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 viernes, 14 de noviembre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Hoy le voy a relatar una brevísima historia de un rabino. Una historia muy antigua pero que tiene mucha vigencia hoy. Hoy, que vivimos en una sociedad de consumo que genera en nosotros tantas ansiedades.

-¿A ver cuál es la historia?

-Un judío bastante rico que fue a visitar al rabino Yisrael Meir Hakohen, apodado Jafetz Jaim, se sorprendió al ver que en la casa del religioso casi no habían muebles. El visitante le manifestó su sorpresa por el hecho de que la vivienda prácticamente careciera de mobiliario y sólo tuviera lo estrictamente indispensable. El rabino le expresó: "Usted debe tener mobiliario atractivo y muy bien hecho. ¿Por qué no los trae consigo?" El visitante, bastante desconcertado por la pregunta del maestro le respondió, "¡Pero yo ando de viaje! Piense cuán difícil e impráctico sería para mí llevarlo conmigo. Me las arreglo con lo que hay disponible en las posadas". El Jafetz Jaim entonces con una sonrisa le dijo: "Bien, yo también ando de viaje, con poco tiempo para preocuparme del mobiliario. Me las arreglo con lo que tengo".

-¡Una respuesta genial!

-Sí, muchos de los problemas y las dificultades por las que atravesamos son consecuencia a veces de esta necesidad dislocada de poseer todo aquello que nos ofrece esta sociedad de consumo. Una sociedad de consumo que no es solidaria y que en cierta forma es perversa porque apelando a mensajes falaces ofrece productos que una amplia franja de la población no puede adquirir y otra amplia franja los adquiere a costa de problemas. El sistema es además ladino, porque para motivar a esta franja, para impulsarla a consumir, utiliza sofisticadas técnicas de persuasión a través de elaboradas técnicas de mercado y publicidad. Por ejemplo: estamos acostumbrados a asistir a la maldita frase de ciertas marcas que emparentan el éxito con ellas. Quien puede acceder a ese producto es un hombre de éxito, quien no es poco menos que un fracasado. ¿Qué huellas deja este mensaje en la mente de un adolescente o de un niño, por ejemplo?

-Sí, lamentablemente es en este marco en el que desarrollamos nuestras vidas. Pero, ¿qué hacer?

-Yo no creo que esté mal tratar de acceder a todo aquel confort que nos propone la modernidad, al contrario. Sin embargo, sí está mal que accedamos a esa comodidad "a cualquier precio".

-¿Qué quiere decir con "a cualquier precio"?

-Que no es atinado acceder a ciertas cosas a costa de comprometer nuestra estructura mental. Y la comprometemos cuando la consecución de ciertos bienes nos traen inexorablemente dificultades, perturbaciones emocionales y éstas a su vez problemas físicos, orgánicos. ¿Me entiende?

-Sí, lo entiendo.

-Lo que decía el rabino es muy sabio: andamos de viaje y con poco tiempo como para preocuparnos por el mobiliario. Se debe comprender que en la vida hay cosas muchos más importantes que ciertos bienes materiales que trascienden la calificación de necesarios y uno no debería sucumbir ante los cantos de estas sirenas que nadan por el mercado.

-Le diré que no es nada fácil resistir a ciertas tentaciones.

-Claro, pero cuando se comprende que las cosas que nos tientan es veneno dulce que atenta contra nuestra calidad de vida, entonces lo sabio es no probarlo. Además, piense Inocencio y respóndase: ¿usted es más noble, más auténtico y, en general, más como persona que alguien que lleva en su sweter la insignia de una marca francesa, un reloj con coronita o hace derrapar un poderoso auto de dos litros de cilindrada? En buenahora aquel que pueda lograr tal confort, tal placer sin dificultades, pero créame que obtenerlo a costa de lo esencial de la vida no es negocio. Los sabios (sean ricos o pobres) siempre respetan a las personas no por su posesión, sino por su autenticidad y nivel de sabiduría. Ese y no otro es el gran valor humano.

Candi II

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