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 sábado, 24 de enero de 2004

Reclaman por la investigación del asesinato de Héctor Almada
Revelan extraño ensañamiento en el crimen de un joven de Villa Banana
Fue quemado con cigarrillos y maniatado con alambres antes de ser ejecutado de un balazo a quemarropa

María Laura Cicerchia / La Capital

Héctor Almada tenía 22 años pero aparentaba muchos menos a causa de un retraso madurativo que no le impedía ocuparse de los mandados a sus vecinos de Villa Banana, cuidar coches en el Hospital Carrasco, militar en la comunidad cristiana de base Mensajeros de Jesús y no faltar un sábado a los bailes del boliche Mogambo. Piturri, así lo conocían, apareció muerto el jueves pasado en un potrero de Virasoro y Pascual Rosas con un tiro a quemarropa en el pecho que nadie logra explicarse, luego de estar desaparecido durante tres días en los que nadie tuvo noticias de él. "Era un pibe inofensivo. Fue una muerte injusta y queremos que esto se esclarezca. Mataron a una persona que valía mucho", dicen sus compañeros del grupo clerical, a una semana del crimen y sin una sola pista para develar el misterio de su muerte.

Lo que inquietó a los colaboradores de la comunidad religiosa es que los conocidos y familiares del muchacho que se ocuparon del velatorio dicen haber encontrado en sus muñecas y pies marcas ataduras, posiblemente con un alambre, y quemaduras de cigarrillo en otras partes de su cuerpo. Pero tanto la autopsia como los oficiales que examinaron el cuerpo descartaron que el joven tuviera rastros de tormentos. Para la policía, que investiga el caso con hermetismo, el crimen se debió a una discusión y la detención del presunto autor estaría pendiente del resultado de dos medidas técnicas, según fuentes del caso.

Los amigos de Héctor tampoco pueden explicarse por qué cuando lo encontraran muerto estaba descalzo y la ropa que vestía era diferente a la que llevaba cuando lo vieron por última vez. Eso fue el pasado lunes 12 a la mañana. Héctor pasó por el local de la comunidad Mensajeros de Jesús que está en uno de los pasillos de tierra de la villa -unos 150 metros al sur del cruce de 27 de Febrero y Valparaíso- de donde se fue como de costumbre, en silencio y sin saludar. Todos recuerdan que tenía puestos un jean, remera y zapatillas.

Desde entonces nadie más lo vio. El martes el padre del muchacho denunció su desaparición. El jueves a las 6 de la mañana hallaron su cuerpo en una canchita de fútbol de Pascual Rosas y Virasoro, tres cuadras al oeste del lugar donde vivía, descalzo y vestido con un short. Tenía un disparo en el pecho que había sido efectuado con el caño del arma apoyado en la piel. "Para nosotros es un homicidio simple", dijo un investigador que está tras los pasos del "autor o la autora" del asesinato.

Aquella mañana, a Héctor lo reconoció un vendedor ambulante que todas las mañanas le vendía churros al padre del muchacho, un jardinero que tiene otros tres hijos. El velorio se hizo en el local de la comunidad donde el muchacho pasaba la mayor parte del tiempo. "Vino gente de todos lados. Gente que nunca sale de su casa, médicos del Carrasco, los patovicas de Mogambo. Realmente era un chico muy querido", comentó una jovencita con una nena en brazos, en medio del constante ir y venir de chicos y grandes en el galpón de los Mensajeros de Jesús. Allí funcionan un comedor, una copa de leche, un costurero comunitario, una huerta y un proyecto para que los chicos del barrio confeccionen alpargatas.


"Era inofensivo"
"No lo mataron por choro ni por demente. Tampoco era un chico que tomara y no era adicto. Tenía 22 años pero parecía de 15 o 16. Realmente es una injusticia que esto quede así", enfatizó Alicia, una de las madres que milita en la organización desde su creación, 15 años atrás. Tanto ella como los otros integrantes del grupo desmienten la versión policial acerca de que Héctor era un chico irritable y agresivo. "Al contrario, era inofensivo. Sólo reaccionaba cuando se burlaban de él, pero nadie en el barrio hubiera permitido que lo golpearan", abundó la mujer.

El carácter dócil del muchacho hacía que muchas mamás dejaran a sus hijos más chiquitos a su cuidado, que los ancianos le encomendaran sus mandados y que los miembros de la organización contaran con sus brazos para cualquier tarea o emprendimiento. Además, el muchacho cuidaba autos por monedas en las puertas del Hospital Carrasco y aprovechaba sus contactos para proveer de medicamentos o turnos a la gente del barrio. Le gustaba la música y no se perdía un sábado en la bailanta Mogambo, de 27 de Febrero y Avellaneda. "Si se ponía cargoso, las chicas le decían «Piturri, sentate un rato». Y él les hacía caso. Al rato se ponía a bailar otra vez", describió Alicia.

A causa de su retraso madurativo el joven estaba medicado, pero "comprendía perfectamente todo. Se enamoraba de todas las chicas y jugaba al fútbol", remarcó. A veces decía cosas incoherentes. Como por ejemplo, cuando afirmaba con convicción que él era "el jefe" del Carrasco y su ocurrencia les arrancaba sonrisas a los colaboradores, que ahora reclaman una investigación exhaustiva para saber qué pasó con él. "Nuestro deber como cristianos es pedir que esto no quede impune y que se sepa la verdad -insistió Raúl Ríos-. Mataron a una persona que valía mucho".

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Vecinos de Almada rechazaron las primeras versiones.

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