Año CXXXVII Nº 48223
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 domingo, 30 de noviembre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Dedicamos esta charla a dos amigas, Patricia y Olga, quienes nos pidieron "algo lindo". Bueno... no sé si seremos capaces, pero lo intentaremos.

-Hablemos de Jesús, es decir hablemos del amor, algo siempre necesario de fortalecer, más aún en estos tiempos que corren. Pero antes de comenzar la charla quisiera hacer una aclaración que jamás hicimos, Candi, y que es muy importante: cuando hablamos de textos sagrados, de escrituras religiosas o de personajes de la religión, lo hacemos con el propósito de brindar una interpretación (personal) de tales mensajes para ser aplicados a la vida cotidiana. No es, de ninguna manera, tratar de arrimar adeptos para determinada fe, ni corriente religiosa, ni línea de pensamiento, ¿se entiende? O sea, estamos diciendo: miren, este es un mensaje interesante, cuya aplicación puede servir para que usted tenga una mejor calidad de vida.

-Naturalmente. Bueno, comencemos la charla sobre el amor, pero ¿sobre qué tipo de amor? ¿El amor filial, el amor entre los novios, amantes o los esposos, el amor entre hermanos, el amor al prójimo? Es importante discernirlo porque es frecuente escuchar estas palabras: "Hay muchos tipos de amor". Y en mi opinión esto es un error. Hay amores direccionados, pero la esencia del amor es siempre la misma. Jesús, que fue o es (como la fe de cada uno lo acepte) la personificación del amor, el "amor hecho carne" dijo que "nadie ama más que aquel que da la vida por un amigo".

-En cierto modo El lo expresó sabiendo cual sería su destino y anticipando que entregaría su sublime existencia por amor a la humanidad. ¿Hay personas que estarían dispuestas a dar la vida por un amigo?

-Es imposible que alguien llegue a amar tanto como fue capaz de amar el Galileo, pero yo creo que sí, que hay personas que son capaces de dar la vida por un amigo. Por ejemplo: hay padres que ante la posible muerte de un hijo estarían gozosos de entregar su propia vida para salvarlo. Y esto porque antes que padres son amigos. Pero es obvio que Dios, conociendo nuestras limitaciones y nuestra esencia imperfecta, no pide que se entregue la vida por un prójimo, pero sí recomienda, para estar acordes con el plan de la creación, que se entienda claramente lo que es amor. Un dicho popular dice que "amor es encontrar en la felicidad de otro la propia felicidad".

-En efecto y en ocasiones para que el otro sea feliz debemos "entregar" sino nuestra vida, al menos una parte de aquello que quisiéramos para nosotros. Es lo que vulgarmente conocemos como renunciamiento. Renunciar, por ejemplo, al deseo de que mi pareja tenga determinado perfil y aceptarlo como es; renunciar a que mi padre o mi madre sea como yo quiero y comprenderlo, tolerarlo y permitir que entre en mi vida tal cual es. Aceptar y aprender, incluso, que la dicha está en dar y que aun cuando no se reciba de la persona a la que se concede, ese sentimiento de paz y de dicha no se verá quebrado. Los espíritus muy elevados ni siquiera aspiran (no piensan en ello) a la recompensa de la divinidad, porque comprenden que en determinado punto de perfeccionamiento la esencia del espíritu se confunde con lo superior o Dios quien se goza dando. "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito".

-Claro, sería imposible suponer este pensamiento en la Madre Teresa de Calcuta o en Martín Luther King: "Hago esta obra porque quiero la recompensa de Dios". No, hacían la obra porque amaban, sin más.

-Así es. La conclusión es que quien entiende al amor como una transacción en la que el que da afecto debe recibir en la misma proporción está desvirtuando su esencia. Está poniendo allí cierto egoísmo y entonces transforma al sublime sentimiento en amor propio. Los resultados serán frustraciones y angustias. Ya sé... se dirá: bueno, pero yo no soy la Madre Teresa ni Martín Luther King, sólo un simple mortal, imperfecto, que se goza recibiendo. Y está muy bien que sea así. Por eso también la naturaleza, Dios o esa energía superior (póngale el nombre que usted quiera, Inocencio) ha establecido un principio de cumplimiento inexorable en todo el universo: el principio de los flujos y reflujos, de la acción y la reacción, de la causa y efecto. Por este principio, nadie puede recibir si primeramente no da. ¿Y qué dar? Pues entre otras cosas la posibilidad de dejar al otro ser lo que es. "La prueba de amor a aquel que amamos es dejarlo vivir libremente".

Candi II

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