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 domingo, 21 de septiembre de 2003

Variaciones en negro
Opinión: Cómo contar el cuento

Paola Irurtia / La Capital

"Si a nosotros, que tenemos algún conocimiento del derecho, nos pasa esto, ¿qué le ocurrirá a la población en general?". La pregunta se la formuló la esposa de un camarista penal rosarino cuyo hijo, junto a tres amigos, fue golpeado hace siete días en la comisaría 7ª, entre ellos por el oficial a cargo del servicio. Al joven, además, le destruyeron el teléfono celular y lo inculparon de generar los incidentes estando borracho. Previsiblemente, fue un escándalo.

La reflexión de la mujer, que dispara varias lecturas, seguramente le llevará alivio a la cantidad de denunciantes golpeados tanto por patovicas como por policías, quienes esperan que una resolución judicial revele alguna vez que la injusta situación que padecieron sea comprendida y sancionada de acuerdo a las leyes vigentes.

También puede dejar en claro, por si eso faltaba, la extrema vulnerabilidad de las personas detenidas, sea que lleguen a las comisarías con o sin causa justificada.

Pero otras lecturas podrían ser más alarmantes aún.

Es un dato significativo que quien exponga ese estado de indefensión sea una abogada, a la vez esposa de un abogado con años de desempeño como juez de un tribunal superior. Esa situación confiere un sentido particular, ya que supone un contacto más estrecho con casos similares y con otras arbitrariedades, frecuentemente denunciadas tanto públicamente como en los Tribunales. La duda que expresa deja un espacio para auscultar la sensibilidad sobre el modo en que son "escuchadas" las denuncias en los Tribunales. Y la misma pregunta plantea con certeza - y con honrada preocupación- que no hay igualdad para las personas "con algún conocimiento del derecho" y "la población en general".

Lo que puede tener de auspicioso algo tan ingrato como lo que vivieron los chicos en la comisaría 7ª es que, a partir de este caso que toca de cerca a un hombre del Poder Judicial, este incidente descubre el inmenso poder discursivo de la policía. Porque los sumarios policiales suelen inventar y adjudicar a terceros delitos que jamás ocurrieron para encubrir los propios. Del embrión de esos sumarios, de una manera usual, nacen a menudo las resoluciones judiciales.

El discurso de la policía, por tanto, funda la realidad. Es para celebrar que los cuatro chicos pudieran contrapesar la versión policial y hacer oir la propia. Pero esa capacidad, que hizo que seis policías quedaran detenidos, solamente la alcanzan, y ni siquiera siempre, personas que tienen una posición social que les permite alzar la voz.

Quienes están más rezagados socialmente, al contrario, siempre corren el riesgo de ser silenciados y humillados por segunda vez a partir de la sólida atribución policial de contar la historia. Lo sabe todo el mundo, pero todo sigue igual. Esa facultad de la policía, en tanto exista, debería chocar contra la vigilancia despierta de los jueces. Para que la saludable chance de que aflore la verdad de un hecho no dependa de una cuestión de apellido o posición social.

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