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 domingo, 11 de enero de 2004

Educación: Encuentro con las palabras

La enseñanza y aprendizaje necesitan de ámbitos de confianza, de respeto, de apertura a espacios variados y creativos, que vayan más allá de lo que la propia intuición, a veces, nos indica. Porque enseñar es dar, dar algo a alguien, dejar una seña, una marca. Pero, si yo no tengo qué dar es imposible que pueda enseñar. Así caemos en la cuenta que el docente que no lee no puede enseñar a leer. El docente que no escribe no puede enseñar a escribir. El docente que no escucha no puede enseñar a escuchar. En cambio, un docente lector, un hurgador de textos, un curioso, un buceador de la cultura, un deleitador de textos, sí puede ser capaz de enseñar literatura.

Primera escalada, la literatura.Todos sabemos que la literatura, las obras de ficción, de autores canonizados y de otros no tanto fue, y en algunos casos sigue siendo, usada y utilizada como modelo normativo, estético y ético. Es esa literatura que sirve para un fin determinado, que está desdibujada de su especificidad y es subsidiaria de otras disciplinas. Los tan conocidos versitos escolares que aparecen en cuanto acto o efeméride sea posible, no guardan ninguna relación con la literatura. Entonces, ¿cuál es el lugar de la literatura? El lugar de la literatura es la vida.

Con esta afirmación llega otra pregunta: ¿para qué enseñar literatura? Lo hacemos porque creemos en cosas distintas a las que podemos ver y tocar con nuestras manos; porque confiamos en un cuento que nos abre la cabeza para que nos entren todos los pajaritos y pajarracos; porque un poema nos salva del suicidio televisivo porque, como señala la educadora Beatriz Actiz "en una época como la actual, signada por el relativismo y el desencanto, en la que parece mermar día a día la demanda de significado, la literatura persiste en la escuela", y porque en la escuela el placer tiene que estar presente y la literatura es placer.

Enseñamos literatura para contribuir a la construcción de espacios anchos, aireados y sin horizonte para recibir a la palabra, para que entre el sol por puertas prominentes y ventanas triangulares, para "recibir y construir imaginarios", como dice la escritora Graciela Montes.

Seguimos trepando para llegar a la lectura. Nadie puede negar el valor de la lectura. Me uno a Italo Calvino para decir que "la lectura no es comparable con ningún otro medio de aprendizaje y comunicación, porque ella tiene un ritmo propio que está gobernado por la voluntad del lector; la lectura abre espacios de interrogación, de meditación y de examen crítico, en definitiva: de libertad; la lectura es una correspondencia con nosotros mismos y no sólo con el libro, sino con nuestro mundo interior a través del mundo que el libro nos abre".

La escuela se cansa de salir a batallar con que la lectura es importante, con que los chicos leen cada vez menos, con que tenemos que enseñar a leer y a disfrutar de un libro, pero ¿se desarrollan el deseo y las ganas de recurrir al libro como quien recurre a un gran paraíso de voces y de penetrantes deleites?


Placer y juego
Como docente sostengo que el verbo leer no se conjuga en imperativo (ni dentro ni fuera del salón). A la lectura se llega por amor, por placer, por juego, por cualquier vía, menos por la imposición, la censura, el miedo, la calificación o descalificación castradora. Cada vez que leemos, lo hacemos porque elegimos leer en lugar de hacer otra cosa, por eso el leer es una acción consciente y reflexiva.

El tercer lugar, el de la lengua. La enseñanza de la lengua debe basarse en un enfoque comunicativo y es necesario, por tanto, que la escuela recree situaciones comunicativas (de lectura, escritura, escucha y habla), no sólo verosímiles sino también reales. Situaciones que permitan poner en contacto a los alumnos con la enorme variedad de textos que circulan socialmente, porque se debe fomentar una práctica de lectura constante y significativa, y fundamentalmente, porque es verdad que la lectura es una práctica y si aprendimos a caminar caminando, vamos a aprender a leer, leyendo.

Estoy convencida de que las clases de lengua y literatura deben ser un encuentro diario con las palabras y trabajar la palabra es mucho más que enseñar a leer y a escribir. Los educadores somos depositarios y transmisores de la palabra; educar es, entonces, ejercer la palabra, es ofrecerle al otro la posibilidad de que nombre al mundo. Como tales tenemos la obligación de hacer todo lo que podamos para que el otro se convierta en un sujeto de la palabra; que pueda leerse en sí mismo para poder leer en el aula; es necesario habilitar la palabra, dejarla entrar, moverse, hacer. Tenemos que divertirnos con la palabra, hacer que aflore, que cada uno busque y encuentre su propio trazo, que explore sus experiencias, porque todos tenemos algo para expresar.

Los docentes deberíamos preocuparnos por no bajar los brazos frente a los nuevos y constantes desafíos que implica enseñar lengua y literatura, preocuparnos por valorar nuestra área como un espacio específico pero al mismo tiempo, transversal, atravesador de todas las otras áreas, subyacente e intrínseco a cada persona, y por ende, a cada uno de nuestros alumnos. Es el docente quien tiene que oír su propia voz y rescatar su vínculo primero con la literatura, su lugar de lector. Volver de alguna manera a leer la literatura, recuperar su relación pasional y exhibirla en su práctica docente.

Flavia Marisa Pascualini

Profesora de lengua y literatura

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