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 domingo, 05 de octubre de 2003

Carlos María Domínguez
Una vuelta de tuerca en la aventura de narrar
La novela "Tres muescas en mi carabina" redescubre al río como ambiente todavía ignorado por la literatura

Jorge Boccanera

En su última novela, "Tres muescas en mi carabina", el escritor Carlos María Domínguez le da una vuelta a la narrativa rioplatense, que acostumbra a situar sus personajes desde una perspectiva urbana, para adueñarse de la ribera y situar en el Delta una serie de personajes marginales.

Este punto de vista, que a juicio del escritor "Buenos Aires ha perdido y que se conserva en el Uruguay", involucra mucho más que un escenario determinado, sino que configura una mirada diferente a la habitual: reafirma lo salvaje en un escenario, desdibujado en su cotidianeidad.

En ese marco, el nudo de la novela, que acaba de publicar Alfaguara, es la supervivencia en un escenario salvaje; la utopía de personajes que pretenden plantar una isla en medio del torrente y echar raíces en el aire.

Tres protagonistas entre muchos, se alzan desde estas páginas espléndidamente narradas: una mujer, Julia (manejó durante gran parte del siglo XX el contrabando entre Argentina y Uruguay), una isla que vive de desmoronarse: la Juncal (frente a las costas de Carmelo, hoy abandonada) y el Río de la Plata.

Autor de las novelas "La mujer hablada" y "La casa de papel" y varias biografías (entre ellas la de Juan Carlos Onetti: "Construcción de la noche"), Domínguez es un diestro relator de las emociones al tiempo que transmite un espacio natural exuberante y de extrema rudeza.

Resulta un tanto extraña la elección de este ámbito, en el marco de una narrativa rioplatense que acontece casi siempre en alguna ciudad. Domínguez -que actualmente reside en Montevideo- sostiene: "Sí, el escenario es salvaje, tan misterioso como un río del Congo y a pocos kilómetros de Buenos Aires".

"Eso le da una coloración de novela de aventura inglesa, pero hay más -prosiguió el escritor-. En las ciudades el hombre confronta con sus propios espejos, máquinas y abalorios; en el Delta del Río de la Plata confronta con lo que no es. Eso lo convierte en criatura entre otras criaturas, con ese plus humano que lo diferencia de otras bestias. Me interesaba eso, que parece borrado en las ciudades, y emerge, desvalido, frente a las fuerzas de la naturaleza".

La parábola de la fundación -el propósito con aires de delirio de levantar una isla- está ligada a la utopía y se toca con otras instancias de la obra de Domínguez: la novela "La casa de papel" donde se intenta "levantar" una casa con libros y un libro donde aparece de nuevo la palabra "edificar", "Construcción de la noche".

"No había advertido la relación con mis obras anteriores, es legítima. Construir es la forma imperiosa que encontró el hombre para justificar su soledad en la naturaleza. Construir siempre será la utopía, en este caso derrotada por fuerzas indominables, el río, la selva, el lastre que sobrelleva el hombre", apuntó Domínguez.
Correntada de escritores
El escritor polemizó con los acercamientos literarios al Río de la Plata de otros escritores: "La literatura del Río de la Plata, prácticamente, no ha puesto un pie en el agua. Con desproporción argentina, muchos escritores han creído conocer el río sólo por su orilla occidental. Es un error que habla de las presunciones de un país confundido con su propio fundamento".

Y explicitó: "Argentina tomó el nombre del río: Mar de Argentum (Mar de plata). Como los conquistadores nunca encontraron plata, quedó el nombre de una utopía irrealizada".

"No es como decía (Eduardo) Mallea un río inmóvil; descarga una cantidad de agua infernal: más de 20 mil metros cúbicos por segundo. Es el tercero más caudaloso del planeta, después del Amazonas y el Congo. Tampoco es sólo de color café con leche -como lo veía Baldomero Fernández Moreno-, ni de melena de león -como decía Leopoldo Lugones-, sino que tiene tres colores simultáneos: ladrillo, pardo y verde marino. Borges le ha dicho: de sueñera y barro, seducido por el espejo argentino, pero levanta fiebres y sus limos y arenas alzan bancos, mueven canales y escriben cuentos borgeanos", señaló Domínguez.

El debate se continúa con un libro del narrador Juan José Saer, "El río sin orillas": "Saer describe al Río de la Plata sólo por la costa occidental argentina, supone que la costa oriental comparte más o menos el mundo mítico de Buenos Aires. No es así, son dos mundos distintos. El dice que carece de grandeza y se ríe de que lo llamen «el infierno de los navegantes», cuando su barco no pudo entrar al puerto de Montevideo por falta de agua. Si los canales no fueran tan estrechos y el río tan bajo, no habría centenares de barcos hundidos en este enterradero. Los capitanes de los grandes buques, aun hoy, se ponen nerviosos cuando sienten el roce de la quilla contra el fondo del lecho".

Estudioso del Río de la Plata y la cultura ribereña y él mismo navegante, agregó el escritor que este río: "Es un misterio. «Accidente transitorio» dicen los geólogos; un río condenado a desaparecer que desde hace ya más de 20 años no sólo carga centenares de náufragos sino miles de cadáveres arrojados por la dictadura militar, como marinos de un viaje sumergido en la conciencia. Pero le decimos •el charco' y nos sentamos a leer una novela sobre el Mississippi, o •El corazón de las tinieblas' en el río Congo. Haroldo Conti lo conoció bien, y por paradoja del destino acabó sus días arrojado a sus aguas".

La novela, consideró Domínguez, "es la lucha del hombre por conquistar lo inconquistable, esa derrota que el hombre sobrelleva frente a las fuerzas superiores de la naturaleza, y su lucha irrenunciable, aunque el fracaso esté anunciado de antemano".

Al mismo tiempo, "la metáfora bíblica del Delta, que de la muerte -ramas caídas, semillas, cagadas de pájaro, animales podridos, frutas descompuestas, restos de tela y mástiles de barcos hundidos- regenera la vida en un humus nauseabundo con una fertilidad y espesura abrumadoras. ¿Qué es el Delta? Una muerte que se mueve y cambia. Así son sus destinos".

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