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 domingo, 12 de octubre de 2003

Recorrido por las calles empedradas de la ciudad que fue capital de Brasil durante la colonia.
Salvador: La perla negra del Brasil
La vida cotidiana está impregnada por una mezcla de religiosidad, superstición y ritmo de candomblé

José L. Cavazza / La Capital

Quien visite Bahía, en el nordeste brasileño, básicamente deberá dejarse guiar por los cinco sentidos y, más aún, al subir o bajar las callecitas de empedrado negro del Pelourinho o pisar las arenas claras de las playas, tendrá que andar con la cabeza y el corazón abiertos. Porque Salvador, con 500 años de historia y capital de Brasil durante la colonia, penetra por los sentidos y es mucho más que un puñado de playas de agua traslúcida y cálida. Por eso, quien sólo busca adormilarse bajo el sol y junto al mar, el destino seguramente no es Bahía, a pesar de sus 30 kilómetros de costa y balnearios, desde la Barra, la playa de los viejos fuertes (hay 14 en Salvador) y el faro, hasta Arembepe, la playa hippie que se hizo famosa por las visitas de Mick Jagger en los 70. Río Vermelho, Pituba, Jardim de Alah, Piata, Itapua, Portao y Buraquinho, son otras de las playas urbanas más visitadas de Bahía. Como si no bastase, frente a la ciudad está la isla de Itaparica con sus extensas playas y hacia el sur a 70 kilómetros mar adentro, el Morro de Sao Paulo, sobre la isla de Tinharé, un verdadero paraíso tropical con bellísimos balnearios y un paisaje exuberante de cocotales.

Está claro que para recorrer Salvador vale más la mirada de viajero que el ropaje de turista. Los caminos de la ciudad —las veloces avenidas de los valles y las calles empinadas de los morros— están bajo la protección de Exu, orixá del movimiento en el culto de los candomblés y confundido por muchos con el diablo en el sincretismo religioso. A Exu no le gusta quedarse quieto, por lo que no es fácil seguirle los pasos.

Las calles de Bahía tienen un olor particular. El aroma a dendé —el aceite de palma— invade Salvador, que llega también mezclado con otros olores picantes en el acarajé, un manjar popular que las bahianas venden al paso, o el vatapá con pimienta o la dulce cocada. Todo en Bahía parece tener características muy propias y populares. Se percibe una tradición popular en la ciudad negra por excelencia. Rincón donde la religión y la superstición muchas veces se confunden, por lo que los cultos católicos adquieren extrañas y sensuales modalidades y, casi siempre, rodeados por el aura fetichista del candomblé.


Influencias africanas
La religión católica, para sobrevivir en Bahía, tuvo que aprender a adaptarse a las influencias africanas y convivir con fiestas populares como la del Senhor de Bonfim a pesar de la oposición de parte de la curia. Exu protege la ciudad pero también lo hace el Cristo Redentor de los católicos. Fabián Baglietto, un joven montevideano con varios años de residencia en Bahía y guía a sol y sombra de nuestro fampress —organizado por la Embajada brasileña en Argentina y el Comité Visite Brasil— casi a modo de introducción nos advirtió: "En Salvador, cada día comienza con una bendición y finaliza con una fiesta pagana".

Visitar el Pelourinho por la noche en la ciudad alta —y si es martes mucho mejor— es una parada que no puede obviar el viaje. En los últimos años el barrio está vigilado por los cascos de la PM para que los turistas puedan moverse con total libertad. Los atabales retumban en las esquinas, donde las estrechas calles empedradas se abren como abanicos y se convierten en pistas brillosas donde un pueblo mestizo, pobre y charlatán, baila al compás de tambores, guitarras y cavaquinhos.

En la ciudad todos saben que los martes, entre las 21 y la medianoche, Olodum ensaya en los altos de un caserío; por 30 reales se puede entrar para verlos. Mientras, una legión de vendedores ambulantes —que ofrecen desde collares hasta quesos asados— atarán gratis a las muñecas de los visitantes la cinta del milagro del Senhor de Bonfim y luego los seguirán hasta el fin del mundo para venderles su artesanía. Pero tranquilo: "Bahiano molesta pero no secuestra". Es la frase preferida que los bahianos les dedican a los argentinos.

Bahía no es sólo un paisaje bello, extraño y caótico. A Bahía hay que verla con ojos de amor. "La belleza vive en esta ciudad misteriosa, pero tiene una compañera inseparable, el hambre", dice Jorge Amado en su guía de calles y misterios "Bahía de todos los santos". El 75 % de la población vive en los barrios obreros y favelas de los morros sureños de la ciudad. Estrada da Libertade, Cosme de Faria, Massaranduba y Coréia están desbordadas de conventillos infames. Los ricos viven en barrios privados junto al mar, preferentemente en la región norte de Salvador, y de noche recorren el Aeroclube, un inmenso shopping con 70 locales comerciales, discotecas, salones de fiestas y patios de comida. En Pituba, Jardím de Aláh, Morro de Ipiranga, Costa Azul, Vitoria y Barra, algunos de ellos barrios altos de edificios coloridos, residen las clases media y media-alta.


