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 domingo, 28 de septiembre de 2003

Personajes y destinos: Una casa, dos países

Gustavo Lorenzati (*)

Como supongo sucede siempre, o al menos es lo que yo imagino, cuando uno tiene que relatar alguna particularidad de un viaje, piensa primero en alguna travesía fuera de los límites del país. Otro pensamiento recurrente tiene que ver con las travesías de placer o vacaciones como mundanalmente se las menciona. Pero en este caso, mi relato no tiene que ver con ninguno de estos dos pensamientos.

En el 2002, me tocó trabajar para un programa de Canal 7 dedicado a las ONG de todo el país, y uno de esos viajes me llevó a la zona de San Martín de los Andes, Las Leñas y Bariloche.

Lejos de ser un viaje de placer, era imposible no disfrutar de la increíble maravilla de los paisajes patagónicos, sobre todo, teniendo en cuenta que a los lugares que el trabajo nos llevaba, no eran precisamente armados para el turismo.

Una de esas notas, que tenía relación con un emprendimiento turístico, nos movilizó desde Bariloche, y por más de cuatro horas de viaje, hasta el límite con Chile. El destino era una casa, que tenía una particularidad. Fue construida por un inmigrante francés que a principios de siglo se dedicó a vagar por las montañas hasta que se detuvo en un lugar, que a su parecer era el indicado, e instaló allí su casa.

Sólo Dios sabe cómo logró aquel prodigio hogareño de dos plantas revestido completamente con delicadas tejas de madera talladas una por una, más dependencias varias, como un corral, un lugar para la manufactura de fiambres y otro para cardar lana, todo en el mismo estilo. Tengamos en cuenta amigos, que este lugar está en el medio de la nada (recuerden las cuatro horas de viaje desde Bariloche y por lo menos seis horas a caballo, ya que aún hoy no hay camino hasta el primer lugar habitado del lado chileno. Siempre y cuando se pueda cruzar el enorme cañón, que supongo en aquellos años no tenía el precario puente que ahora se extiende sobre el agua).

Charlando con los descendientes del loco francés, nos contaron la historia del lugar. Llegaron un día dos personas que dijeron ser agrimensores que trabajaban para el gobierno chileno y cuya labor era marcar los límites del país plantando los famosos hitos fronterizos. Luego de medir, se llevaron una sorpresa, la línea imaginaria del límite, atravesaba el patio de la casa del huraño inmigrante, razón por la cual lo exhortaron a que traslade la vivienda al lado chileno o al argentino. Ante la rotunda negativa de cualquier movimiento o mudanza, optaron por poner el hito fronterizo justo en el medio de su patio.

A partir de ese día el francés durmió en Chile, pero a sus vacas, las ordeñaba en Argentina, comía en el país trasandino, pero sus ovejas resultaban de lana nacional, su vida conyugal la ejercitaba en el país de Neruda, pero sus hijos, resultado de tal ejercicio, jugaban en la patria de Maradona. Aún hoy, de hecho ese día lo comprobé, los carabineros (guardia militar chilena) estacionan su auto en Argentina para degustar sabrosos guisos, que una ya vieja nieta del inmigrante galo, les ofrece para combatir el frío.

Aquel día, mientras desandábamos los kilómetros hasta Bariloche, pensaba en la vieja historia de la humanidad. "Algunos marcan divisiones sólo para que otros las borren".

(*) Periodista y músico

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