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 domingo, 01 de febrero de 2004

Interiores: La experiencia humana

Jorge Besso / La Capital

Es posible que en última instancia la expresión la "experiencia humana" sea una extraña redundancia, ya que la dimensión de la experiencia es más bien humana, y en un sentido exquisitamente humana. A nuestros hermanos biológicos más cercanos, digamos los animales, es posible atribuirles, o es posible observarles, no mucho más de un mínimo de experiencia, en tanto la especie los larga casi completamente dotados en los límites de la vida que esa especie designa, más o menos por igual, a todos sus integrantes.

Es posible distinguir matices y advertir que hay gatos mejores cazadores que otros, que de todos modos no necesitan de la fantástica imaginación de Tom, igualmente inútil frente al sadismo ilimitado del pequeño Jerry, ya que en general les basta con la guía segura que les provee el instinto, y en todo caso es la llamada vida doméstica la que a veces les deteriora su instinto cazador, en la medida en que se vuelven gatos domésticos, cosa que también suele pasar con los humanos.

De todas maneras hablar de la experiencia humana como una extraña redundancia es una referencia a que, si en definitiva la experiencia es exclusivamente humana, es de las cosas más difíciles de aprender para los mencionados humanos, con el inconveniente más o menos inesperado que si para algo sirve la experiencia es, precisamente para aprender, y en su sentido más radical, experiencia más bien quiere decir saber, es decir haber aprendido.

Haber aprendido, por caso, que "si la limosna es grande, hasta el santo desconfía". Si hay algo en la que los santos tienen experiencia es justamente en el asunto de las limosnas, razón por la cual bien saben de la miserabilidad humana, tanto de nosotros, como de los otros, y hace ya bastante tiempo que los santos no desconfían en un mundo que lo único que distribuye es lo que tira.

Una característica esencial de la experiencia es su aire de cosa definitiva, en tanto el experimentado/a es alguien que ya sabe, que una vez que sabe, ya sabe para siempre, y si sabe ya no aprende, precisamente porque sabe. Rasgo definitorio de la experiencia que de esta forma prescinde de la interrogación y de la reflexión que de pronto podrían contrariar ese saber. Este estado de la experiencia es bastante más que una posición en la vida. Es, precisamente un "estado", que hace de la estabilidad su lei motiv, razón por la cual no es que gobierne la existencia de muchos en forma más o menos directa, e indirecta de los que rodean a esos muchos, sino que ese "estado de experiencia" construye la realidad dentro de ciertos límites, es decir que decide lo que se piensa y lo que se siente.

Nada mejor para ilustrar lo precedente que el dicho que conforma una especie de pequeño himno a la experiencia y que reza así: "cuando vos vas, yo vengo". Sentencia lapidaria que perfectamente podría estar escrita en la camiseta de los que están de vuelta. Dentro de los que están de vuelta, circulan "los que están de vuelta de todo", especímenes psicosociales bastante particulares que al estar en ese camino de vuelta de todas las cosas, van por el mundo desplegando su saber irrefutable, alterando la paciencia de quienes lo rodean. Son seres que comportan y conforman una curiosidad, son más bien pesados, pero al mismo tiempo sin peso específico. En tanto sujetos que ya no aprenden más nada por que ya todo lo saben, viven "congelados", con una mínima inserción social, pues en tanto están de vuelta de todo ya no juegan ningún partido, y a cada carta que sale saben qué carta jugar, sin incertidumbre, pues también saben la carta siguiente. Están de vuelta, en lugar de ir hacia la muerte como toda la gilada, van en dirección opuesta, es decir hacia la inmortalidad.

Pero hay una dimensión de la experiencia humana sobre la que hay menos experiencia. Tanto la humanidad en general, como cada humano en particular ¿qué experiencia tienen de sí mismos? Pascal decía que la humanidad "es como un hombre que vive siempre y aprende siempre". En este sentido contrasta la inmortalidad de la humanidad, con la mortalidad de los humanos, que por otra parte son los que hacen existir la humanidad cada vez.

En "El malestar en la cultura" Freud hace una comparación entre el movimiento del cosmos y el de la humanidad: "Tal como el planeta gira en torno de su astro central, además de rotar alrededor de su propio eje, así también el individuo participa en el proceso evolutivo de la humanidad, recorriendo al mismo tiempo el camino de su propia vida".

Millones de seres nos anteceden, millones de seres nos preceden, en este doble movimiento del que habla Freud, ya que por una parte se trata del camino de la especie, es decir de la evolución cultural de la humanidad, y por otra, del camino de la propia vida que cada cual está recorriendo. Estos caminos tienen encuentros y desencuentros. La computación + Internet + lo que sea, es un ejemplo al respecto, ya que representa un avance más que impresionante en la evolución de la humanidad, como se sabe con diferentes efectos.

En este punto una parte importante de la sociedad actual participa del invento y los inventos al respecto, con lo que se producen encuentros inéditos, desconocidos hasta no hace demasiado tiempo. La experiencia de la humanidad y la de millones de humanos se entrecruzan en este prodigioso aumento de la comunicación, al menos de los canales de comunicación, de forma tal que un número enorme de contemporáneos afronta cada día como receptor y emisor una profusión de mensajes. Muchas veces más de los que puede leer. Esta podría ser la tarea común de la humanidad y de sus especímenes: revisar los mensajes no leídos. Releer los emitidos. Ya que ahí pueden estar los puntos ciegos de la experiencia tanto de la humanidad como de cada cual.

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