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 sábado, 23 de agosto de 2003

Editorial
Catástrofe con culpables

Los incendios que asolaron en los últimos días una vasta zona de la provincia de Córdoba dejaron el trágico saldo de dos muertes y una enorme extensión de campos devastada por la acción del fuego, pero el dato más cruel es que semejante desastre habría sido provocado por lo que fue considerado "una travesura".

El valle de Punilla y las Sierras Grandes, dos áreas clave de una de las regiones turísticas más tradicionales del país, fueron el epicentro de los siniestros forestales que se convirtieron durante dos días de esta semana en noticia de tapa de los principales medios gráficos nacionales.

Las pérdidas sufridas fueron cuantiosas. Alrededor de treinta mil hectáreas de pastizales y bosques autóctonos incineradas, centenares de animales calcinados y la pérdida de dos vidas humanas, la de una puestera de estancia y su esposo, padres de cuatro hijos. Y lo más grave en el marco de tanta destrucción es que el fuego, según lo indican todos los indicios, fue iniciado por la mano del hombre.

No es un hecho nuevo, lamentablemente: la inmensa mayoría de este tipo de incendios se origina en la criminal irresponsabilidad de individuos que desconocen, al parecer, las consecuencias de sus actos. En este caso el aparentemente nimio punto de partida de la catástrofe fue la "lamentable travesura inconsciente" -según la calificó un juez de instrucción de la provincia mediterránea- de un jornalero de veinte años, que fue detenido luego de que un testigo reportara que lo había visto encender una hoguera en la base del cerro La Banderita, de La Falda, en compañía de dos personas más.

Varios pueblos estuvieron seriamente amenazados por el muro de fuego que se generó. Entre ellos, Villa Giardino, San Clemente y Las Jarillas. Esta última localidad debió ser, incluso, completamente evacuada por precaución, suceso que brinda una nítida idea de la magnitud del siniestro.

Al día de hoy la lucha que se da en esos lugares tiene un solo objetivo: recuperar la normalidad. Como el pavoroso incendio destruyó postes de luz, así como tendido de cables y cañerías, el primer paso era restablecer los servicios básicos. A partir de allí, el futuro se presenta incierto. En el caso de la pequeña Villa Ciudad de América, la pérdida de las seiscientas cincuenta hectáreas de pinos que la rodeaban la priva de su única fuente de trabajo.

Es de esperar que la sanción sobre quienes tienen culpa en el desencadenamiento del desastre resulte coherente con la magnitud del daño causado. Luego, no cabrá sino redoblar esfuerzos en dos áreas cruciales: educación y vigilancia.

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