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 miércoles, 14 de enero de 2004

Paul O'Neill, sin pelos en la lengua, castiga a la Casa Blanca
El libro en el que el ex secretario del Tesoro cuenta el mundo Bush por dentro desató una polémica

Gabrielle Grenz

Washington. - El ex secretario del Tesoro, Paul O'Neill, acostumbra a hablar sin rodeos y abrió una polémica en Estados Unidos por ser el primer ex funcionario de la Casa Blanca en contar cómo funciona por dentro la administración republicana de George W. Bush. Un año después de ser despedido, O'Neill afirma en un libro que Bush conducía las reuniones de gabinete "como un ciego en una habitación llena de sordos".

Tras la difusión pública de los extractos del libro, titulado "The Price of Loyalty" (El precio de la lealtad), el Departamento del Tesoro anunció el lunes la apertura de una investigación oficial para determinar si O'Neill violó el secreto de documentos oficiales al confiárselos al autor de la obra, informó un portavoz de ese organismo, Rob Nichols.

Bush, mientras tanto, se abstuvo de criticar a su ex funcionario. "Aprecio los servicios que el ex secretario O'Neill prestó al país", expresó el lunes a los periodistas en Monterrey, donde participó de la Cumbre de las Américas.

Por su parte, el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan, respondió a las acusaciones de O'Neill según las cuales Bush no se involucra en las reuniones de gabinete. "El presidente es un líder fuerte. El presidente hace preguntas duras y toma decisiones determinantes", expresó. "La gente tiene derecho a expresar sus opiniones", agregó.


Un funcionario atípico
O'Neill acababa de cumplir 65 años el 4 de diciembre de 2000 cuando su amigo Dick Cheney, el actual vicepresidente de Estados Unidos, le propuso dirigir el Tesoro en el nuevo equipo republicano que se preparaba para tomar las riendas de la Casa Blanca. Delgado, con gafas y el cabello plateado, O'Neill confiesa haber estado en desacuerdo con un gran número de decisiones, comenzando por el paquete de medidas claves del presidente cuando denunció los riesgos de que se agravara el déficit.

También criticó la imposición de las sobretasas en las importaciones de acero, retiradas el mes pasado después de haber sido condenadas por la Organización Mundial de Comercio (OMC). O'Neill ingresó a la administración pública a los 26 años, en 1961, y llegó a presidir la oficina de presupuesto de la Casa Blanca bajo las presidencias de Richard Nixon y Gerald Ford.

Sin embargo, en los meses pasados, con el actual jefe de la Casa Blanca, terminó por darse cuenta "que sería difícil encontrar cosas que hicimos con Nixon y Ford que podrían aplicarse a este presidente que es fundamentalmente diferente a esos hombres". En una de sus conversaciones en privado con Cheney, advirtió: "No podemos hacer todo por instinto, terminamos por cometer demasiados errores".

A diferencia de sus predecesores, O'Neill carece de una trayectoria brillante en Wall Street, como Robert Rubin, o en el área académica, como Larry Summers, pero destaca en el sector empresarial. Fue presidente de Alcoa -primer fabricante mundial de aluminio- durante 13 años hasta asumir el mando del Tesoro y antes integró el directorio de International Paper, primer grupo papelero estadounidense.

Su administración al frente del Tesoro se caracterizó por las declaraciones fuertes y controvertidas. Por ejemplo, respecto a Argentina dijo: "Estuvieron metiéndose y saliendo de problemas por 70 años o más. No tienen ninguna industria de exportación, para hablar de algo. Y eso les gusta. Nadie los obligó a ser lo que son".

Y respecto a Brasil, afirmó que los países del Cono Sur deben cuidar que el dinero de asistencia no "salga del país para cuentas bancarias en Suiza". El comentario hundió al real y despertó la indignación de los brasileños, que sólo se calmaron cuando Washington pidió disculpas. "O'Neill es tan cortés y cuidadoso como un elefante en un bazar", estimó el diario Jornal do Brasil tras el incidente, mientras The Washington Post le advirtió que si seguía metiendo la pata, se quedaría sin trabajo.

En una oportunidad, respondiendo a quienes lo criticaban, indicó: "Si a la gente no le gusta lo que hago, no me importa. Podría estar navegando en un yate o conduciendo a través del país". Conocido por improvisar a partir de los discursos preparados por sus colaboradores, O'Neill ha sostenido que detesta "las cosas escritas". Según él, cuando ve a alguien leyendo discursos escritos no sabe "si es capaz de pensar o no". Todo lo que sabe, dijo, "es que sabe leer". (AFP)

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Bush conducía a su gabinete "como un ciego rodeado de sordos", confió O'Neill.

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