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 sábado, 23 de agosto de 2003

Charlas en el Café del Bajo

-Usted sabe, Inocencio, que la vida en todas sus formas y el sentido de la vida en el hombre son cuestiones para mí sustanciales y trascendentes. Creo que no tenemos muchas ocasiones de observar a través de un microscopio la maravillosa actividad de una célula, no tenemos oportunidad de observar a través de los modernos aparatos de rayos y resonancias la increíble conformación interna de un minúsculo insecto. Observamos extasiados una planta, una flor y ni siquiera nos imaginamos toda la intrincada y perfecta estructura interna y toda la "vida" que corre ella. Nos asombramos del firmamento, quedamos perplejos ante las maravillas del macrocosmos, pero desconocemos todo el esplendor, la magnífica armonía que existe en el microcosmos.

-¿Y eso a qué viene?

-A que desde el mismo encuentro del óvulo con el espermatozoide, y aún antes, hay toda una fuerza infinita, eterna, misteriosa, a veces incomprensible pero llena de amor que despliega acciones armónicas y perfectas para que se produzca la vida. Y en el mismo instante de la fecundación se produce ese milagro: el milagro de la vida.

-Veo hacia adonde apunta.

-Claro, por eso no puedo menos que no estar de acuerdo con el aborto y esto dicho con todo respeto por aquellos que tienen una posición contraria. Hace muchos años tuve ocasión de observar una filmación de una práctica de aborto realizada íntegramente con el monitoreo de una ecografía. Fue realmente una experiencia en cierto modo traumática ver cómo el feto, ante la aparición y contacto de las pinzas del abortista, se contraía y retraía en el vientre materno como escapando del extraño objeto que amenazaba su vida.

-Usted sabe que hablar de estas cosas, Candi, no siempre es agradable. Primero, por el tema en sí mismo, tan controvertido. Después, porque se hieren espíritus sensibles y hasta en ciertos casos se pueden llegar a traer a la mente hechos del pasado que se prefieren olvidar.

-Entiendo lo que me quiere decir, pero no hay que temer hablar de lo que sea cuando se hace con respeto, con comprensión y amor. Usted sabe que esa fuerza inconmensurable que llamamos Dios, afortunadamente es tan perfecta, es tan inmaculado su amor que todo, absolutamente todo lo perdona. Bueno... hay una sola cosa que Dios no perdona.

-¿Cuál?

-Que el ser humano sea tan soberbio que no se disculpe a sí mismo y que quede con sentimientos de culpa. Ahora, le digo todo esto porque revolviendo ayer unos papeles encontré una historia sucedida hace muchos años en un lugar de la Argentina. La historia de una muchacha de veinte años estudiante de medicina, que una fatal noche de invierno y mientras volvía a su casa de realizar una diligencia fue asaltada y violada por dos delincuentes. Imagínese usted todo el drama de la chica y sus padres, imagínese más angustia, aún, cuando se conoció que la chica estaba embarazada.

-¡Pobre! Me imagino en el marco de toda la tristeza la gran pregunta: ¿qué hacer?

-Bueno, la propia chica tomó una serie de decisiones. Primero decidió no interrumpir el embarazo, suspendió sus estudios y se fue a vivir por un tiempo al sur del país, a casa de unos familiares. Cuando nació la criatura la entregó en adopción. Desde luego hay mas pormenores de la historia que por razones de tiempo no le puedo contar, pero lo interesante es el final.

-¿Cómo terminó todo?

-Ella terminó sus estudios, con el tiempo formó una familia y el final inesperado es que un buen día, ya sobre finales de su vida, recibió una carta de Uruguay, de un señor que le decía que era médico y pasaría por Buenos Aires a visitarla por "única y última vez". Era un profesional dedicado a investigaciones en el área de ciertas enfermedades neurológicas.

-Siga, la historia es intrigante.

-Ella creía que se trataba de alguien que venía a realizar alguna consulta profesional, pero imagínese usted la sorpresa de la anciana cuando este médico le dijo que era su hijo biológico. Los padres adoptivos le habían contado toda la historia, absolutamente toda, y él se propuso que alguna vez trataría de encontrarla no, naturalmente, para llamarle mamá, pero sí para decirle gracias. Bueno, hasta mañana, Inocencio.

Candi II

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