Año CXXXVI Nº 49936
Política
La Ciudad
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Señales
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Educación 16/08
Campo 16/08
Salud 13/08
Autos 13/08


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 17 de agosto de 2003

Ciudades: experiencia y memoria

Rubén Chababo

Nada más expulsivo que habitar una ciudad de la que no se tiene memoria: esa es la sensación que todo emigrado siente apenas llega a una ciudad nueva, porque las cosas que ve, las calles que recorre, las esquinas o plazas en las que se detiene poseen una historia que no le pertenece y por lo tanto no lo contiene. De allí que el desafío de aquel que llega por primera vez a habitar una ciudad sea el de tener que comenzar a hacerse parte de su historia para no quedar fuera, expulsado de la cartografía común que comparten los habitantes que la habitan desde siempre.

En Nueva York por ejemplo, una de las ciudades más pluriétnicas del planeta, la memoria urbana de los recién llegados siempre se construye a partir de lo mucho que ya saben de Nueva York o lo que Nueva York les ha dicho a través de la industria del cine. Lo mismo puede suceder con Londres o Madrid, ciudades escritas, poetizadas, pintadas hasta el punto de que muchos han llegado a sentirse alguna vez habitantes de esas ciudades sin haberlas habitado nunca.

Fue común en la década del 70 que muchos latinoamericanos recorrieran París según las tournée diseñadas por la Maga en la célebre "Rayuela" de Cortázar, recorridos urbanos leídos en Lima, Caracas o Buenos Aires y sentidos como propios por los lectores que, ni bien llegaban a París, conocían cada uno de sus rincones más íntimos como si los hubieran frecuentado desde siempre.

Sin embargo, la memoria urbana es compleja y desborda la experiencia literaria porque ella se construye y atraviesa zonas de lo político, lo social y lo ideológico. En el año 1989 y ya caído el muro que dividía en dos partes a Berlín no fueron pocos los debates que se dirimieron en torno a cómo conservar la memoria de los habitantes que habían vivido de un lado y del otro de la muralla. ¿Cuál era la verdadera Berlín? ¿La del Este o la del Oeste?

Ante un primer intento de arrasar con los viejos nombres de calles y avenidas que habían marcado a fuego la vida de los ciudadanos del lado oriental, le siguió un momento de mesura en el que se terminó por comprender, con arduos y encendidos debates de por medio, que cualquier proyecto de borramiento nómico implicaba la destrucción de una parte del pasado de sus habitantes. Una experiencia similar a la vivida en diferentes ciudades polacas, rumanas o húngaras que habían sido también escenario privilegiado de las disputas ideológicas durante los años de la guerra fría: por ejemplo, la vieja casa donde Kafka había transcurrido su infancia en Praga, volvió a cobrar visibilidad cuando cambió el signo ideológico de quienes gobernaban la República Checa, algo que pone en evidencia la íntima relación que existe entre políticas de la memoria e ideologías políticas.

"Allí estuvo", "esto fue", "por aquí pasaron" son el comienzo de frases que al ser enunciadas frente a fachadas de edificios y portales, disparan la imaginación y el recuerdo de los habitantes de una ciudad. A través de esos relatos la memoria ciudadana enlaza y reúne la experiencia vivida de una generación con la siguiente, porque es a través de los relatos provocados por las visiones de casas, monumentos y esquinas que los habitantes de la ciudad pueden sentirse parte integrante de un todo que los abarca y comprende.

Por otra parte, los intentos de borramiento de fragmentos o capítulos de la historia urbana pueden producir a veces el efecto contrario al que se buscaba: muchas veces la acción de las topadoras "dispara" la memoria dormida de los habitantes de una ciudad y de ese modo se reactualiza un sentimiento respecto a una casa o un edificio olvidado que en algún momento tuvo importancia y en otros la perdió. Es que la memoria urbana al igual que la memoria humana es errática, volátil, acosada permanentemente por el fantasma del olvido.

De allí que cada comunidad humana sea, en primera y última instancia, la responsable de decidir si acaso prefiere habitar una ciudad librada al avance de un alzheimer progresivo o preocupada por la conservación edilicia de su pasado. Las dos opciones son, no cabe duda, profundamente políticas e ideológicas, y en ello radica la riqueza y la complejidad del desafío.

Rubén Chababo dirige el Museo de la Memoria de Rosario



enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Notas Relacionadas
En busca de ganarle al tiempo su poder de opacar la historia


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados