Año CXXXVI Nº 49964
Política
La Ciudad
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Turismo
Mujer
Señales


suplementos
ediciones anteriores
Salud 10/09
Autos 10/09


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 14 de septiembre de 2003

Anticipo. El nuevo libro de Luis Alberto Romero
La Argentina decadente
El historiador promueve en su libro una síntesis de los procesos que llevaron a un país pujante hacia el abismo neoliberal

Luis Alberto Romero

Durante 2002 los argentinos contemplamos el fondo de la crisis. Nos miramos a nosotros y a nuestras conductas casi sin velos, cuestionándolo todo: los políticos, la economía, las conductas cotidianas, las bases mismas del contrato social. La penetración de esa mirada sólo se compara con la de 1989, el año de la hiperinflación, los saqueos y el abrupto final de la presidencia de Alfonsín; el momento en el que Tulio Halperin Donghi creyó ver el fin de la Argentina peronista. Pero lo de 1989 fue breve: una mirada rápida, pronto distraída por la promesa de una salida que, tras de una penuria inicial, conduciría a la tranquilidad, a la seguridad, al primer mundo. Quizá con la experiencia de 2002 pase finalmente lo mismo; pero lo cierto es que durante un año no tuvimos más remedio que enfrentarnos con nuestra realidad.

Lo hicimos de una manera que se va haciendo habitual. Natalio Botana ha caracterizado este ciclo recurrente en el estado de ánimo colectivo: la ilusión, cuando todo parece posible; el descreimiento, acompañado de resignación, cuando advertimos la resistencia de los datos duros de la realidad; finalmente la ira, intensa y fugaz, cuando la realidad nos golpea; Botana concluye: esta hora final es la de los jacobinos, de derecha e izquierda, que suman a la impugnación global la demanda de regeneración total.

Los días memorables de diciembre de 2001 iniciaron la hora de los iracundos. Caceroleros, ahorristas, asambleístas y piqueteros fueron la expresión de distintos segmentos de la sociedad, clamando en la calle por sus intereses afectados: el empleo perdido, los ahorros evaporados, la confianza defraudada; superpuestos pero no unidos, conformaron un coro de protesta generalizado, cuya voluntad crítica y capacidad analítica se resumió en la consigna dominante: que se vayan todos. Sobre ese estado de ánimo iracundo, un conjunto de políticos e intelectuales —es decir, los responsables de interpretar los problemas y proponer las soluciones— eligió la actitud apocalíptica: el sistema político estaba podrido hasta en sus raíces más profundas y la sociedad —que se conservaba pura e incontaminada— debía reconstruirlo desde sus bases, disolver las instituciones y recrearlas, regenerar instituciones y política.

Hubo otros que con la mirada más serena —sine ira et studio— procuraron examinar la crisis con más distancia, sacarla de su contexto inmediato —donde es posible atribuir culpas personales— y relacionarla con procesos más generales de la Argentina. A la vez que dudaban de las salidas mágicas, las regeneraciones totales, no dejaban de valorar lo que había de generoso y creativo en los movimientos de la sociedad que las sustentaban. Pero advertían que, de acuerdo con la experiencia, nada se construye ex nihilo; que probablemente la solución de la crisis habría de seguir un camino tortuoso; que habrían de utilizarse materiales humanos, sociales, institucionales, culturales y políticos deteriorados, impuros, pues ellos mismos eran parte de la crisis.

Este ensayo se ubica en esa perspectiva. No sé hasta cuándo durará la crisis actual ni cómo se saldrá de ella. En cambio, trataré de explicar desde cuándo estamos en crisis y de ordenar ideas acerca de causas cercanas y remotas que, si no son el anticipo de un final, que aún está abierto, quizá permitan entender el presente y aclarar las opciones para nuestras acciones.

El argumento que desarrollaré es simple. Hubo una Argentina vital, pujante, sanguínea y conflictiva, que se construyó a fines del siglo XIX y aún era reconocible a fines de la década de 1960. Desde la década de 1980 vivimos en una Argentina decadente y exangüe, declinante en casi cualquier aspecto que se la considere, con una excepción paradójica: la construcción en medio de la decadencia de un régimen político y un sistema de convivencia democrático y plural, fruto tardío de la Argentina de la decadencia, quizá su canto del cisne. Entre ambos momentos, en la larga década de 1970, hubo una crisis en la que se condensaron los conflictos acumulados durante la etapa próspera y vital; un combate, con ganadores y perdedores. Su drástica liquidación definió el rumbo actual de la Argentina, aún cuando sus efectos se van revelando lentamente; son como bombas de efecto retardado que explotan —luego de que la guerra ha terminado— al paso de los confiados caminantes. En esos años, giró el destino de la Argentina, que pasó de ser un país con futuro, a ser un país sin presente. Se trata de una versión muy estilizada —si se quiere, gruesamente simplificada— de un proceso histórico infinitamente más complejo.

Esa reflexión gira alrededor de tres problemas relacionados: el estado, la sociedad y la política, considerados en contextos económicos que sucesivamente fueron tendencialmente de expansión y de contracción. Sobre esos problemas básicos, que son la urdimbre del texto, la trama se organiza en torno de dos preguntas, ambas vinculadas con la cuestión de la democracia. La primera reside en la confrontación entre una sociedad igualitaria, móvil y democrática, y un régimen político democrático y republicano que plasmó mal por entonces y que en cambio se construye y arraiga tardíamente, en el contexto de una formidable desigualdad e inequidad social. La segunda se refiere a las posibilidades de la democracia -que en un sentido estricto alude a mecanismos de selección legítima de los gobernantes del estado- en momentos en que el estado está destruido, casi pulverizado. ¿Será acaso que la dinámica social democrática y la potencia estatal conspiraban contra el arraigo de la democracia republicana? ¿Es que la polarización social y la licuación del estado hacen ahora finalmente aceptable la democracia republicana?

Para estas preguntas no se encontrarán en este ensayo respuestas categóricas: ellas solo son posibles a partir de una mirada conspirativa, bastante frecuente hoy entre los legos pero que es ajena a los historiadores. Me parece, en cambio, que ayudan a mirar situaciones paradójicas, que chocan con muchos de los relatos habituales del pasado argentino, que merecen ser reconsiderados. Soy consciente de que propondré una versión más: no hay un relato único de nuestro pasado; no puede ni debe haberlo. En el mío, se reconocerá una fuerte impronta generacional, pues viví intensamente tres experiencias: la movilización y violencia de los años 60 y 70; la represión del Proceso, es decir la última dictadura militar, y la construcción de la democracia en 1983. Puedo reconocer en mi modo de explicar el pasado el peso de estas tres experiencias, y percibir la radical diferencia de puntos de vista de quienes tienen en su haber dos de ellas, o una, o hasta ninguna. Esta lectura del pasado no tiene en cada una de sus partes nada de estrictamente original.

Sobre mi aporte, diría que me he limitado seleccionar, de entre lo que mis colegas hicieron, aquello que, de acuerdo con mi punto de vista, permite desarrollar la idea de este ensayo. Como se verá, tiene su final abierto: acaso todavía no hayamos terminado de recorrer el camino de la crisis; acaso ya hemos comenzado el largo camino de la reconstrucción.

enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Ampliar FotoFotos
Ampliar Foto
Los saqueos precedieron a los cacerolazos.

  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados