Año CXXXVI Nº 49943
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 domingo, 24 de agosto de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-¡Cuánta gente sola hay en el mundo, Candi!

-Usted querrá decir cuánta gente que se siente sola, que padece soledad, que no es lo mismo.

-Eso quise decir. ¿Sintió alguna vez ese tremendo vacío, angustiante y pesado que es la soledad Candi?

-Claro, lo experimenté muchas veces. Es un sentimiento muy común en las personas que a veces pasa hasta inadvertido, porque uno procura (sólo procura, porque no lo logra) llenar tal vacío con cosas que son efímeras, se esfuman apenas golpean las puertas del alma. Sé de qué se trata esa soledad: uno puede estar rodeado de personas, pero sentir que está en un inmenso desierto, oscuro, sin horizontes y sin sentido. Uno observa que el entorno humano existe, pero en realidad no existe para uno. Pues cuando uno se acerca, el entorno -o mejor aún lo que el "yo" espera de ese entorno- desaparece como un espejismo. Y entonces la experiencia es traumática, la experiencia es la soledad.

-Usted que ha padecido ese sentimiento, según veo, por qué se produce y cómo ha logrado superarlo.

-No puedo generalizar al hablar de un tema tan profundo, porque hay casos y casos. El de una mujer sometida moral y espiritualmente por un tipo bestial no puede compararse con aquel caso de un hombre que se siente sólo porque supone que su esposa, por ejemplo, no le da todo lo que él necesita. La soledad de una viuda es otro tipo y la soledad de un hijo que no es comprendido por su padre otro muy distinto. Aunque en el fondo los efectos son siempre los mismos. Pero al hablar en el marco de las relaciones humanas, podría decir que este sentimiento se produce por incomprensión y porque en general ese cierto egoísmo que existe en nosotros hace que prioricemos el recibir en vez de consolidar el dar como forma de goce. Y ocurre que como estamos estructurados para recibir, cuando no recibimos nos frustramos (entrada de la soledad en nuestras vidas). Otras veces nos dan y nos dan en abundancia, pero ocurre que no vemos la valiosa mercancía que nos conceden porque estamos obnubilados por otra cosa o porque estamos neciamente empeñados en recibir aquello que el prójimo no puede darnos aun cuando quisiera. Esto ocurre con frecuencia.

-Sería el caso de un señor que reclama de su esposa, por ejemplo, formas de ser y de actuar de acuerdo con lo que él supone lo mejor o conforme a sus necesidades y no advierte que su pareja es también un "yo" con todo lo que ello implica. La mujer le ofrenda cosas que él no valora y se siente vacío.

-Exactamente. Conocí hace muchos años a un señor muy ilustrado, muy exitoso en cierto sentido, pero que vivía en una íntima y profunda soledad. Tenía esposa e hijos, personas éstas humildes de corazón y de una bondad luminosa que prodigaban al señor todo el amor que eran capaces de dar. Pero nuestro hombre ilustrado, que nunca pudo ser sabio, jamás pudo comprender que a cada uno Dios le dio un don para que lo compartiera con los demás. Murió en soledad. Cuando no sabemos descubrir los valores de nuestro prójimo, cuando no nos conformamos con gusto (no con resignación) con lo que nuestro hermano nos da, entonces, Inocencio, comienza la tribulación. Cortázar tiene una frase muy bella que viene muy al caso y que dice: "Amar no es dar graciosamente lo que me sobra, sino compartir lo que apenas me alcanza". Debemos aprender a ver que cada uno da lo que puede y aceptarlo de buen grado.

-Tiene razón. ¿Pero cómo remediar aquella soledad del que no ha logrado formar una familia o la ha perdido o no tiene a nadie en el mundo? Hay mucha gente en esa situación.

-Conocí una vez a una persona que se sentía sola, Inocencio, amargamente sola y no lograba encontrar la salida para tal situación. Nada llenaba el vacío, absolutamente nada. Un buen día Dios, o como quiera su agnosticismo llamarle, le cargó en sus espaldas un peso. Sucedió que el tal hombre, a quien conocí perfectamente ¡tan perfectamente! cayó en la cuenta de que no se había encontrado a sí mismo. ¿Cómo podía entonces encontrar al resto de la creación? La soledad, Inocencio, es un monstruo gestado por nuestra mente. Sucumbe cuando nos descubrimos a nosotros mismos, cuando descubrimos a Dios y a todos los seres que comparten este mundo con nosotros. Cuando advertimos que siempre hay algo o alguien que nos ama.

Candi II

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