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 domingo, 30 de noviembre de 2003

Análisis político
Las bolillas más duras del examen

Mauricio Maronna / La Capital

Néstor Kirchner sabe, como todo peronista, que la realidad es la única verdad.

La fecha bisagra del 10 de diciembre no es un capricho del almanaque: hasta ese día debería haber gobernado Fernando de la Rúa (o Eduardo Duhalde), pero la irracionalidad institucional le tiró al santacruceño la responsabilidad por la cabeza. Hasta ahora no lo hizo mal, pero desde ahora se vienen las bolillas más difíciles del examen.

Los piqueteros, la incipiente protesta de los estatales por aumentos de salarios, las presiones políticas del duhaldismo, las operaciones a cielo cerrado de los heridos que dejó la cirugía mayor sin anestesia sobre la Corte, la Policía Federal, las Fuerzas Armadas, los tenedores de bonos defaulteados (y siguen los heridos) requerirán de un jefe del Estado equilibrado y dispuesto a escuchar a los bienintencionados (sean de izquierda, de centro o de derecha). Y darles importancia relativa a quienes hasta ahora solamente se han dedicado a endulzarle los oídos y escribirle un remozado y empalagoso "Diario de Yrigoyen".

Más allá de los impresentables dirigentes piqueteros que amenazan con defender al presidente "a tiros" (léase Luis D'Elía) o a los que se atreverían a "tomar la Casa Rosada" (léase Raúl Castells) mientras se aferran a sus canonjías, el crecimiento de quienes salen a protestar obedece al mayor drama que padece la Argentina: indigencia, pobreza y desempleo.

El escritor José Pablo Feinmann (tal vez el intelectual más fascinado por Néstor Kirchner, a quien llegó a comparar con Jean Paul Sartre) dijo en su libro "Escritos imprudentes" (Editorial Norma, página 30): "Los desocupados de hoy no parecen herederos ni de los federales del siglo XIX, ni de los anarquistas, ni de la trabajadora y hogareña clase obrera peronista ni de nadie. Son nuevos, son el fruto salvaje del capitalismo salvaje. Habrá que escucharlos".

La sentencia de Feinmann parece vieja: ya fueron escuchados, ahora hay que darles soluciones.

El peor error que puede cometer el oficialismo es caer en el exitismo, una oscilación anímica histórica de los gobernantes vernáculos. En ese marco, sorprendió que el ministro más eficaz y mesurado que tiene el Ejecutivo, Roberto Lavagna, haya caído en la tentación de decir que la devaluación argentina fue la más exitosa del mundo.

Todas las devaluaciones llevan un sino de tragedia. ¿Cómo explicar el zarpazo que se produjo al ingreso de los trabajadores cuando Jorge Remes Lenicov destapó el corcho de una botella que llevaba en su interior los peores males de la gaseosa economía argentina?

Uno de los grandes esperpentos de la década menemista fueron los espejitos de colores vendidos bajo la consigna dialéctica del "formidable crecimiento macroeconómico", al mismo tiempo que la mayor parte de la sociedad descendía escalón tras escalón.

No hay empleo sin inversión, y no hay inversión en un país que no cumple con sus deudas ni se esfuerza en salir del default. ¿Por qué casi no trasciende en los grandes medios nacionales que los funcionarios de la embajada argentina en Alemania deben ir a cobrar su sueldo a Suiza por temor a los embargos?

Desde esta columna se preguntó el domingo pasado si no era un simplismo seguir batiendo el parche exclusivamente en la Maldita Policía, dejando de lado la maldita estructura de poder en la provincia de Buenos Aires.

Esta semana los hechos parecieron ir en sintonía con aquel interrogante: la propia esposa del gobernador Felipe Solá debió reunirse con Kirchner para pedirle una desesperada ayuda frente al apriete territorial por los cargos de los barones del conurbano.

"Solá sabe que es un gobernador con fecha de vencimiento. Y no es Felipe, es Falapi: facha, labia y pilcha", chicaneó ante La Capital un ex funcionario de Eduardo Duhalde en la Casa Rosada.

Los newsletter de analistas bien informados manejaron durante la semana la versión de que Graciela Giannettasio (vicegobernadora electa) ocuparía el rol de quien cometió la gaffe hace algunos años de declarar que "para mantenerse en política hay que hacerse el boludo".

La anodina transición santafesina muestra a Carlos Reutemann deshojando la margarita antes de definir si se irá del gobierno con uno de sus golpes de efecto tradicionales. Ya decidió que dejará certificado bajo escribano público el dinero que quedará en las arcas del Estado, pero falta resolver si le pone la rúbrica a un aumento salarial para los empleados estatales, pese a que sus colaboradores descartaron esa posibilidad.

La idea de decidir un incremento destinado exclusivamente a policías pareció obra de un elefante en un bazar y no de un funcionario jerarquizado. ¿Qué otra cosa que no sea una lluvia de reclamos de mejoras de todos los sindicatos estatales podía esperar el gobierno?

El bajo perfil del Lole durante la ceremonia de juramento como senador nacional muestra lo que serán sus futuros pasos, y desmiente a quienes gastaron tinta y palabras en ubicarlo como el líder de un polo opositor refractario al presidente.

Muchos se sorprendieron hace siete días cuando se anticipó que Carlos Chacho Alvarez (de vicepresidente de la Nación a periodista en el canal de cable Plus Satelital) comenzó a actuar como operador político de un espacio pro kirchnerista que intentaba cooptar a Hermes Binner.

El intendente rosarino firma documentos contra la transversalidad y declara que no se irá del partido pero nada lo hace más feliz que estar cerca del presidente. En el PS lo observan con ojos de afilador de cuchillos.

Por lo pronto aparecieron algunos frenos y ayer no estuvo en el lanzamiento de Confluencia Argentina, un conglomerado de ex frepasistas reconvertidos primero a la Alianza y ahora al kirchnerismo.

Mientras en el futuro oficialismo provincial se acelera la puja entre el "grupo de los intendentes" y los obeidistas ortodoxos, el gobernador electo (sin la guayabera cubana ni el frac de los liberales hispanoargentinos) comenzará dentro de once días la difícil tarea de demostrar que no todo tiempo por pasado fue mejor.

Cómo dejarle en claro a Reutemann que "no es el fruto de sus ideas ni el reflejo de su error" no es solamente la letra de una bellísima canción pop: es el principal interrogante que desvela al futuro jefe de la Casa Gris.

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