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 domingo, 11 de enero de 2004

Para beber: Vinos californianos

Gabriela Gasparini

La verdad es que hasta ahora había estado evitando, no voy a decir que de manera totalmente inconsciente, las referencias hacia la industria vitivinícola californiana, que si bien es la más renombrada de EEUU no es la única, ya que también se producen caldos en los estados de Washington, Oregon y Nueva York.

Pero a veces, a pesar de los esfuerzos, la mente suele seguir invadida por los prejuicios que genera una imagen como de plástico, no digo tanto como de cajita feliz con Ronald McDonald saludando desde la etiqueta, pero había algo que daba vueltas y no terminaba de encontrar su espacio (quizás como una competencia) esos vinos o los nuestros. Muy poco cerebral lo mío.

Ya no podía negarme a profundizar en el tema, así que libros en mano, programas de cable ante mis ojos, me dediqué a investigar un poco y a contarlo, y parece que, como era de esperarse, la imagen que me perseguía no era la correcta. Empecemos viendo cómo llegó el vino a esas tierras. El vino hizo su entrada en California de la mano de los monjes franciscanos que llegaron desde México a convertir al cristianismo a cuanto ser viviente encontraran a su paso, y necesitaron del noble jugo de uvas para celebrar misa.

En 1849 la viticultura se extendió por todo lo que sería más tarde el estado de California y la causa fue ni más ni menos que la fiebre del oro. Como no todos los emprendedores que se esforzaban en la ardua tarea de la búsqueda del dorado metal eran tocados por la varita de la suerte, muchos decidieron conseguir trabajos más estables con un ingreso seguro, y la posibilidad más factible era una: la industria vitivinícola, y fue ahí donde nativos y europeos se unieron guiados por el mismo entusiasmo de progreso.

La diversidad que ofrece la región en suelos y climas la convirtió en el lugar elegido para abrir un abanico de propuestas con el único fin de captar consumidores, desde los blancos secos como el Chardonnay hasta los tintos más carnosos como el Cabernet Sauvignon (dos estandartes de la zona), pasando por los autóctonos Zinfandel. Sin dejar de lado los característicos rosados pálidos conocidos como blush, los blancos licorosos elaborados a base de Riesling o Gewürztraminer, o los vinos generosos y los espumosos, en fin todo un espinel de ofertas para cubrir las necesidades del mercado.

A diferencia de Francia donde sus denominaciones de origen rigen las cepas y el estilo de cada región, en EEUU el sistema de Approved Viticultural Areas es mucho más amplio y le permite a cada uno plantar lo que le parezca, y si bien la idea de terroir comenzó a tomar fuerza a partir de los 70, para la mayoría de los vinicultores todavía es el clima el que manda.

Regidos por las variaciones meteorológicas los emplazamientos se dividen según tres zonas climáticas bien determinadas: los que están sometidos a las influencias del Pacífico, entre el condado de Mendocino al norte, y San Diego al sur. El valle central con un clima más bien tórrido. Y por último, las estribaciones frescas de la Sierra Nevada, al este.

Las regiones costeras son las que proveen los vinos de calidad: Napa, Sonoma, Lake, Mendocino, Monterrey, San Luis Obispo, que gozan de la brisa del mar que aminora el calor diurno. En el valle central se elaboran la mayoría de los vinos de mesa y soberbios dulces. Los viñedos ubicados en las zonas más frescas se inclinan por los caldos con cierto grado de acidez.

En la próxima profundizaremos características y etiquetas.

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