriores de inserción en el mercado laboral se reducen drásticamente. ¿Qué será de esos jóvenes en el futuro mediato? La respuesta desvela a más de uno y el problema parece de tal proyección que se vuelve una cuestión de Estado.

Son las cinco de la tarde y la esquina de Mar Chiquita y Punta de Indio, en el corazón del barrio Puente Gallego (zona suroeste de la ciudad), empieza a recibir a sus tradicionales visitantes. Matías apoya la espalda contra la pared y se sienta a la sombra escapando de los 36 grados de sensación térmica. Pronto sumará una cerveza para mitigar el calor.

Unos minutos después llega Claudio (24). Sus brazos, pecho y espalda lucen las cicatrices del paso por alguna unidad de detención. Tatuajes azules de trazos irregulares que algún compañero de celda dejó grabados para siempre. Se acomoda la gorra sobre sus cabellos totalmente grises y mira con desconfianza al cronista. "¿Qué querés que hagamos? Cuando necesito plata me voy al centro y encaro a un p... que siempre me paga unos 20 pesos", dice mientras se ríe y muestra sus dientes manchados de nicotina. Matías acompaña el comentario con una sonrisa y lo mismo hacen otros tres muchachos más jóvenes que acaban de llegar a la esquina.

Matías estudió hasta séptimo grado, pero después dejó. "No me importaba. Ahora a veces trabajo de albañil, pero no pasa nada", asegura. ¿Futuro? Eso no existe para ellos. "Qué se yo qué voy a hacer. Por ahora venimos acá con los pibes. Todos los días somos 28 en esta esquina. Algunos estudian, pero la mayoría la pasamos así".


Fantasmas
"Son como fantasmas. Están siempre ahí, en la esquina. A veces paso a la noche y hay como veinte, todos sentados en la vereda y sin hablar. Casi no tienen diálogo, sólo toman, fuman y nada más", cuenta Carlos Ramírez, el diácono que cada día ayuda al cura Claudio Castricone con su labor pastoral en el barrio. El sacerdote asiente en silencio hasta que revela una realidad que desde hace tiempo lo preocupa. "Yo ya dejé de hacer la pregunta ¿qué querés ser cuando seas grande? Acá muchos pibes no tienen ni idea, es más, ni siquiera se lo plantean", dice.

Tanto la provincia como la Municipalidad registran el cuadro, de efectos sociales y personales frecuentemente dramáticos. Es obvio, por ejemplo, que la situación afecta las posibilidades de recuperación para amplios sectores sociales, incide de forma gravitante en los índices de delincuencia juvenil, las adicciones y la dificultad para encontrarle algún sentido a la vida, disgrega las redes de socialización que se tejen en la escuela o el trabajo y genera conflictos en el ámbito de la familia y hasta en el barrio.


Una hipoteca carísima
"Este tema es uno de los más graves que debemos afrontar", se sincera ante La Capital el intendente Miguel Lifschitz, quien está convencido de que si no se le da un cauce, "se está hipotecando el presente y futuro de Rosario". El jefe comunal cree que la temática "debe abordarse desde los tres niveles de gobierno" y con carácter de "urgente".

Lo mismo opina el secretario de Promoción Comunitaria de la provincia, Osvaldo Miatello, quien además le planteó su preocupación al viceministro de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Arroyo. Miatello adelantó que Santa Fe lanzará nuevos planes consistentes en "becas escolares para chicos que dejaron la escuela primaria y también de computación para adolescentes". A esto le sumarán un plan de escuelas deportivas que incluirá a 7.600 jóvenes y "la idea es continuar las actividades con colonias de vacaciones".

Otro de los que se muestra preocupado por la situación de estos jóvenes es el secretario de Promoción Social de la Municipalidad, Pedro Pavicich. "El tema nos preocupa mucho porque más allá de la lectura de los números, que ya son elocuentes, aparece como uno de los problemas que más se plantean con angustia en los barrios", admite.

Con ese diagnóstico, a más tardar en abril próximo la Intendencia también lanzará un programa especialmente orientado a los pibes de 14 a 17 años que abandonaron la escuela sin completar el tercer ciclo de la EGB. En el proyecto confluirán las secretarías de Promoción Social, Cultura y Salud.

Según explicó Pavicich, el plan consta de un módulo prioritario que busca reinsertar a los chicos en el sistema educativo, otro apunta a la capacitación en oficios para abrir alguna alternativa laboral que posibilite luego sostener los estudios y un tercer módulo impulsa la integración social a través de actividades deportivas, culturales y preventivas, que permitan contener a los jóvenes en grupos de pares, integrarlos a instituciones barriales y consolidar redes.

"Estos pibes son presos de la desesperanza", dice el diácono de Puente Gallego a unos 200 metros de la esquina donde Matías, Claudio y unos siete muchachos más se ríen sin parar. "No terminaron el colegio y algunos ni siquiera empezaron, así que para ellos es muy difícil conseguir un trabajo, donde cada vez se necesita más especialización", señala.

El padre Castricone escucha. Intenta buscar respuestas a las cifras que ubican a Santa Fe al tope del país en cantidad de jóvenes que no estudian ni trabajan. "Acá no se trata de números -dice de repente-, son rostros a los que hay que dar respuestas. Pero lo que pasa es muy triste, la gente ya se acostumbró a verlos en las esquinas, tomando cerveza y escuchando música", admite con resignación.

Sin embargo, hay algo que lo hace tener alguna esperanza. "Los chicos que consiguen un laburo cambian totalmente. Se vuelvan muy responsables", asegura.

El religioso clama por "contención" para esta clase de jóvenes y remarca que "una buena salida es el deporte", algo en lo que Municipalidad y provincia parecen coincidir con sus futuros programas. "Lo único que por ahí los saca de la rutina de la esquina es el fútbol: cada dos por tres se arman algunos picaditos donde por lo menos salen de esa rutina terrible", apunta Castricone.

Tal vez sea por eso que uno de los más jóvenes que se acaba de sumar al grupo de Claudio y Matías muestre con orgullo una camiseta de Vélez. "No, no soy de Vélez, pero está buena para jugar, ¿no?", pregunta mientras se la muestra a sus amigos. Tiene 16 años, llegó hace unos minutos y hacia él va dirigido el enojo de una vecina que acaba de abrir una ventana y pregunta insistentemente quién tiró un botellazo contra su casa en plena madrugada.

"Los más grandes se portan bien. Los más chicos son el problema, se la pasan haciendo ruido", protesta mientras busca a alguien que diga algo, lo que nunca ocurrirá. "Acá nadie manda al frente a nadie", aseguran. La mujer cierra la ventana y las risas cómplices vuelven a aparecer. Como con cada comentario. Se ríen, siempre se ríen.

El calor ya no se siente tanto en Puente Gallego. Está cayendo el sol y la esquina va quedando cada vez más poblada. "La mayoría de los pibes empieza a pintar a esta hora. Y acá nos quedamos. ¿Qué querés que hagamos?", insiste Matías.

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No estudian y por eso no consiguen trabajo.

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