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 miércoles, 20 de agosto de 2003

El tradicional bar de Tablada no pasa más los partidos de fútbol codificados

Miguel Pisano / La Capital

"Desde el 17 de agosto no se transmiten los partidos de fútbol codificado", reza el extraño cartelito pegado en la puerta de El Lido, el tradicional bar del barrio Tablada, típico refugio de futboleros, rebeldes y soñadores, que desde el domingo deambulan por las calles en busca de la pantalla salvadora que les tire un cable a la redonda.

"El domingo de Boca y Central había un par de tipos tomando cerveza en una mesa del fondo, que primero quisieron sacar sillas del restorán, y al final casi se agarran con otros que estaban adelante, por eso los dueños decidieron no tener más los partidos codificados", confió ayer uno de los laburantes del bar, que todavía no sale de su asombro. "No sabés cómo hacían el domingo los que venían a ver el partido", recordaba el muchacho.

"Yo no tengo amigos del otro equipo", se ufanaba un medio oficial cronista, con la soberbia típica de los que apenas alcanzan a ver un par de colores. "Uy, qué suerte tienen los hinchas del otro equipo", remató, con razón, un veterano maestro de periodistas, tan afutbolero que se cree que la pelota pica porque tiene un sapo adentro, como decía el canalla del Gordo Doroni, pero que conoce demasiado del incomparable oficio de la vida.

En realidad, en principio parece extraño que los canallas y los bosteros hayan estado a punto de irse a las manos, justamente después de la saludable experiencia del último clásico, cuando los hinchas de los unos y los otros compartieron la tribuna de los bares que transmitieron el partido en directo, en uno de los pocos casos en la historia del encuentro de la ciudad.

"¡Qué lindo, loco! ¡No sabés cuánto hacía que no veía tirar una rabona, un taco y un sombrero en la cancha de Ñubel!", sorprendió después del recordado partido contra Independiente el Colorado Figna, un flaquito con sangre rojinegra, que cuando analiza un partido será loco pero no come vidrio. O si los come les pone azúcar, como decía el Negro Marchetta. Justamente, este leproso empedernido hasta prometió aplaudir los lujos propios y respetar los ajenos, en una apuesta fuerte para los códigos del tablón.

Precisamente un técnico de inferiores de un equipo de nuestra ciudad retó el otro día a un jugador de la novena porque tiró una rabona cuando su equipo ganaba 3 a 0, al grito de "¡Aseguralo!". Sin embargo, lejos de cancherearla, el pibe hizo esa jugada porque no le quedaba otra. "La pelota le había quedado muy atrás y utilizó esa acción como un recurso técnico", advirtió el Loco Zamba, rojinegro y menottista confeso, y uno de los jugadores amateurs que mejor analiza el arte de la redonda.

Lejos de aplaudir el hecho de gozar o de faltarle el respeto al rival, ya sea a sus jugadores o, sobre todo, a sus hinchas, sería bueno mirar los lujos futboleros del tipo de un caño, un taco, un sombrero o una rabona como saludables recursos del juego, aunque también deberían ser utilizados con ese espíritu.

Y a tono con esta línea de razonamiento, sería fantástico que los hinchas de los unos y los otros pudieran volver a sentarse a mirar juntos pero irremediablemente separados un clásico por televisión. Que de una buena vez triunfe la sana postura de los rojinegros que se entusiasman con los lujos propios y prometen en la campaña bancarse los ajenos. Y, sobre todo, que pierda peso la visión maniquea del muchacho que se quedó sin amigos del otro lado de su mundo, en favor de los miles de verdaderos hinchas como el leproso del Enano Segnana y el canalla del Cabezón Martínez, que son tan amigos que ni siquiera se dan el lujo asiático de pelearse por el fútbol.

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Por culpa de los hinchas no hay más codificado.

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