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 domingo, 07 de septiembre de 2003

Interiores: Las operaciones mentales

Por Jorge Besso

Las operaciones mentales son cosa de todos los días, de todas las horas y de todos los minutos. A veces hasta cuando dormimos realizamos una especie de operación mental que llamamos sueño, operación absurda, con sentido oculto, a veces revelado, a veces irrevelable, en suma, operación compleja y sofisticada, que nos permite dormir siempre y cuando no, se convierta en una pesadilla. Como se sabe hay operaciones mentales de distinta clase que, con un poco de licencia para la arbitrariedad, podríamos dividir en: congeladas, reflexivas y deliradas.

En las primeras están incluidas los hábitos, los lugares comunes, las muletillas en el hablar, los supuestos y todas las operaciones psicocorporales que utilizamos más o menos espontáneamente, que van desde el peinarse hasta hacer el amor. Más todos los automatismos de los que tenemos una muy escasa conciencia.

En las reflexivas se incluyen todas las operaciones razonantes destinadas a resolver problemas lógicos, matemáticos, filosóficos o cotidianos de cualquier clase.

Respecto de los delirios, la mente y sus operaciones muchas veces se ponen al servicio de la patología. No es necesario creer en extraños delirios sobre extraterrestres, que también los hay, pero nacidos aquí, sino que basta pensar en un fenómeno tan cotidiano como los celos, que precisamente en su versión más delirante muestra la capacidad de la psique de construcciones contundentes y consistentes que muestran la infidelidad del otro a partir de detalles, o bien, de ciertos cambios. Como, por caso, que ella se corte el pelo o se cambie el color de cabello. En la desgraciada hipótesis de que se den los dos males, es decir corte y teñida del cabello, la traición está consumada o por consumarse, que para el caso es lo mismo.

Lo cierto es que las academias y las ciencias también se mueven con estos tres tipos de operaciones mentales, pues en esos ámbitos también hay congelados, reflexivos y delirados. En estos días se puede leer en la prensa un ejemplo de operación mental que me parece sin reflexión, con mucho congelamiento y bastante delirio. En el gran país del Norte los dueños del mundo, en este caso en la más top de las universidades como es el caso de Harvard, y en lo que nos ocupa, esto es en un hospital asociado a dicha universidad, se están practicando operaciones que en la prensa aparecen con el más que inquietante título: "Cirugía para trastornos mentales".

Al leer la crónica uno se encuentra con tres clases de cirugías destinadas a insertar sondas en distintas partes del cerebro destinadas a regular los circuitos neuronales que se ponen muy activos, se dice ahí, en los TOC (trastornos obsesivos compulsivos), y también en las depresiones y en los trastornos de ansiedad. Pero, de los tres, el que llama más la atención es una operación en que se insertan cables en una zona determinada, a su vez conectados a una batería implantada en el pecho del trastornado. Cuando éste se pone muy sintomático, automáticamente se produce "una corriente ajustable de alta frecuencia que interrumpe el circuito implicado en el desorden". Es decir que el neurótico obsesivo, el ansioso crónico o el depresivo, que tenga al mismo tiempo cierto dinerillo, o que lo tenga su familia, tiene a partir de este invento la posibilidad de circular por este mundo con electroshock incorporado, regulador y presuntamente aliviador, de su mal. De seguro que se trata de un electroshock ligth, de forma tal que al encerrado en el laberinto de sus síntomas no sea necesario que se lo interne, lo que no deja de tener beneficios económicos y humanitarios...

Lo que no deja de sorprender es, no sólo la persistencia de ciertos métodos que desde la antigüedad vienen demostrando su fracaso, como las descargas eléctricas, y que han emparentado "terapias" y torturas, sino la persistencia y la continuidad de las ideas subyacentes a dichos métodos: el mayor de esos supuestos es que el cerebro explica tanto el funcionamiento psíquico normal, como el patológico.

Hay, no obstante, un cierto progreso. En la parte más antigua de la antigüedad se actuaba sobre el cuerpo del enfermo mental y se le practicaban sangrías, o hidroterapias, con la supuesta esperanza de que renovándole la sangre, o congelándole cuerpo y alma podían liberar al loco de sus síntomas, o bien si se excedían en la sangría desaparecían no sólo los síntomas, sino también el enfermo, lo que no pasaba de ser un detalle.

Está claro que el cerebro es la parte más sofisticada del organismo humano y su sistema nervioso está altamente desarrollado, más aún comparado con el resto de los vivientes, pero el hombre no es su organismo, ni es su sistema nervioso. Entre el cerebro y la conciencia hay un continente que se llama psiquis, del cual el cerebro no tiene las llaves de acceso, ni los códigos de entrada. Sin cerebro, pero también sin cuerpo, no habría psiquis. Pero psiquis y cerebro no son lo mismo, ya que el cerebro es la condición necesaria para el funcionamiento de la mente, pero no la condición suficiente. Por lo demás, el domicilio de la psiquis no es el cerebro, sino que su habitad es todo el cuerpo, pues el cuerpo humano es una prodigiosa mezcla de sexo y saber, de saber hacer, y de no saber hacer, con la vida y con las cosas.

Es verdad que la locura la más de las veces es inquietante, pero algunos procedimientos humanos no lo son menos, ni son menos locos que la locura misma. Estas pseudo investigaciones tienen más de delirio que de conocimiento y nos recuerdan una vez más que lo humano también alberga lo inhumano, de lo que los humanos damos tantas pruebas. Como la de poner el enorme progreso técnico al servicio de la tortura y de la estupidez. Primer mundo. Como estamos en el tercero, podemos tener esperanza de que la pobreza nos libere de algunos aparatos inventados por aparatos, que poco a poco van logrando que el ser humano se parezca cada vez más a una prótesis.

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