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 domingo, 04 de enero de 2004

Para beber: Botellas inolvidables

Gabriela Gasparini

El comienzo del año parece ser el momento propicio para el balance y la introspección, pero es sólo una convención porque cualquier día es bueno si de empezar con nuevo espíritu se trata, pero la cosa está dada así.

No voy a descubrir aquí que la moda vinícola explotó, el noble jugo nos bañó con sus aromas y sabores, y de repente todos querían saber, probar y compartir, lo que de por sí es bueno aunque a veces dé la sensación de que la importancia con la que se ha investido su participación en la vida social resulta un tanto desmesurada y se le suelan pedir ofrendas que no están en condiciones de brindar.

Demasiadas cosas puestas en una copa. Cosa que además ocurre en distintos planos. Una vez tuve un encontronazo con un amigo al que le gusta comer bien pero pocas veces los platos lo satisfacen, y en mi humilde opinión eso le pasa porque espera tanto de las comidas que cuando las prueba nunca están a la altura de sus expectativas (reconozco que el paso de los años lo ha ido mesurando y ahora disfruta más) pero fue un trabajo arduo. Algo similar le ocurre a muchos con el vino.

No logro entender qué es lo que imaginan que se van a encontrar al sumergirse en él. Siempre que me piden una recomendación y yo tiemblo, es más, cada vez que puedo me voy por la tangente, hay tantas cosas que pueden hacer que un vino no cumpla con nuestros deseos porque éstos son tan diferentes para cada uno que me aterra imaginar al inquisidor volviendo para partirme la botella vacía en la cabeza luego de sufrir una inconsolable desilusión.

Desde que el hombre descubrió que su ingesta no sólo le provocaba regodeos sensoriales sino que le ofrecía el plus del cambio de ánimo, el vino ocupó un lugar privilegiado en el imaginario del placer. Debido en parte a estos efectos vio teñirse su espíritu de connotaciones religiosas, más adelante su elaboración permitió el despertar económico de distintas regiones del globo, y no contento con eso, el desarrollo de las técnicas de producción dio pie a la creación de una nueva simbología relacionada con la diferencia de clases sociales marcada por los tipos de caldos que se podían consumir.

Desde un primer momento estas diferencias estuvieron dadas por los beneficios que brindaban los vinos que no debían apurarse en el momento, y podían ser guardados. Hoy pasa algo parecido con la ventaja de que es posible conseguir buenos caldos a precios accesibles, claro que cada uno debe saber qué busca en esas botellas, no pedir lo que no nos podrán dar, y sobre todo no dejarse marear por los vaivenes del marketing y las necesidades de las empresas.

No sé cómo será para ustedes, pero para mí un buen vino es ese del que me voy a acordar aunque pase el tiempo, seguramente habrá mejores, pero hay vinos que tomé hace años y cuando los recuerdo me recorre la misma sensación de asombro y placer que en el momento que los probé. Reconozco que otros tienen las cualidades que los que saben dicen que es un vino como Dios manda, pero a mí no me mueven ni un pelo, no pretendo que todos sean bárbaros porque sería una estupidez, además me divierte hasta la carcajada cuando un trago me hace exclamar "cómo puede ser tan malo esto".

Justamente el juego está en encontrar esas botellas inolvidables y que pasen a formar parte de nuestras mejores experiencias. El vino parece haber llegado para quedarse, dediquémonos a disfrutarlo. Salud y buen año para todos que nos lo merecemos.

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