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 domingo, 28 de septiembre de 2003

Para beber: Botellas con estilo propio

Gabriela Gasparini

Los cambios en las formas y en los materiales empleados en las botellas se deben a distintos factores. El mejoramiento del vidrio, en el que el uso del carbón aportó lo suyo, los nuevos diseños que pasaron de la famosa botella cebolla a la actual cilíndrica (mucho más apta para su almacenamiento) fueron algunos de los elementos que ayudaron a perfeccionar una parte esencial para el crecimiento de la industria vinícola.

Esta pequeña introducción se debe a que cuando llega la hora de incrementar las ventas cualquier idea que parezca novedosa se toma por buena, por eso, entre campañas publicitarias, promociones en restaurantes, vinerías y demás, un cambio en el envase no parece descabellado. Sobre todo con la cercanía de las fiestas de fin de año, es fácil encontrar botellas de champagne del tamaño adecuado para que brinden los Campanelli con un solo descorche, botellones de vino para compartir con los compañeros de oficina invirtiendo en una sola unidad, o a la inversa, esas que parecen muestras gratis.

Es cierto que hay medidas que no son las más comunes pero que están dentro de las contempladas para el almacenamiento del preciado jugo, pero ¿qué se esconde detrás del tamaño, es cierto o no, que eso es lo de menos? Los sabedores opinan que la botella conocida como magnum, que alberga 1,5 litros de alegre caldo, es la más apropiada para el envejecimiento porque es donde se producen los mejores intercambios debido a la relación que se da entre la cantidad de oxígeno y el volumen de líquido.

Es por eso que una magnum de un buen vino suele costar más que dos botellas comunes. Pero si bien es posible encontrar champagnes en unos mamotretos vídricos llamados Nabucodonosor (dignos de la botadura de un rompehielos ya que son el equivalente a veinte botellas) o vinos en envases tamaño Imperial, que contienen lo mismo que ocho botellas, no son las medidas más corrientes por estos lares. Con un simple vistazo a las estanterías de una vinería, podemos inferir que la mayoría de los vinos vienen en 750 ml, o a lo sumo en 500 ml, que es una buena cantidad para la soledad.

En cuanto a las formas, hay tres que son clásicas: la de hombros caídos, que es como en punta, de vidrio verde que tiene su antecedente en los tintos y blancos de Borgoña y el Ródano, y que acá es fácil verla con Pinot Noir o Chardonnay. La de Burdeos, recta, de hombros altos, verde para los tintos y transparente para los blancos, característica en los Cabernet Sauvignon, Merlot, Malbec. Y las tipo flauta alta, nacidas para los del Rin y el Mosela, en el primer caso marrones en el segundo verdes, que nosotros solemos encontrar rebosantes de los más diversos blancos.

Estas mismas formas se repiten, algunas variantes mediante, en las distintas regiones del mundo. Por supuesto, hay botellas absolutamente personales como la del Oporto que tiene los hombros bien alzados y el cuello como hinchado; o la del Chianti, el famoso fiasco, que se recubría con paja para proteger la fragilidad de su forma redonda, y que a pesar de que ese problema está superado se sigue presentado igual.

Tampoco podemos dejar de nombrar a las de champagne en las que el grosor del vidrio debe ser suficiente como para soportar la presión del gas carbónico. Pero como todo vale a la hora de vender, los cuellos se estiran o se acortan según pasan los años, los cuerpos se engordan o se afinan y los colores varían con el vaivén de las modas (hubo un tiempo en el que el azul de las botellas alemanas enloquecía a multitudes) también el negro tuvo su hora de gloria. El objetivo primordial es captar consumidores. Así sea.

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