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 domingo, 01 de febrero de 2004

Nota de tapa. El paraíso de hielo
Antártida Argentina, donde la vida es un desafío cotidiano
Viven alejados de sus familias. Soportan el frío y la soledad. Son los habitantes de la base Vicecomodoro Marambio

Claudio Berón / La Capital

Lo primero es la luz. Todo se inunda de luz, de claridad, y los ojos se cubren de blanco. El sol encandila y rebota sobre los témpanos, carámbanos que flotan sobre aguas a punto de helarse y montañas de hielo, espejos donde el blanco se multiplica. Y en medio, sobre la roca helada y el glaciar, sobre el barro arcilloso y el color tierra y naranja, a 64 grados latitud sur emerge Marambio, a secas.

La Base Vicecomodoro Marambio es un gran aeropuerto de transporte. El mítico avión Hércules, con sus veinte toneladas de carga y el ruido ensordecedor, rompe los cielos antárticos. Al descender en la pista, pedregosa y congelada, desembarca gente que viene del continente: científicos, militares y civiles que nunca caminaron por los hielos ni vieron estos largos kilómetros de silencio.

Es enero. Miles de pequeños ríos impetuosos, de no más de 200 metros y cuatro centímetros de profundidad, caen entre los despeñaderos. Son fuertes corrientes que se forman por el deshielo y arrastran líquenes, tierra congelada y piedritas.Estos surcos derivan ladera abajo y los hombres los llevan por delante, los pisan. Al entrar al cuartel de la Base tienen que sacarse las botas llenas de barro y pedregullo.

El deshielo es impiadoso, pese a que en la luminosa noche antártica el termómetro cae a 18 grados bajo cero. Por un par de horas, el blanco tapa el barro y la tierra se vuelve a congelar, pero el sol, tan cerca de este cielo, vuelve a formar los minúsculos riachos.

Es un territorio de sentidos inconclusos. Los ojos ven más de lo que pueden, el tacto se protege con guantes y en el aire no hay olores. Si el viento la deja, la memoria del mar avanza desde la costa casi congelada.


Un sitio inhóspito
A estos lugares vienen sólo los decididos. Marambio cuenta con una dotación anual de cerca de 40 hombres, que se completan con misiones trimestrales y mensuales. En verano el movimiento es febril.

Afuera el frío y la soledad son cosas de todos los días y el paisaje interno de los hombres también es distinto. Vienen a Marambio. Trabajan mucho; un mes, tres meses, un año. Extrañan, hablan por teléfono a diario, tienen televisión, Internet y comunicaciones satelitales. Son oficiales y suboficiales de la Fuerza Aérea que no vienen con sus familias, algo que pueden hacer los hombres del Ejército en la Base Esperanza.

Al irse se llevarán el total de una paga de ciento diez pesos por día. En el mejor de los casos podrán comprar una casa chica en un barrio alejado; en otros, cambiar el auto o terminar con algunas deudas. Al mes no suma mucho; cerca de 3.500 pesos, al año unos 36 mil. Pero el año transcurre lento y en esos lugares siempre se está solo.

Los hombres de la dotación anual pasan sus días dedicados a su especialidad: son plomeros, carpinteros, electricistas, operarios generales. Las diferencias de grados se pierden. Salvo el jefe de base todos hacen "turno de María": hay que levantar los platos, lavar, barrer pisos.

El día depende del reloj biológico. La noche dura de dos a tres meses, el día cinco. No hay seis meses de noche y seis de día, otro mito antártico desmentido por quienes están un año, en la invernada.

Es enero. El Rompehielos Almirante Irizar descarga provisiones para las seis bases argentinas del territorio, el Hércules también trae provisiones, además de las familias de los hombres que han pasado un tiempo trabajando en la base. Llegan mujeres y chicos y se quedan un día. A la mañana siguiente se irán, pero llevándose al padre, una ausencia que vuelve.

Los aviones pequeños movilizan a los científicos de la bases Jubany y Esperanza, y de otros asentamientos de las distintas fuerzas. Marambio, perteneciente a la Fuerza Aérea, concentra la vida social. Jubany es la única base civil, el paraíso helado de los científicos.

Los más raros aspectos del clima, el suelo y el aire se estudian en las bases y los campamentos científicos. Aquí nadie querría vivir: temperaturas de hasta 80 grados bajo cero y vientos huracanados de más de doscientos kilómetros por hora hacen de éste el sitio más inhóspito del planeta.

Las bajas temperaturas del agua y su agitación constante logran que esto sea el laboratorio del universo. El oxígeno se desprende de los témpanos a medida que las aguas llegan al Ecuador. Al derretirse, las corrientes marinas volverán con sus aguas al Polo, y el ciclo recomienza. Los ciclones, que nacen y azotan estas latitudes, volverán a empujar las corrientes.

Caminar no es fácil. Sólo el viento corta el silencio. Sobre las congeladas aguas del mar de Wedell nada se escucha, los pasos imperceptibles rebotan en las paredes de los glaciares, un aullido puede permanecer diez minutos en el aire, eterno.

"El viento blanco arrasa y no da respiro, eso pasa tanto en julio como en enero. Nunca salimos solos, llevamos radios y sogas, uno puede estar a diez metros de su compañero y no verlo, a un metro a veces no se ve", cuenta Jorge, un suboficial "con dos invernadas encima".

Sobre la base se instala un mar de nubes. "Si la mufa te deja- así llaman a las nubes que no permiten ver la pista de aterrizaje- el avión baja, pero la mufa está siempre, por eso dependemos tanto de la meteorología. Un vuelo que no se hace en el momento no se hace más", sentencia el suboficial.

Silencio, aguas de colores extraños, pulmones llenos de frío, altas mareas congeladas. ¿Es necesario decir que en la Antártida no se está solo?

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Antártida Argentina, el paraíso de hielo por excelencia.

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