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 domingo, 28 de septiembre de 2003

Rosario desconocida: Pasión por los mensajes urbanos

José Mario Bonacci (*)

La ciudad con sus motivaciones y características o en suma la ciudad y el universo de su ser emotivo y sugerente materializado en un cuerpo construido deviene en el tiempo como capítulo del "libro de piedra de la humanidad". La arquitectura, no existe por sí misma. Alguien la ha pensado, alguien la ha conformado y la conciencia colectiva o la falta de ella la convierte en lo que ella es. Al caminar una ciudad no puede olvidarse a quienes la pueblan. En su quehacer diario suman algo de su propio ser y en el territorio de la vida se interpenetran, para ser la ciudad y su gente, una sola cosa.

La memoria colectiva, sabia coleccionista de recuerdos y sentimientos, acoge esta energía humana y las presencias imprescindibles toman la dimensión que les corresponde en un plano de valor que la sociedad les otorga. Ninguna faceta de esta acción se excluye del concepto. Es por tanto inevitable la presencia de quienes sumaron a una vida el camino de la propia obra aportando al patrimonio colectivo.

Jorge Bruno Borgato, fue un arquitecto que ausente ya de este mundo, ha dejado su huella profunda y permanente fundamentalmente como educador, siendo temerario intentar reducirlo a este sólo concepto, pues su multifacética personalidad desbordó los límites que hubieran pretendido cercarla.

Fue un hombre, pero también fue muchas cosas más a través de su capacidad intelectual. Además de arquitecto fue científico, investigador, filósofo, escritor, entre otras cosas, que incluyeron la invalorable tarea de formar pensadores en el sentido lato de la palabra. Su figura de educador en la Facultad de Arquitectura local ha dejado huellas marcadas a fuego por su insaciable sed intelectual que brindaba a los demás.

Desde 1998 la sala de reuniones del Consejo de dicha facultad lleva su nombre, y él anda desde siempre por pasillos y aulas en el recuerdo de quienes fueron colegas y alumnos. Estos lo podían ser en el taller de arquitectura, o en materias llamadas técnicas. Ese es nuestro caso, ya que fue el primer profesor que tratamos en los inicios y erradamente sentimos como alguien distante, capaz de infundir cierto temor en quien lo escuchaba, por la contundencia de sus explicaciones, afirmaciones que no tenían otro sentido que lograr la absoluta comprensión de lo que decía.

La mitad del alumnado lo consideraba un tipo raro, neurótico, pero como sabía que la estupidez humana actúa a menudo, él lo comprendía. La otra mitad lo admiraba. Lo descubrimos realmente en el viaje de graduados por Europa como profesor acompañante. A los pocos días comprendimos que se trataba de alguien irrepetible, en el momento en que había dejado de ser nuestro profesor. En visitas a grandes capitales, con sus análisis contundentes, sentíamos que nos enseñaba cómo descubrir una ciudad o analizar un edificio. En realidad, Jorge Borgato y Eduardo Sacriste, fueron nuestros maestros en eso de captar emociones y mensajes urbanos.

Hoy somos muchos los que seguimos homenajeándolo en el recuerdo permanente, pero son muchos más, anónimos, los que gozaron en el interior de su obra más importante la magia de la pantalla: el cine Radar. El mejor de la ciudad, por su diseño y características técnicas de alto confort y una visión perfecta desde cada punto de la sala, tuvo una inserción arquitectónica destacable en el ámbito urbano a pesar de lo cual desapareció sin consuelo.

Quisimos recuperar la placa que marcaba en la fachada la autoría de Borgato, Puerta, Marquardt, Thomas-Arquitectos, pero el personal de obra informó que nunca la vieron, cuando en realidad había estado acompañada por otras que atestiguaban el nacimiento en ese predio de Lisandro de la Torre. Su justo destino hubiera estado en la biblioteca o salón de actos de la facultad en la cual ofreció su ciencia por entero y sin egoísmos.

Como prólogo emocional de esta nota estuvimos en el Cementerio de Disidentes. El sol asociado con la naciente primavera inundaba cada rincón y una brisa dulce y buena agitaba la cabellera de los árboles, con los pájaros ejecutando un concierto de júbilo en sus cantos. Fuimos directamente al sitio señalado por la fría nomenclatura "S.5.1.21", en donde una sepultura simple y contenida, cobija dos cuerpos: Jorge Bruno Borgato -1918-1985- y Elena Borgato -1900-1988-. Los dos hermanos juntos como lo estuvieron en vida, abrigados con el manto de una hiedra espléndida.

El próximo martes 30 de septiembre, se cumplirán 18 años de la partida de Jorge Bruno hacia esos infinitos que tanto le apasionaba investigar.

(*) Arquitecto

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