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 domingo, 17 de agosto de 2003

El eterno otoño de Colombia
Caminata por el casco histórico y los museos precolombinos de Bogotá

Pablo Amadei

Ubicada sobre una extensa altiplanicie y flanqueada por montañas hacia el este, Bogotá es el centro político, administrativo, económico y cultural de Colombia. A lo largo de sus 465 años de vida, fue sucesivamente la capital del Virreinato de la Nueva Granada, desempeñó un papel político importante en tiempos de la colonia y desde 1830 pasó a ser la capital del país.

Cincuenta años atrás, la ciudad parecía un pueblo provinciano, asiento de la burocracia y de la intelectualidad del país que no producía más que abogados, oficinistas, políticos y un par de buenas revistas y periódicos.

Alrededor de una taza de chocolate la sociedad bogotana hablaba siempre de poesía como preámbulo de la política. Hoy Bogotá es una ciudad cosmopolita en permanente expansión. Sus 7 millones de habitantes incluyen multitudes de inmigrantes de todos los rincones del territorio nacional, lo cual convierte a la capital en un verdadero microcosmos del país.

Bogotá es una ciudad que se construye y destruye a diario, en un juego arquitectónico donde edificios y rascacielos modernos contrastan con casonas y edificaciones coloniales. Hablar de ella implica, además, romper una serie de preconceptos.

En primer lugar, aquel que dice que todas las ciudades de Colombia son calurosas. Favorecida por estar ubicada a 2.600 metros de altura, la capital del país es la ciudad del eterno otoño, con temperaturas que rara vez superan los 20 grados y una tendencia a llover casi todos los días. En segundo lugar, debemos referirnos a su tránsito, mitificado como desordenado y caótico.

Con la llegada de Transmilenio, el revolucionario sistema de transporte público que es ejemplo en toda Latinoamérica, las distancias se acortaron y el tráfico se ordenó enormemente. Transmilenio son cientos de buses articulados con capacidad para 150 personas circulando por las principales avenidas en carriles exclusivos y con paradas fijas, como el metro, pero a nivel del suelo. Hoy tiene nombre propio, como el Metro de París, por lo que es casi imperdonable no subirse a dar un paseo por la ciudad.

Por último, hay que hacer referencia a la seguridad de la ciudad, conocida a nivel mundial por su alta tasa de delitos. En los últimos años los índices de criminalidad disminuyeron drásticamente y en la actualidad sus calles tienen una fuerte presencia policial y militar. Sin embargo, hay que reconocer que, como toda gran urbe, presenta zonas peligrosas y poco recomendadas para ser visitadas. Por las noches es conveniente no caminar en solitario. Sin hacer consideraciones políticas, cabe aclarar que las administraciones de los últimos 10 años fueron decisivas para el cambio de la ciudad.

Bogotá sorprende por su orden, la educación de su gente, los cientos de kilómetros de ciclovías que la colocan como precursora en Latinoamérica y la limpieza de sus parques, características que evidencian las fortalezas de una ciudad que ya se ubica entre las más bellas de este lado del mundo.


Paso a paso
Una recorrida por esta ciudad de más de 400 años de vida puede comenzar en el barrio La Candelaria, el centro histórico. Por esas paradojas del destino, el antiguo lugar de residencia de la clase alta bogotana es hoy, tal vez, la cara más latinoamericana de la ciudad con su desfile de mendigos e indigentes.

Sin embargo, bien vale la pena adentrarse en esas callecitas donde se conserva el sabor de la colonia y de los inicios de la República. Numerosas iglesias ubicadas muy cerca una de otras guardan ricas ornamentaciones coloniales, en tanto, varias casonas de gruesos muros, grandes portones, zaguanes y patios interiores que pertenecieron a virreyes y funcionarios de la administración española, albergan museos, restaurantes e instituciones culturales y educativas.

El corazón de La Candelaria es la plaza de Bolívar, rodeada por la catedral, la Alcaldía y el Capitolio. A espaldas queda el Palacio de Nariño, sede de la presidencia, y hacia el oriente, en las calles estrechas y pendientes que conducen hacia los cerros se encuentra la mayoría de las edificaciones coloniales más representativas, con sus portones, balcones y faroles antiguos.

Muy cerca de allí se encuentra el Museo del Oro, con su colección de más de 36.000 piezas precolombinas. Se considera como el más rico museo de orfebrería de América y resulta imponente el espacio destinado a las piezas de oro de los indígenas. Entre los museos también se destacan el Colonial, donde se encuentra una colección representativa de mobiliario, plástica, libros y otros objetos de la época virreinal; y Maloka, museo de ciencia y tecnología interactiva.

Otra de las excursiones obligadas es el santuario del cerro Monserrate, que con sus 3.100 metros vigila la ciudad y además, ofrece una magnífica vista panorámica. Al lugar se puede subir a pie, por teleférico o funicular.

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