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 sábado, 24 de enero de 2004

Reflexiones
Si el campo no crece, el país tampoco lo hará

Angel fernando Girardi (*)

La salida de la peor crisis económica de la historia Argentina ha dejado al desnudo, una vez más y en forma indubitable, el rol decisivo del sector agropecuario en nuestra economía nacional. No obstante ello, entendemos que la mayoría de los argentinos y, de modo especial, la clase política y sus dirigentes, sigue ignorando el papel trascendente que tiene en forma permanente la producción agropecuaria para el desarrollo de nuestra Nación.

Hoy vemos cómo el Estado le sigue dando la espalda, como siempre lo ha hecho: no hay leyes de promoción que proyecten las inversiones de capital a largo plazo (sí hay más impuestos regresivos), no se crean nuevas infraestructuras para abaratar fletes por barcazas en vías navegables o nuevos tendidos de ferrocarril, no se otorgan créditos con tasas preferenciales tan necesarios como para retención de vientres, explotación de tierras improductivas, etcétera. Vale decir, pareciera que se hace un culto de "vivir al día", total el campo siempre responderá.

Los datos actuales son incuestionables: "En el año 2003 la exportación de granos, subproductos y aceites orilló los 53 millones de toneladas. Las exportaciones granarias superaron los 11.000 millones de dólares", según Panorama Económica de la Argentina, aportando unos 1420 millones de dólares adicionales a las arcas fiscales, los cuales permitirán financiar en el 2004 la totalidad de los planes de subsidio de desempleo de contención social, donde la mayoría de sus beneficiarios habitan en las ciudades.

Para quienes hemos vivido toda nuestra vida al servicio de la producción agrícola-ganadera, esta realidad nos produce una gran desazón, ya que es una cuestión de vieja data que hace años debió haber sido bien encarada y resuelta en beneficios de todos los argentinos.

Como bien sostienen dos prestigiosos historiadores, Carlos Floria y César García Belsunce, conviene subrayar que pese a la tradición rural de nuestro país, su historia es sobre todo la historia de sus ciudades, fenómeno común a toda hispanoamérica, mientras que en las colonias angloamericanas las ciudades crecieron para satisfacer las necesidades del campo, en la América española la población rural se extendió para proveer a las necesidades urbanas".

Desde luego que no apostamos a una antinomia campo versus ciudad, pues la Argentina es una sola y es para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino, tal como reza el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional, aportando honradez, fervor, creatividad y ardua labor. Pero si entendemos que nuestro país no puede seguir ya perjudicando a quien trabaja la tierra merced a sostener las estructuras económicas y políticas centralizantes, propias de la época colonial.

Es por ello que entendemos que es fundamental la existencia de un Ministerio de Agricultura y Ganadería de la Nación, a cuyo frente debiera estar un hombre probo, conocedor del campo y de su problemática y que salga del seno mismo de este sector productivo, es decir, que debe tener como condición esencial estar o haber estado positivamente al frente de un establecimiento agropecuario.

De igual modo, es imperioso revertir el proceso tradicional de formación de precios, donde poco y nada puede hacer quien trabaja la tierra y menos el motor del "mercado", es decir el consumidor. Ya no puede seguir existiendo la intermediación burocrática urbana innecesaria, quien en definitiva es la que se lleva la mejor tajada del trabajo en desmedro de ambos. Esta maraña de sobreimposiciones tributarias, fletes insólitos, etcétera, que no hacen otra cosa que encarecer el producto de modo exorbitante, debe optimizarse.

Si nuestro país produce excelentes carnes y cereales, es elemental que sea nuestro pueblo el primer beneficiario y pueda adquirirlos a un costo razonable. Hemos llegado al extremo de que productos alimenticios que son muy importantes para una buena alimentación diaria en todas las edades, como los denominados all bran, granola, cereal mix y otros, cuya materia prima producimos y exportamos, vuelven importados por firmas multinacionales que existen en nuestro país (y que sin dudas podrían producirlo directamente aquí para nuestro consumo), a un precio exorbitante y por ende inalcanzable no sólo para los sectores más carenciados sino para la mayoría de los consumidores de clase media.

Por otro lado, haciendo también un mea culpa, ya que el Estado no es responsable de todos los males, vemos que la dirigencia ruralista lleva años haciendo culto de una "atomización" que esteriliza cualquier buen esfuerzo para mejorar la situación del campo. No puede ser que los hombres -sin descartar para nada el espíritu altruista de la mayoría de ellos- prevalezcan sobre el sector. Es necesario que, respetando la pluralidad de ideales, haya un solo frente democráticamente elegido, pero no puede haber tantas entidades dispersas, ni tantos dirigentes capaces verdaderamente desperdiciados.

