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 miércoles, 08 de octubre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-"La soledad siempre fue para mí más punzante en primavera. Tal vez porque en el otoño todo está un poco teñido de vacío y uno se confunde entre tanta melancolía. Los aromas de la primavera, los colores de las flores, las esperanzas reflejadas en los ojos, el bullicio de sueños nacientes siempre me hicieron sentir un poco más aislado, acaso porque siempre creí que ya nada de eso podía nacer en mí. Pero aquel amanecer en París, no se por qué, jamás me lo pregunté, fue el más inmenso de todos los desiertos que se hicieron en mi alma..."

-¡Qué nostálgico! ¿Qué me está leyendo?

-"Desde la ventana del quinto piso de la calle Jaurés (una ventana tan nostálgica como mi propia alma, porque las ventanas mudas, silenciosas y quietas sólo pueden mirar al mundo melancólicamente desde su sin sentido) yo observaba la insignia de París que se levantaba enhiesta, soberbia, orgullosa pero inmutable a las cosas del mundo, como si desde aquella altura no se pudiera sentir el latido humano. De alguna forma la majestuosa torre simbolizaba a los franceses que andaban por París cargando con sus pequeños mundos, sin importarles demasiado el mundo de los demás humanos..."

-¡Vaya cuanto gris en aquella primavera!

-"Me pregunté entonces escépticamente si Dios no estaría, como aquella torre, muy ocupado en las constelaciones como para reparar en mi remota soledad parisina, pero preferí no buscar demasiado la respuesta. Miré a través de la ventana aquella urbe alfombrada sobre los techos con una tenue neblina y mi vista se fue más allá, mucho más allá del difuso horizonte, como si quisiera posarse (¡qué vana y absurda inocencia!) en aquella tierra lejana, tan lejana en el espacio y en el tiempo..."

-Triste, pero lindo.

-"Rosario siempre para mí estuvo lejos. Siempre desde que aquella mañana de la primavera en el departamento diez de la calle Primero de Mayo (tan cerca de otro símbolo levantado hacia el cielo) me dijeron que te habías ido ¿Adonde? pregunté desde mi confusa mente. Nadie, en ese instante, lo dijo exactamente, pero yo lo comprendí todo y comprendí por vez primera de que se trata eso de la soledad. Aquel despreciable monstruo que por alguna razón debe existir (porque los años me hicieron comprender que todo, o casi todo, tiene una debida razón) no era la única vez que golpearía a mis puertas..."

-Más triste, pero más melancólicamente dulce ¿Qué es, Candi?

-"Sí, desde aquel día Rosario siempre estuvo lejos, porque Rosario eran para mí tus ojos, tus abrazos, tus palabras llenas de esperanzas. Ya ves, ahora estoy aquí, en este París desconocido, más lejos que siempre, más solo que nunca, escribiéndote esta carta, una carta que nunca llegará, lo sé, porque el correo parisino, que confieso tiene un buen servicio, aún no ha logrado hacer entregas en el cielo..."

-¡Candi! ¿Pero que está pasando?

-"Pero estoy seguro que sentís lo que yo siento y que tenés, como siempre, como eternamente sucederá, las respuestas para tantas preguntas que me afligen. Sí, claro que sí, creo escuchar tus palabras, siento tu voz cortada tempranamente del árbol de la vida que me dice: "Es hora de que vuelvas". Sí, tenés razón, es hora de retornos. París es lindo, pero Rosario aún lo es más. Allí, como en todas partes, los seres también cargan con sus mundos sobre las espaldas, pero sucede con frecuencia (a veces disimulada pero hermosamente) que se detienen a observar si los mundos de los otros no se tornan tan pesados que puedan derribarlos. Sí, tenés razón amor mío, si sigo aquí en París ¿quién me levantará cuando este pesado mundo mío me desplome?"

-¡Uh! ¡Dígame ¿qué es esto?

-"Rosario, allí, junto a la fuente del Parque Nacional, quiero sacar un pasaje hacia el pasado para escuchar tu voz que me diga: "Ahora que estás aquí volvé, volvé a sentir el aroma de la primavera, la esperanza entre las calles, volvé para encontrarme entre la gente". Perdón Inocencio, estas palabras las escribí alguna vez en París cuando el recuerdo de una tierra lejana y un amor que se perdió en el espacio y el tiempo de una primavera me hizo sentir tan triste como hoy. Perdóneme. Inocencio...: ¿Por qué será que los aromas de antaño se mezclan con los recuerdos de imágenes y voces? A veces siento que el aroma de una piel cobra vida y se posa a mi lado, como ahora.

Candi II

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