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 domingo, 30 de noviembre de 2003

El cazador oculto: Las enseñanzas del buen filósofo

Ricardo Luque / La Capital

"Sólo se vive una vez", escribió el filósofo italiano Adalberto Montesano en su libro de memorias "Me separé y soy infinitamente feliz". La máxima, que ha servido para justificar todo tipo de excesos, animó a los invitados al cumpleaños de Canal 5 a lanzarse como marabuntas enardecidas sobre las mesas servidas en el salón principal de Terrazas del Paraná. Al frente de la legión se ubicó Claudio Joison, quien dio cuenta con la voracidad de un tiburón caribeño cada una de las exquisiteces que las huestes de Marta Cura ponían a su alcance. Desde la barra, donde había buscado refugio cuando el malón se lanzó sobre los canapés, Guido Martínez Carbonell se esforzaba por deshacerse de un borrachín que no paraba de tomar champagne y hablarle a los gritos. Por suerte, cuando vio llegar a la sexy Natalia Garay (una vez más con un peinado estilo Parakultural), el muchacho salió corriendo a su encuentro. En su veloz carrera estuvo a punto de volcar su copa sobre el inmaculado vestido blanco con el que Nora Nicotera se había dejado caer en el lugar. "Parece una novia", murmuró galante Héctor Yuvone mientras se encaminaba al encuentro de la directora de Radio Clásica. Tan absorto iba en sus pensamientos que ni cuenta se dio del empujón que le dio a Mariela Spirandelli. La conductora de "La revista", que había elegido también para la ocasión un equipo blanco, estuvo a punto de caer en los brazos de Marcelo Foyatier. El publicista, que con una camisa a cuadros y pantalones vaqueros parecía un leñador de cuento para niños, amagó a sostenerla. Pero su esfuerzo fue inútil. Tanto como los intentos de Julio Perafán de mezclarse con los ejecutivos de traje y corbata y dientes afilados que pululaban por el lugar. ¿Nadie le avisó que las bombachas de gabardina son para los asados en el campo y no para una fiesta chic? "Con una nariz colorada da justo para el Payasadas 2003", bromeó un gordito de cachetes sonrosados al que los ojos se le salían de las órbitas cada vez que se le acercaba una promotora. "Y ese, ¿quién es?", preguntó señalando con el dedo a un flacucho de ojos claros que se pavoneaba como una diva. Nadie le contestó. Nadie lo conocía. Pobre Lisandro Cavatorta. Ni la televisión pudo hacerlo famoso.

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