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 domingo, 21 de septiembre de 2003

Interiores: Prueba de realidad

Jorge Besso

Todo el mundo que circula se considera con acceso a la realidad, esto es, quién más quién menos, tiene el correspondiente pin que encierra la clave de ingreso a la tan mentada e invocada realidad. De esta forma la realidad pareciera probar los dichos y los argumentos de todos los que la convocan, como si sólo bastara, precisamente, con convocarla para que aquélla se hiciera presente sin más, para dar cuenta de las afirmaciones de cada cual.

Para nuestro Real Diccionario de la Lengua en este caso no hay ambigüedad posible ya que cuando se habla de realidad, dicen los académicos, se está hablando de la real y efectiva existencia de algo. Sin duda que estamos rodeados de existentes: aglomeración de sujetos y multitud de objetos, muchos identificados y la gran mayoría no identificados, también sujetos, que más bien parecen de aglomerados, y a esto se le agregan modernos objetos muy animados, más que muchos humanos que andan aplastados por el bajón contemporáneo o el bajón de toda la vida.

También es cierto que la inmensa mayoría de los existentes estamos afectados de contingencia, que es una especie de enfermedad previa a toda enfermedad o salud, y, con toda probabilidad, de un carácter bastante más grave que la propia mortalidad que tanto nos afecta, ya que la sentencia contingente simplemente dice que: tan cierto es que existimos, como que podríamos no existir.

Una prodigiosa combinación de causalidades y casualidades hace que circulemos por este planeta por un tiempo X, pero en esta cadena invisible pudo desprenderse cualquier eslabón y nuestro proyecto puede abortarse antes de cualquier engendramiento, y esto sin la más mínima posibilidad de organizar ninguna manifestación de protesta con pancartas clamando por el reclamo del eslabón perdido.

El remanido refrán no se cansa de decirnos que "no somos nada", lo que viene a reducir a la gran mayoría de las existencias al estatus, muy poco grato para el narcisismo planetario, de existencias nimias. De forma tal que muchísimas de esas existencias nos pasan inadvertidas, de la misma manera que pasamos inadvertidos para la casi totalidad de las existencias, todo lo cual hace del mundo una masa de ignorados e ignorantes que existen por un buen número de razones, pero que también podrían no existir por otro buen número de razones.

Llegados a este punto, aquello de la "real y efectiva existencia de algo" se hace menos evidente, puesto que como mínimo necesitamos de algún alguien que nos perciba y dé testimonio más o menos cotidiano de que existimos. Testimonio que muy bien podemos prestar al otro.

Por razones parecidas y diversas, a nuestro aparato psíquico le pasa algo similar respecto de la real y efectiva existencia de algo. Cómo es que nuestra mente distingue entre real y no real, cuando hay sueños que tienen tanto o más realidad que las cosas de la realidad con las que soñamos. Cómo es que nuestra psiquis distingue entre algo que efectivamente está y algo que realmente no está, si dicha psiquis cuando está a la espera de la satisfacción, ya sea comida, viaje o amor, o, más aún si es todo junto, es decir, sexo, amor, comida y viaje, se puede anticipar fantaseando, de un modo más o menos alucinatorio, al encuentro efectivo y real con el otro, con el que compartiremos amor, sexo, comida y viaje. Y también, cómo aprende un bebé a distinguir entre el pecho de la satisfacción y la teta alucinada con la que se chupa el dedo a la espera del próximo encuentro con su madre.

Del mismo modo, muchos años después, qué memoria, qué recuerdos hay y qué diferencias hay cuando se vuelven a encontrar la boca y el pecho. Son, en cierto sentido, las proezas cotidianas del aparato psíquico que, en su duro y rico aprendizaje, es capaz hasta de ser objetivo, cada tanto, y todo desde una aparato psíquico que como se sabe es eminentemente subjetivo.

Llegado a cierto punto de su obra Freud hubo de recurrir a un expediente que nunca pudo explicar del todo, pero que resultó imprescindible para justificar cómo un sujeto hace para distinguir entre lo que está adentro y lo que está afuera, lo que tiene una real y efectiva existencia y lo que aunque parece tenerla, en realidad, no la tiene. Formuló entonces un complejo sistema: la prueba de realidad o principio de realidad. Mecanismo fundamentalísimo, capaz de distinguir entre un objeto representado y un objeto percibido.

El humano tiene la capacidad de representarse un objeto para, por caso, poder dibujarlo, como se dice, de memoria. Pero esto sin confundir el objeto representado con el objeto efectivamente percibido, con el cual se puede comparar el objeto ya dibujado para las debidas constataciones o correcciones.

El aparato psíquico, en la medida que puede, mediante este recurso, traer y sacar del pensamiento un objeto, "aprende" a distinguir entre la realidad y la fantasía de un objeto. Del mismo modo, con cierta frecuencia nos topamos con un pasado que no sabemos cómo "sacarnos de encima". Lo que no podemos sacarnos de encima es la realidad de esa presencia más que molesta. Es cierto que podemos "desconectar" y no enterarnos de qué nos hablan, pero igual nos llegan los ruidos del sujeto en cuestión. Esos ruidos son la realidad ineludible.

Pero en ciertos estados la distinción se pierde. Es así en el sueño o en el estado patológico llamado alucinación: ahí lo percibido es lo representado. La prueba de realidad no está, o bien fracasó.

Ahora bien, hay algo de la mayor importancia. La prueba de realidad no se transmite de sujeto a sujeto. Cada aparato psíquico tiene la posibilidad y la obligación de aprenderla por sí mismo. Este es el lugar de la experiencia de cada cual y este es el límite de la transmisión y de la educación entre padres e hijos. Nadie puede transferirle su experiencia al otro, como se transfiere un texto de la pantalla de la computadora a un diskette, que luego puede leerse en otra pantalla. Con toda probabilidad los clonados tendrán su propia psiquis. Por suerte, pues el poder nos quiere a todos iguales, caminando firmes, en dirección a sus intereses.

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