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 domingo, 21 de septiembre de 2003

Personajes y destinos
Puente al amor

Mónica Alfonso (*)

El auto comenzó a atravesar el puente y yo empecé a colmarme de ansiedad. Me disgustan los trayectos y sólo me regresa la felicidad cuando llego a destino. Esperaba contemplar el río como desde la borda de un barco, pero el parapeto era alto. Debí haberlo pensado.

No me resultaba fácil tener una visión amplia. ¿Y si lo hubieran hecho en parte, con gruesos vidrios templados? y ¿si en vez de cemento hubieran colocado barrales separados de acero? Quizás eso hubiera permitido contención, pero con una mayor vista. Luego abandoné mis fantasías ingenieriles. ¡Qué sabía yo de costos, de seguridad, de normas!

Ahora el puente se sostenía sobre tierra firme. Mi ignorancia era bochornosa. Había imaginado todo el tiempo un largo puente de orilla a orilla, pero en mi historia no existían islas intermedias.

El viaje para mí, no difería mucho de uno por las rutas de la pampa húmeda: de tanto en tanto ganado vacuno, algunas construcciones sencillas y montecitos de árboles. Pero de golpe un borde irregular de playa, de golpe un río en un impecable espejo plateado.

Entonces la fantasía se ponía en marcha y la imaginación volaba a los sueños de siempre, los que compensan tanta locura diaria, tanto correr sin parar: ¡Qué lindo poder..., tener..., quedarse...!

La panorámica de la ciudad se extendió frente a nosotros. Llevaba conmigo, comentarios previos diversos: las construcciones son feas, las calles de tierra, la gente es amable, vale la pena, no esperés gran cosa...

Ya la atención de quienes nos recibieron nos hizo sentir respetados, bienvenidos. El auto enfiló por la calle principal. Creía escuchar la voz de mi padre, serena, plena de emociones, cuando me pintaba el sabor oculto de su infancia. El amaba las comunidades sencillas, pequeñas, con rumor de arquitectura europea, con casas amplias, generosas en plantas y en sombras, con perfume de pisos recién encerados y aromas que partían de ollas al fuego desde muy temprano.

Fue así que Victoria se abrió a mis ojos ansiosos. Ventanas con rejas, puertas muy altas de madera oscura, frisos y molduras. Y de golpe en mitad de la mañana: la banda uniformada resonaba instrumentos, mientras marchaba por el centro de la calle hacia la plaza principal. Allí la gente de pie, sentada en bancos o en el césped escuchó encantada.

El sol, la mañana, la placidez del momento, las líneas antiguas del centro cívico, nos envolvían. Sentí el bienestar (a veces se palpa). Vino a mi mente "La tienda de la calle mayor", la película era trágica, pero tenía su momento grato, era como éste, un lugar sencillo, un lugar pulsando la felicidad sin estridencias.

Percibí la armonía perfecta que se suspendía del espacio. Cerré los ojos, quería resguardar ese "instante maravilloso". Victoria acababa de enamorarme.

(*) Actriz teatral

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Frente a Rosario el puente es impactante.

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