Año CXXXVI Nº 49974
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 miércoles, 24 de septiembre de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-A veces pienso si la humanidad no ha entrado en esa etapa ya profetizada hace miles de años atrás de decadencia y fin. Por un lado, uno advierte un progreso científico y tecnológico maravilloso, sorprendente; por otro, un retroceso en el orden espiritual, moral, cultural, intelectual, educativo que me lleva a preguntarme. ¿De qué sirve el gran avance material de la humanidad?

-Bueno, luego de leer las noticias diarias yo también me pregunto. ¿En qué etapa se encuentra la humanidad, creciente o decreciente?

-Muchos dirán que las dos etapas convivieron siempre con el hombre, y puede ser cierto; sin embargo, yo creo que, como decíamos el lunes, hay en la humanidad una clara y penosa falta de valoración de la vida. Ayer leíamos en el diario que otra criatura murió por desnutrición en Tucumán; un pobre mecánico de nuestra ciudad fue asesinado para sacarle trescientos pesos; hay guerras, terrorismo, sometimiento físico y moral y sobre todo una tremenda injusticia. Asistimos, sin ponernos perplejos, hace pocos meses a una guerra en donde murieron cientos de miles de personas, pergeñada teniendo como sustento una mentira: que el régimen de Irak tenía armas de destrucción masiva. Hoy vemos que la verdad era otra, como se preveía: la avidez por el petróleo.

-Nos dirán, Candi, que siempre hubo guerras, que siempre hubo robos, que siempre hubo hambrientos.

-Y entonces yo diré que en la antigüedad el grado de desarrollo intelectual, económico, tecnológico y científico era, como todos sabemos, muy inferior al actual, con lo que, comparativamente, el hombre en el marco de ciertos valores lejos de haber progresado parece haber involucionado.

-Y para colmo, hemos perdido la capacidad de asombro. Leemos que se produjo un homicidio y leemos no más que la noticia del día. Leemos que hay guerra, que hay hambre, que hay injusticias de todo tipo y leemos algo que parece haber sido adoptado como una condición natural del hombre y su existencia.

-A mí me parece, Inocencio, que el ser humano se ha materializado demasiado, se alejó peligrosamente del plano espiritual. Es decir, el hombre ha perdido en buena medida el temor a Dios y a lo sobrenatural. En cierta forma se ha erigido en Dios.

-Sin ánimo de entrar en debate, ni polemizar, fíjese que el planteo de hoy es si una mujer tiene derecho a terminar con la vida que lleva en su vientre. Como si esa vida le perteneciera. Hace mucho tiempo leí en un poema de Gibrán un verso que decía: "Tus hijos no son tus hijos, son hijos de la vida".

-Claro, pero parece que le cuesta comprender a la sociedad moderna el milagro de la vida, el sublime valor de ésta. Entonces se producen aberraciones como la de invadir un país y matar gente sólo por riquezas; asesinar a un obrero para robarle la bicicleta; permitir que un gran número de seres mueran en el mundo por hambre, sólo porque otros seres tienen un apetito desmedido de riquezas.

-Es decir, hay una gran cuota de egoísmo en todo el pensamiento humano y asistimos al hecho cierto y real de que el hombre progresó en ciertos aspectos, pero en otros parece haber ingresado en un notorio declive.

-De todos modos, Dios concedió al hombre el libre albedrío y éste puede optar por varios caminos que los religiosos llaman de salvación o de perdición. La duda que puede sobrevenir es si el hombre individual se puede salvar en una sociedad que no está dispuesta a salvarse, si el hombre individual, ese que elige el camino del amor, de la justicia, de la paz, puede sobrevivir en una comunidad que en el mejor de los casos ignora a Dios.

-¿Y qué respuesta tiene a eso?

-Yo, que no soy un religioso practicante, hace un tiempo he comprendido que una vida mejor se logra respetando a Dios y sus principios. No me cansaré de dar testimonio de eso, de dar testimonio de la imperiosa necesidad de amar al prójimo como a uno mismo. Cuando Dios se apresta a destruir la ciudad de Sodoma, en donde imperaba todo tipo de corrupción y desamor, la divinidad resuelve salvar a Lot y su familia que eran hombres justos. Y hay una gran alegoría en ese relato bíblico: no es fácil para quienes procuran vivir en la justicia y el amor hacerlo en una sociedad indiferente a esos valores, pero entonces sólo queda un camino: confiar en Dios.

Candi II

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Candi II

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