Barrio bohemio
Río Vermelho es el barrio bohemio, donde vivieron y viven algunas de las figuras más importantes de la cultura bahiana, desde el poeta por excelencia de la ciudad, Dorival Caymmi, al escultor Mario Cravo. También Río Vermelho es famoso porque el 2 de febrero se hace la procesión fetichista de Yemanjá, día en que los pescadores le tributan cantos y regalos a su reina, la señora de las aguas, doña Janaína o Yá.

Itapuá, que antes de ser balneario fue colonia de pescadores, se hizo popular por ser la playa predilecta de Caymmi que le dedicó varios de sus poemas y también de Vinicius de Moraes, transformándose con los años en un barrio elegante y de pobladores famosos. En el morro de la Paciencia tienen sus residencias Caetano Veloso y Gal Costa.

El visitante, a modo de orientarse puede dividir Salvador en dos, la ciudad alta y la baja. Entre el mar y el morro, la ciudad baja está habitada por las casas comerciales, el Mercado Modelo que fue el edificio de la Aduana, típicamente portugués y construido durante el reinado de don Joao VI, los bancos, los grandes hoteles, las firmas extranjeras y edificios como el del Instituto del Cacao. De noche, la ciudad baja permanece en silencio, mientras el ruido sube hacia la ciudad alta, salpicada de música, el latir del candomblé y las fiestas profanas con sus negras que se parecen a reinas de tribus desaparecidas. Mientras, la baixa Dos Sapateiros, es una extensa calle siempre repleta de gente, y es una especie de intermediaria entre la ciudad baja y la alta.

"Toda la riqueza del bahiano, en gracia y civilización, toda su infinita pobreza, drama y magia nacen y están presentes en esa parte antigua de la ciudad" (Jorge Amado). El Pelourinho es el corazón de la vida popular bahiana. "Por la noche es un escenario dramático, haya luna o no. Las puertas de las casonas, cargadas de sombras, de olores, de rumores, parecen bocas del misterio. Paseantes cansados, borrachos que dialogan con su sombra, risas sueltas de mulatos resuenan en el fondo de las inmensas sombras, porque a esa hora el Pelourinho es un pozo sin fondo" (Carybé).


Ritual candomblé
Si el visitante desea participar de una representación de ritual candomblé, todas las noches el Solar do Unhao —una ex refinería azucarera en la zona baja de la ciudad— ofrece buenos platos locales y una presentación excelente aunque bastante for export de ritos candomblés y show de capoeira, donde los turistas europeos desembolsan entre 40 y 50 dólares por cabeza. Sobre un escenario que simula ser un terreiro en el centro del salón, una música monótona brota de atabales de tres tamaños. Al principio la danza es simplemente ritual y ceremoniosa, porque aún no bajaron los dioses. Allí están Omolu, dios de la viruela y médicos de los pobres, con su máscara de paja; Yemanjá, con su traje azul y blanco imponente, y Oxalá, de punta en blanco, el más grande de los santos, entre otros orixás. Antes de la representación, hay que comer algunos platos típicos, el carajé, el cabará, el acaçá, y tomar caipirinha para apagar la pimienta.


Una iglesia por día
Exageraba el poeta Caymmi al decir que en Bahía había 365 iglesias, una por cada día del año. En realidad, en Salvador hay algo más de 70 iglesias. La más célebre es la de Sao Francisco, en el Pelourinho, cuya construcción se inició en 1587 y finalizó en 1596. Mientras una fina capa de oro envuelve los interiores del templo, preciosos azulejos portugueses recubren las paredes de su patio central.

Otra iglesia digna de visitar es la popular Igreja do Bonfim, en la cima de una colina desde donde se ve buena parte de la ciudad. Quizá la mejor muestra del sincretismo religioso de Bahía se puede observar en este templo, donde el fetichismo y el catolicismo se dan la mano. Millares de objetos ofrecidos al santo por ex votos en pago de promesas cumplidas (deformidades modeladas en cera y millares de impresionantes fotografías) integran una especie de doloroso museo de los milagros.

En la mañana del tercer martes de enero, Bahía toda se encamina hacia la colina de Bonfim, y comienza la fiesta del santo más popular de la ciudad, que no es exclusivo de ninguna religión. El maestro Edison Carneiro la considera la mayor fiesta fetichista del Brasil. La ceremonia de Bonfim dura ocho días, pero su momento es el jueves del lavado, con la procesión que lo precede.

A metros del Largo de Pelourinho se encuentra otra de las más populares iglesias bahianas, la de Nossa Senhora do Rosario dos Negros. Toda azul y vinculada a los ritos del candomblé, a sus pies subió desnudo la calle empedrada Vadinho, el personaje de "Doña Flor y sus dos maridos", y años después Michael Jackson grabó un videoclip junto a los integrantes del Olodum.

"Cuando dejes Bahía atrás, llevarás contigo en los ojos y en el corazón el recuerdo de la ciudad y del pueblo", escribió Jorge Amado sobre el final de su guía de calles y misterios. Algo de esto sucede si se entra a Salvador con el corazón abierto y los ojos atentos de viajero.



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En Salvador hay más de 70 iglesias.

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