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 miércoles, 08 de octubre de 2003

Infierno doméstico. Ningún funcionario judicial fue al chalé de Funes
La policía hizo el sumario sola y nadie de la Justicia controló
La fuerza investigó sin supervisión lo que pasó en casa de Adorna, denunciado por aportar a la caja de la URII

La Justicia no se presentó, cuando todavía había pruebas frescas desplegadas, a verificar la magnitud del desastre desatado dentro del chalé de la familia Adorna. Quienes tomaron la investigación supieron del hecho a las 21.40. Uno de los responsables de la Brigada de Homicidios señala que dio cuenta al tribunal en turno veinte minutos después. Pero hasta anoche, pese a la tremenda magnitud e impacto público del caso, ningún funcionario judicial, ni juez ni la fiscal, había acudido al lugar del hecho.

El significado práctico de esta ausencia es que el Poder Judicial no supervisó la elaboración del sumario del incidente, en el que están acopiadas las principales voces, indicios y evidencias que estaban en el lugar en los momentos posteriores al acto criminal y que inician el expediente. Esta cuestión -así la confección del acta haya sido impecable, algo que no puede saberse- implica la omisión de control de la Justicia sobre la preventora.

Esto tiene un significado político importante dadas las oscuras relaciones que se le adjudican a Alberto Adorna, dueño de casa y primera víctima del doble homicidio, con la policía que investiga. Adorna, que tenía 50 años, fue señalado en informes volcados a este diario -la mayoría procedentes de empleados policiales- como contribuyente mensual de la recaudación ilegal institucional de la Jefatura de Rosario, desde su condición de capitalista de juego clandestino. Este diario dio cuenta anteayer, en una extensa nota, de esos lazos. E incluso de que mantenía estrecha amistad con su vecino Francisco Previtera, ex jefe de Unidad Regional II, echado en 2001 tras el escándalo de las cajas negras en la fuerza.

Pese a esa oscura trama de intereses que fue pública, y no ha sido refutada, la misma policía manejó el caso sin orientación del juez. No es descabellado arriesgar que con una pesquisa autónoma podrían salir a la luz los muy denunciados lazos entre Adorna y la policía. Aunque la facultad policial preventiva es legal, la ausencia del juzgado y la fiscalía desde el inicio del caso está cargada de sentido.


El móvil, las armas
La investigación policial apuesta a aclarar el hecho con una estrategia centrada en la conducta de Tulio, el chico que disparó, y no en la de su entorno. La hipótesis relativa al uso de drogas sólo apunta a él: hay exámenes bioquímicos y una rinoscopía requeridos sobre Tulio pero el juzgado no pidió, hasta ahora, análisis anatomopatológicos -de las vísceras- de su padre y hermano fallecido. Tampoco hay especial énfasis, dicen allegados al caso, en establecer cuál era la atmósfera de la casa. No hay hipótesis explicativa más allá de un brote de locura de Tulio. Eso es algo que existió, pero todo se orienta a destacar eso más que sus detonantes.

La falta de análisis sobre las víctimas tiene elocuencia: si se arriesga que Tulio estuvo bajo efecto de drogas no habrá que descartar, en un plano conjetural, que también las víctimas puedan haberlo estado. Los investigadores suelen decir que el muerto habla desde su cuerpo y desde lo que fue en vida. Y el chico, en la actitud criminal, pudo poner en acto algo opresivo que tal vez esté expresado en los cuerpos o en las conductas domésticas de los otros de su entorno.

Si no se investiga el entorno se puede estar tapando lo que el chico, con su conducta, señaló. Disparar seis tiros, matar a dos familiares y herir a otros dos no es un acto de la naturaleza. La clave puede residir en la historia familiar. Algo que no perderá validez aún si los exámenes de laboratorio indican que Tulio actuó bajo efecto de drogas. Ya que no todos los consumidores de droga balean a sus familias.

¿Qué de la trama doméstica? Hay pautas a despejar. La familia tenía en su casa sofisticadas armas de guerra al alcance de todos. Una escopeta calibre 12.70 es muy poderosa. Había balas de punta hueca, diseñadas para provocar mayor daño que las comunes. También 120 proyectiles. Y una Bersa calibre 22 con silenciador. Es harto infrecuente que alguien que posee un arma con intenciones defensivas, como legítimo usuario, le coloque un silenciador. Al contrario, ese aparato la convierte en ofensiva. El silenciador parece cargado de simbolismo. ¿Qué cuestión quiere silenciar alguien que tiene una pistola con ese elemento?

De la conducta de Alberto Banana Adorna como eventual detonante de la acción de su hijo no hay nada. No hay estudios encargados -pese a que fue públicamente denunciado por manejos irregulares- para saber cómo costeaba su desahogada vida y si su patrimonio se corresponde con actividades lícitas y su aporte de impuestos. En el Club de Velas fue caracterizado como un hombre "irascible y conflictivo" (ver página 30). Cómo entronca la figura y comportamiento paterno en el análisis de las motivaciones de Tulio no parece, por consiguiente, algo menor.

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Alberto Adorno era amante de la navegación.

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