Año CXXXVI Nº 49943
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 domingo, 24 de agosto de 2003

Editorial
Reconstruir lo colectivo

Basta con encender el televisor y ver ciertos programas; con girar el dial de la radio y escuchar en cualquier emisora las opiniones de los oyentes; con leer la sección Cartas de Lectores de este diario: en todos esos espacios se podrán verificar tanto el acentuado nivel crítico de la gente como su demanda de una nueva ética y mayor eficacia por parte de las dirigencias. También, curiosamente, podrá constatarse el escepticismo de la ciudadanía en cuanto a la real capacidad de las instituciones para revertir este presente observado con mirada tan cuestionadora. Toda una paradoja, en la cual radica gran parte del dilema nacional.

País signado históricamente, salvo aislados momentos, por la separación entre el poder y las masas, la Argentina necesita con extrema urgencia reconstruir los paradigmas colectivos para renacer de sus cenizas. Aquel a esta altura célebre grito de guerra de las jornadas de diciembre de 2001 que marcaron el final del gobierno de la Alianza -"que se vayan todos"- señaló el punto extremo del divorcio antedicho. Esa furia, que hizo temer hasta por la misma continuidad del sistema democrático, no se tradujo, sin embargo, en ningún cambio profundo ni revolucionario. Alcanza con leer las listas de candidatos a las últimas elecciones nacionales y a los próximos comicios porteños y santafesinos para entender que "se fueron" muy pocos, prácticamente nadie.

Pese a ello el estado de ánimo es otro, y la confianza se ha fortalecido de manera notoria. Mucho mérito hay en tal situación -y debe ser reconocido- en la actual cabeza del Poder Ejecutivo de la Nación, que ha exhibido hasta el presente suma coherencia entre su discurso preelectoral y sus acciones de gobierno. Pero claro que el entusiasmo actual es superficial, y dista de alcanzar para paliar una historia signada por la decepción y los desencuentros.

El esfuerzo debe partir de lo individual, y no vincularse necesariamente con las actitudes de quienes ostentan el poder y deberán rendir cuentas por ello. Cada uno de quienes practican la sana costumbre de la crítica debería preocuparse por aportar, desde su esfera personal de actividades, una mínima cuota de construcción en el terreno de lo colectivo. Eliminar la intolerancia y reconocer al otro, que muchas veces puede ser dolorosamente diferente; recrear cada institución, desde los consorcios de los edificios hasta los clubes de barrio, llegando por cierto hasta los partidos políticos; privilegiar el diálogo como herramienta para conjurar cada situación y resolver cada problema. He allí, tal vez, consignas concretas que de aplicarse ayudarían a una sociedad desgajada a convertirse nuevamente en un organismo solidario, eficaz y rico.

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