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 domingo, 28 de septiembre de 2003

Variaciones en negro
Impunidad con onda expansiva

Osvaldo Aguirre / La Capital

Los familiares de Andrés Velásquez y Walter Caballero, muertos por dos agentes de la policía de Rosario el 26 de septiembre de 1999, nunca aceptaron la versión oficial que describía los hechos como un enfrentamiento. El relato de los vecinos que presenciaron los sucesos y los resultados de pericias proporcionaron argumentos sólidos a esa certeza. Por eso, y porque en forma reiterada hicieron reclamos, la causa, que había sido archivada, fue reabierta y se esperaron nuevas medidas.

La reapertura de la investigación debió darles nuevas esperanzas. Tal vez pensaban que podrían llegar al nuevo aniversario del doble homicidio con una luz nueva sobre episodios tan oscuros. Pero esas esperanzas no tenían ninguna razón porque el 18 de febrero pasado el juez interviniente había sobreseído a los policías implicados. Los padres de las víctimas no se enteraron hasta esta semana: pasaron siete meses, se trataba de sus hijos, pero parece que ni siquiera tenían el derecho a saber cómo contaba la Justicia la historia de sus muertes.

No se trata de la actuación de un determinado juez. En el caso de los menores Marcelo Callejas y Jesús Capitani, muertos en marzo de 2000 en el barrio Santa Lucía, hubo otro que acreditó un enfrentamiento de lo más extraño, por el cual se entendió que una persona podía oponerse a otra dándole la espalda y con tal insistencia que terminaba por recibir varios disparos en esa posición. Pero tampoco son todos los jueces. Hubo quienes mostraron que si la policía está comprometida en un delito corresponde que investigue otra fuerza de seguridad. Claro que los procesamientos de algunos efectivos, en Rosario, no han resistido por lo general las apelaciones de los defensores.

Una característica significativa de la violencia policial en Rosario es que hay nombres de agentes que se repiten como protagonistas. Uno de los policías acusados por las muertes de Velásquez y Caballero dio muerte a una persona tras perseguirla por un robo. Otro que fue absuelto por el mismo juez está envuelto en tres hechos de gatillo fácil. Uno de los que intervino en el pretendido enfrentamiento donde murieron Capitani y Callejas baleó sin razón ni aviso previo a un joven de la zona sur, a fines del año pasado. Esta reiteración no puede explicarse sino por la falta de sanción para esos delitos y por una práctica de policía brava que en vez de contener la violencia la provoca.

Otra característica repetida es que las versiones oficiales son idénticas. Si se cree en ellas, hay que pensar que la realidad ocurre como en un manual de procedimiento y que se repite sin variaciones: siempre se da la voz de alto y siempre es el otro es el que dispara primero, por lo que no queda otra solución que, como se dice, "repeler la agresión". A veces, la Justicia y el periodismo se hacen eco de tales versiones sin hacerse ninguna pregunta.

La muerte de Claudio Lepratti en una escuela de Las Flores, durante el diciembre trágico de 2001, aparece como un caso testigo de esta policía brava, ineficaz y delictiva. De acuerdo a los testigos, el docente le pidió a un policía del Comando Radioeléctrico de Arroyo Seco que no disparara, porque había chicos en el lugar. El policía, relataron esos testigos, se sintió desafiado, y sólo por eso lo mató.

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