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 domingo, 05 de octubre de 2003

Para beber: Grandes clásicos franceses

Gabriela Gasparini

Cuentan que por 1815, cuando era el representante de Francia en el Congreso de Viena el famoso diplomático francés Talleyrand, brindó una cena regada por uno de los grandes vinos de la Borgoña, un Chambertin con veinte años de añejamiento. Entretenidos en los dimes y diretes del encuentro, sus invitados no le prestaron la más mínima atención a lo que tomaban, más interesados en el chismerío que en otra cosa. Ofuscado, y dejando de lado toda norma de cortesía, el anfitrión arremetió casi a los gritos: "Señores, cuando se bebe un Chambertin como este, no hay que distraerse con frivolidades. Hay que tomar la copa con delicadeza, mirar el vino al trasluz, llevarlo a la nariz un instante, dejar la copa luego sobre la mesa y hablar de él, no de política europea, que es menos importante".

El sermón iba dirigido nada menos que al rey de Inglaterra y al zar de Rusia, quienes se contaban entre los invitados que escuchaban azorados, pero que terminaron aplaudiendo y se dedicaron sin más a seguir sus consejos.

Vaya uno a saber si esto fue así, pero lo cierto es que muestra las pasiones que los grandes clásicos franceses despiertan en sus seguidores, esos vinos que fueron y todavía son imitados sin piedad en cualquier rincón del globo donde se plante un viñedo, aunque ahora valga la pena resaltar que desde hace ya un tiempo a esta parte, los productores del llamado Nuevo Mundo vinícola se decidieron a llevar adelante la personalidad de sus terruños.

¿Qué es lo que han intentado reproducir, cuáles son las características de estos vinos? Antes de empezar con las descripciones hay que dejar en claro que nada está librado al azar y que todo está fríamente calculado. No se puede plantar la cepa que uno quiera donde le parezca, es el terroir quien manda, y de hecho es ilegal plantar Chardonnay en Burdeos y Merlot en Borgoña, para dar un ejemplo.

Empecemos por Burdeos. Esta región es la mayor productora de buenos vinos del mundo, poseedora, por ende, del más copiado de los tintos. Pero no es lo único que tiene para ofrecernos: excelentes blancos secos y el maravilloso Sauternes nacen de sus viñas. Habría que acercarse a un mapa para comprender un poco de qué hablamos, pero en síntesis la cosa es así: los viñedos están separados por el Garona y el estuario del Gironda en dos grandes regiones que reflejan dos estilos de vinos: en la margen izquierda, reina la Cabernet Sauvignon y en la derecha ejerce su dominación la Merlot.

Pero a su vez, dentro de esta gran división hay pequeñas zonas cada una con una característica distintiva, y éstas a su vez cobijan otras más pequeñas. Es un increíble entramado de cualidades, y así no es lo mismo un vino de Graves que uno de Médoc, ni un Saint Emilion que un Pomerol (lugar donde se elabora uno de los vinos más caros del mundo) el ChÉteau Petrus, del que nunca escribí porque me da un poco de pudor hacer un relato sobre los miles de dólares que se suelen pagar por una botella. Pero alguna vez será. Para terminar quería decir que estos grandes vinos no son varietales, en ellos se pueden mezclar Cabernet Sauvignon, Merlot, Cabernet Franc, Petit Verdot y a veces hasta nuestra querida Malbec. Seguiremos.

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