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 domingo, 30 de noviembre de 2003

Editorial
Malos hábitos alimentarios

Es un hecho que permanece oculto o que habitualmente se ignora. Pero cuando se consultan estadísticas y se descubre que en los Estados Unidos la cuarta parte de la población infantil padece de sobrepeso o directamente es obesa y se escucha la opinión de especialistas que aseguran que en la Argentina esto comenzó a convertirse en un "problema de salud pública", la mirada sobre el asunto adoptará la preocupación y abandonará la indiferencia.

Múltiples son las razones que derivan en un chico con sobrepeso, es decir -con las excepciones del caso-, mal alimentado. La crisis de la tradicional mesa familiar y la extensión en la sociedad argentina del hábito de consumir "comida chatarra" son dos factores de indiscutible incidencia. Y contradiciendo la afirmación tradicional en las abuelas del pasado, ya nadie puede aseverar que un niño gordito sea sano.

Es que el sobrepeso en la infancia suele ser el punto de partida silencioso de enfermedades crónicas posteriores de innegable gravedad, tales como la diabetes, la hipertensión arterial, la arterioesclerosis o las cardiopatías. A la formación de tales males durante la adultez concurren factores como el consumo excesivo de grasas saturadas, azúcares y sal en las etapas iniciales de la vida.

En este caso, corresponde hacer una distinción entre "alimentado" y "bien nutrido". El chico que ingiere una comida rápida estará alimentado, pero no bien nutrido. Para que esta última calificación resulte aplicable deberán formar parte cotidiana de su dieta las verduras y frutas, las carnes blancas y el pescado, las harinas integrales, los lácteos. Y además, resulta esencial la práctica regular de actividad física.

Lamentablemente, el modelo anterior dista de ser el corriente incluso en numerosas familias cuyo nivel de vida es medio o medio alto. Bombardeo de televisión y exceso de horas delante de la pantalla de la computadora suelen ser el preludio de la ingesta de comidas sobrecargadas de grasas o hidratos de carbono. De allí que el diálogo del pediatra con la mamá y el papá sobre la elaboración de las comidas, así como la recreación de ese espacio saludable en todo sentido que es la mesa familiar, deben ser vistos como imprescindibles.

Al mismo tiempo, la pobreza material no merece ser catalogada como causa excluyente de la deficiente alimentación de muchos chicos. En el fondo de la cuestión radica una falencia educativa. Y es que enseñar a aprovechar los recursos de que se dispone resulta tan importante, a veces, como servir gratis un plato de comida.

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