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 domingo, 14 de septiembre de 2003

Para beber: Tiempo efervescente

Gabriela Gasparini

El próximo sábado es el Día de los Enamorados, el de acá. El que se celebra a escasas horas de la primavera cuando todavía está fresquito y dan ganas de acurrucarse. No la nueva moda que viene del norte, que lo ubica en febrero, cuando arriba hace terrible frío pero nosotros acá sufrimos un calor avasallante, que te transforma en un ente pegajoso del que difícilmente emanen halos de seducción que llamen al contacto de la piel, mojada y olorosa, (salvo que uno sea el feliz poseedor de un potente equipo de aire acondicionado). Este comentario es bien de vieja, porque en otra época no me hubiera importado nada.

Sigamos. Encontré en una inteligentísima novela la descripción de ese sublime momento en el que nos volcamos desenfrenadamente al deleite del champagne, porque ¿qué otra bebida está más relacionada con una noche de pasión ilimitada? "... Abre la botella sin apenas hacer ruido. Escancia el vino, lenta y cuidadosamente, hasta llenar nuestras copas un poco más de la mitad. Estas se cubren instantáneamente, con un velo mate. Desde invisibles rugosidades de los lados arqueados del interior de las copas, suben hacia la superficie hileras de burbujas, que parecen perlas diminutas.

El mecánico apoya los codos sobre las rodillas mientras contempla las burbujas. Su rostro está absorto, embebido en el espectáculo y, en este instante, tan inocente como el de un niño. No toco mi copa y me siento delante de él sobre la mesa baja. Nuestras caras están a la misma altura. Peter, le digo, supongo que conoces aquella excusa de que, como estaba tan borracha, no sabía lo que hacía. Asiente con la cabeza. Por eso hago esto ahora, cuando todavía no he bebido nada. Entonces lo beso. No sé el tiempo que transcurre. Pero mientras dura, todo mi cuerpo está en mi boca"...

Bien, la chica se ve que la tenía re clara, y él se había leído todos los manuales de buenos modales y degustación. O sea, no hizo ruido al abrir la botella, no llenó las copas hasta arriba y se dedicó a mirar las burbujas. Además había comprado buen champagne porque los globitos eran diminutos. Después resultó no ser mecánico como ella creía, pero esa es otra historia.

Comprendo perfectamente que quizás no es el momento adecuado para ponerse a analizar una bebida, pero vieron que hay noches que pintan una cosa y terminan siendo otra. O sea, si una no sabe cómo hacer para que el tiempo pase o no encuentra la excusa adecuada para huir despavorida, ¿qué mejor que aprovecharlo siguiendo algunas normas de degustación?

Empecemos por la copa, la más adecuada es la llamada tulip, la que usaban nuestros padres, la famosa de la teta de María Antonieta. Además del tema burbujas del que después hablaremos, buscaremos limpidez y claridad, nada de líquidos turbios. Hay que captar estas cualidades a través de la efervescencia, lo que puede parecer complicado, así que por esta vez sólo traten de captar esto. Y como la noche es corta y no queda lugar veremos mejor la cata de este atractivo vino la próxima. Sólo les dejo un consejo: lindas, si llega el galán botella de apreciado espumoso en mano y cuando lo sirve parece que hubiera echado un chorro de soda con pompas subiendo por doquier, una de dos o se toman el trabajo de educarlo o lo cambian.

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