La historia, como maestra, nos enseña lo contrario: alguien les dijo a los trabajadores que se unieran y así surgió un bloque mundial como el comunista, que llegó a poner en jaque el predominio intelectual y moral de occidente. Tuvimos un presidente, Perón, que nos pronosticó que el 2000 nos encontraría a los latinoamericanos unidos o dominados, y hoy, gracias a los nuevos vientos que soplan desde el Gobierno en tal sentido, vemos que -más allá de las innumerables diferencias- Argentina está sumando para sí misma y recuperando protagonismo internacional merced a estrechar los vínculos regionales, teniendo un mayor contacto con la dirigencia política de Brasil, Venezuela, Perú, Uruguay, Paraguay, Chile, etcétera. Aislados estamos condenados al fracaso en medio una globalización financiera y especulativa caníbal como la que está en curso, y que es combatida por todos los pueblos que, al igual que el nuestro, la han sufrido y la siguen la padeciendo.

Sin pecar de ortodoxos, es inaceptable que tengamos un país con casi 26.000 leyes. Ya se debiera suspender toda nueva ley que no fuera urgente y hacer un Digesto que, para bien de todos, elimine la mayor cantidad de leyes posibles, tanto las que ya fueron derogadas como las innecesarias por su desuso. Lo mismo debería hacer cada repartición pública con el sinnúmero de resoluciones dictadas en cada sector. No se puede demorar más la sanción de un nuevo Código Civil y Comercial unificado, partiendo de los proyectos de 1987 y 1993. El reconocimiento internacional de Chile, con muchos sobreentendidos, se basa en dos pilares: 1) producir bien, más y mejor a precios internacionales competitivos y 2) dar seguridad jurídica a todos, tanto a quienes invierten como a quienes consumen. Para ello, debemos tener pocas leyes, simples, claras y perdurables y que rija el imperio de la ley.

Otro mal endémico que debemos desterrar es el de la demagogia. La dirigencia argentina, de todas las épocas, sin excepción de partido o tipo de gobierno, se basó siempre en repartir, no en producir. Por ello fue fácil enmascarar de redistribución lo que no era sino una vil repartija de lo que otros, con gran esfuerzo de trabajo, sacrificios, riesgos y ahorros llegaban a producir, sin apoyo de nadie. Ello ha sido la determinante principal de la idea de evasión tributaria que tanto mal le hace al país, pues frente a un Estado meramente recaudador, que no rinde cuentas de cómo destina los fondos que recauda y que redistribuye conforme la conveniencia del momento, es evidente que quien debe tributar va intentar darle la espalda.

Lo que se recauda por impuestos debe volver al pueblo, en forma eficiente y transparente ya que es éste el único argumento que tiene el suficiente peso moral para convencer al contribuyente de que la evasión es un delito. Si el Estado cumple su rol, además de la Ley, será la comunidad quien condene la conducta inmoral del evasor.

Finalmente, si bien entendemos que nuestra Nación está saliendo de la crisis y que el Gobierno está haciendo una buena gestión en tal sentido, creemos oportuno que se comiencen a tomar medidas de fondo para potenciar nuestro desarrollo agroindustrial. El campo debe tributar, siempre lo ha hecho y con creces, pero el Estado debe necesariamente dar seguridad jurídica y establecer parámetros claros y de largo plazo: es un dislate inadmisible que se quiera cambiar o crear nuevas imposiciones porque ha subido el precio de tal o cual producto. Nuestro productor no tiene ningún tipo de subsidios como sus colegas de los EEUU o de la Comunidad Económica Europea, lo cual es una gran desventaja a la hora de producir y de competir internacionalmente.

Es evidente que nuestro Estado en estos momentos, ni en el futuro inmediato, no podrá subsidiar en forma directa al agro, pero lo que si puede darle, para ayudarlo a paliar esta desventajosa situación, es un plan de trabajo, una política agropecuaria que atienda no sólo lo coyuntural, sino además el mediano y largo plazo con medidas sencillas como las que se han detallado y cuyo costo el sector lo pagará con creces produciendo más.

El hombre de campo aspira a trabajar más y mejor, a obtener mayores frutos, con lo cual se beneficiará a sí mismo y a toda la comunidad. Es por ello que el Estado debe procurar darle un marco adecuado a su inquietud y evitar, por todos los medios, entorpecer esta meta. Si el campo no crece, tampoco lo hará el país. Si el sector agropecuario no va generando mayores riquezas, habrá muy poco que repartir y la pobreza seguirá ganando la partida.

(*) Doctor en Derecho y Ciencias Sociales y Productor Agropecuario

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