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 domingo, 04 de enero de 2004

Rosario desconocida
Aquellas pensiones de estudiantes

José Mario Bonacci (*)

Continuando la entrega anterior, nada mejor que traer al presente aquellas particulares pensiones de estudiantes que teñían el barrio de la República de la Sexta con su color y estaban pobladas por santafesinos, nicoleños, juninenses, rojenses, correntinos, santiagueños, entrerrianos.

Muchas tenían nombres que rozaban la picardía poética y demostraban el ingenio. Sobre la vieja ferretería El Metro, de Pellegrini y Alem, estaba El Nido. Alem 2160 era la más alejada de Arquitectura y se llamó El Fortín, porque hacía de frontera con el sur, en donde no había aspirantes a esa profesión. En Pellegrini 369 estaba la pensión de Moyano y doña Francis con un destacado inventor: Alfredo Manasero, correntino de Goya. Construyó un reloj despertador con eje giratorio adosado a un vasito de 50 centímetros cúbicos de agua que volcaba su contenido en la cabeza del dormilón.

En ochava sur-este de Pellegrini y la entonces 25 de Diciembre, El Asilito dejaba ver un bote a remo detrás de la reja. Una casa chorizo con enorme patio cobijaba a los pensionistas de Los Colgados, nombre inspirado al no cumplirse con materias aprobadas y regularizadas que permitieran pasar de año. Siempre había dos o tres en falta y de ahí el nombre. La de Laprida 1710, funcionaba en una casona con una cúpula en ochava frente a plaza López. Un habitante había rendido varias veces una materia con resultado negativo y el profesor se negaba a continuar con exámenes fallidos. Subió a la terraza, ordenó el interior de la cúpula llena de polvo y seguramente de palomas, se encerró varios días y finalmente aprobó, demostrando que los cambios de espacio y de clima suelen ser beneficiosos. Pero allí vivía también alguien especial: José "el Oveja" Montoya, santiagueño, poeta, guitarrista y autor de la conocida chacarera "La Calurosa" cuya estrofa inicial habla de "tiempo de calores... coyuyos que andan cantando, y en la siesta dorada, la algarroba madurando...".


El Infierno
Vecina a la vieja 6ª en zona de San Martín y Montevideo estaba la pensión Ciudad de Pompeya, porque según habitantes, "era una ruina". La más famosa por los desatinos que encerraba era El Infierno, en los altos de Alem 1013. Era también una casa con piezas corridas y baño adosado a la última. Su habitante perforó el muro con un pico para conectar el lugar de descanso con el sanitario y entrar gateando para no sufrir el frío por fuera en invierno.

Una noche una reunión regada y ruidosa, originó queja y llegó a la puerta un escuadrón en su caballo, que subió invitado "para descansar" y terminó dormido por el vino. Acto seguido, algún maestro de ceremonias hizo subir por la escalera al caballo, que participó de la fiesta en medio del patio.

Desvencijadas construcciones, jugosas anécdotas que arrancan sonrisas al recordar aquellos tiempos de estudios y bohemia. No sólo idearon un campeonato de fútbol inter-pensiones. Muchos formaron aquí su hogar quizás alimentados en noviazgos iniciados en los bailes estudiantiles realizados en el vecino club El Tala, de calle Cochabamba, y se afincaron con sus familias para siempre.

Al lado de El Infierno, persiste hasta hoy el Bar de Blanco, adonde en horas libres los estudiantes jugaban al billar, o se llegaban a plaza López a escuchar retretas en jueves por la tarde.

Pero hay una presencia inolvidable: la del excelente decano que fue el arquitecto Mario Segovia Mayer, un "decano compañero", asistente a las fiestas estudiantiles, y se prendía con el Oveja Montoya en la diablura de una chacarera, empuñando el bombo.

Jorge Riestra, premio nacional de literatura, relata que se inspiró para su cuento "A Vuelo de Pájaro", tomando una ginebra en Buenos Aires y Cerrito y viendo pasar una procesión generada en la vecina iglesia de San Cayetano, símbolo del barrio. Angélica Gorodischer afirmó en una conferencia, que la calle 25 de Diciembre, tiene varios universos en su trazado. Para verificarlo, sólo hay que caminar el trayecto entre Pellegrini y Viamonte. En esa misma calle, hoy Juan Manuel de Rosas al 2100 vive el popular Bambi García, alma de la Tradicional Jazz Band.

Pasco 140 nos trae el recuerdo cálido de nuestro compañero de estudios Mario Strano, pícaro, simpático y divertido que recorría el barrio montado en su brillante Vespa y que abandonó este mundo mucho antes de lo debido. En su casa elaboramos el proyecto final que nos permitió graduarnos, trabajando en equipo. Exactamente enfrente, persiste la fábrica de estructuras, uno de cuyos dueños era nada menos que Francisco García Carrera, enorme artista plástico integrante del Grupo Litoral.


Cine de barrio
En Pellegrini 669, hace 20 años que el cine Madre Cabrini hace vivir el clima de verdadero cine de barrio, en donde un grupo de unas cien personas forman a diario casi una familia, hacen amistad mirando y comentando el cine de hace cincuenta años. Mirta expende entradas siempre con una sonrisa. Cuando alguien cumple años, el homenajeado lleva caramelos que se entregan en el ingreso a sala. Héctor Paruzzo y Mingo Debiazzi realizan rápidas semblanzas de lo que se verá y la programación incluye filmaciones de óperas completas, ballets y conciertos, de cuya calidad se encarga Jorge en la soledad de la cabina de proyección.

El barrio mantiene en pie uno de sus monumentos técnicos: el gigantesco depósito de agua de Riobamba al 200 hoy en desuso. En 1986 desapareció otro hito: la fábrica de cerámica La Etrusca, un formidable bloque impactante de ladrillo visto en Pasco y Chacabuco. Periódicamente se repite la muestra de lo que la voluntad popular exige y entonces cada ochava de calle Colón es repintada con el nombre deseado: Che Guevara. El último hidrante de la ciudad, estaba en la esquina noreste de 27 de Febrero y Buenos Aires y al ser retirado se exhibe ahora en el Museo de la Ciudad. Cien metros al norte, llegando a Ocampo, vivió hasta su muerte Carlos Alberti, extraordinario poeta lunfardo. Prueba de vigencia del viejo nombre barrial en la memoria popular, es la plaza República de la 6ª en Riobamba y Esmeralda, cuidada por el vecindario y convertida en lugar placentero de encuentros vivenciales. Estos son algunos rasgos, algunas señales del alma del barrio. Seguramente hay otros muchos, sensibles para cada manera de pensar y valorizar el propio territorio.

Todos los días recorremos parte de su cuerpo, aunque nuestra vida transcurra cincuenta metros por fuera del límite oficial y nos emociona hacerlo con sentimiento. ¿Quién puede asegurar que una línea, una marca, un reglamento puede intervenir en el campo del afecto urbano? Nos animamos a decir que ninguno. Definitivamente no. Sin discusión.

(*) Arquitecto

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La iglesia San Cayetano, desde el pasillo de J.M. de Rosas 2142.

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