Año CXXXVI Nº 49936
Política
La Ciudad
Información Gral
Opinión
La Región
El Mundo
Policiales
Cartas de lectores


suplementos
Ovación
Escenario
Economía
Señales
Turismo
Mujer


suplementos
ediciones anteriores
Educación 16/08
Campo 16/08
Salud 13/08
Autos 13/08


contacto

servicios

Institucional

 domingo, 17 de agosto de 2003

"Ciertos estados parecen ser especialistas en olvido"
La filósofa y escritora Diana Sperling dijo que la memoria es una construcción donde no es lo mismo recordar que no olvidar y que ésta es posible incluso sin la experiencia personal

"Construir la memoria común significa reconocer como propio incluso aquello que no ha tenido lugar en mi experiencia personal". Así, casi con vehemencia, la filósofa Diana Sperling explicó los alcances de su perspectiva sobre la memoria urbana, un objeto complejo, quizás muy difícil de definir, pero que tiene filosas aristas visibles. Como aquella que pone sobre la mesa de discusión la recuperación del edificio donde funcionara el Comando del II Cuerpo de Ejército y que hoy ocupa el bar Rock & Feller’s en la esquina de Córdoba y Moreno. Aunque en el pensamiento de Sperling nada es tan mecanicista. Según la estudiosa, la memoria no se hereda sin más. Se construye, se alimenta con el esfuerzo de las generaciones anteriores en su objetivo de que todos recuerden los sucesos pasados. En esa línea, Sperling aclara que no es lo mismo recordar que no olvidar, porque muchas de esas referencias históricas pueden no pertenecer como marca particular de quienes no participaron de los acontecimientos que se quieren mantener en la memoria.

Sperling es filósofa, docente y escritora y según refiere "el tema de la memoria es constitutiva de mi existencia" debido a su origen judío. Es autora de libros como "La metafísica del espejo", un estudio comparativo sobre la ética; "Genealogía del odio" sobre el judaísmo en Occidente y "Del deseo", un tratado erótico político sobre una lectura de Baruch Spinoza.

-¿Cómo definiría a ese "objeto" llamado memoria urbana?

-Al hablar de memoria urbana podría nombrar el conjunto de cosas, actos, sitios, prácticas y construcciones de lenguaje que atestiguan aspectos de la historia común, acaecida en ese espacio que se convierte, así, en un hábitat.

-¿Cómo se construye la memoria de una ciudad teniendo en cuenta la existencia de múltiples memorias, tantas como individuos la conforman?

-Toda memoria colectiva incluye e implica la diversidad. Sin embargo, no se trata solo de pegar, a la manera de un collage, memorias individuales, sino de localizar el hilo rojo que las liga y las comunica. Más que memoria colectiva, prefiero hablar de memoria en común, o memoria de lo colectivo, ya que la memoria, en términos estrictos, es siempre individual. Aunque contenga hechos o fragmentos que tienen que ver con los otros, lo que constituye mi memoria se configura subjetivamente de un modo peculiar, lo común se inscribe en cada uno en forma singular y diferente. Lo que está en juego aquí es advertir los lazos entre esas singularidades. A la manera de la lengua, la práctica es individual y particular, pero el bagaje es colectivo.

-¿Qué vínculos, qué relaciones se ponen en juego entre los individuos que conforman una ciudad y el patrimonio edilicio que la conforma?

-La construcción de toda memoria colectiva depende de que no decaiga la transmisión. Lo colectivo tiene la particularidad de albergar experiencias que pueden no formar parte de algo vivido efectivamente por uno, sino transmitido por otros. Por ejemplo, hay sitios en la ciudad que pueden no ser significativos para mí, porque nunca viví o transité por allí de un modo especial, pero sé que tiene que ver con hechos y momentos que de modo indirecto sí me tocan y me constituyen. Entonces, construir la memoria común significa reconocer como propio incluso aquello que no ha tenido lugar en mi experiencia personal, pero que si no estuviera, sí la afectaría, la empobrecería. Se juegan entonces vínculos intersubjetivos, es decir, aquello que va más allá de mi propia historia de individuo, pero la atraviesa y la afecta.

-¿Qué instrumentos, qué herramientas, puede aportar la filosofía a la hora de pensar la memoria de las ciudades en las que vivimos?

-La filosofía no es otra cosa que una máquina de pensar, es decir, de desarmar lugares comunes, prejuicios, ideas cristalizadas, para subvertir las categorías de pensamiento que nos han sido impuestas y posibilitar el surgimiento de un pensar propio y original. De modo que pensar la memoria, más allá o más acá de clichés, es una buena manera de empezar. Fijate, dije "lugares comunes", y estamos en el meollo de la cosa. Porque, ¿qué sino un lugar común es la ciudad? Pero la expresión lugar común resulta, entonces, ambigua, multívoca, y pide eso que decía, una operación de análisis y crítica que nos la haga ver bajo otra luz. Así, la memoria urbana debe ser un lugar común en un sentido creativo, y no de lo prefabricado. Por otra parte, pensar el lugar es pensar al hombre en relación con él, y es muy distinto decir que el hombre es en el mundo, como si hubiera posibilidad de hombre sin mundo, que pensar al hombre/mundo como dos términos que se coimplican, se constituyen mutuamente, y que el estar del hombre en el mundo no es un mero accidente que podría ocurrir o no. El mundo determina al hombre tanto como a la inversa. Percibir esto cambia radicalmente la posición.

-¿Cuáles son las políticas que desde el Estado debieran darse en función de conservar, mantener, sostener la memoria urbana?

-Ciertos estados parecen ser especialistas en olvido. La modernización se ve como el supremo bien, y para lograrla, no importa con qué arrase. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, diría que el borramiento de huellas es no un descuido o una ignorancia, sino una política consciente e intencional: hay rincones de las ciudades que sangran, que gritan, que lloran. Que muestran, en fin, el drama de las muertes y las persecuciones y las desapariciones, de la miseria y el horror, de la enfermedad y la discriminación. Habría que poder pensar, desde el Estado, la necesidad imperiosa de preservar la historia, reciente o antigua, porque esas huellas son portadoras de marcas de nuestras historias como pueblo y como individuos, son marcas creadoras de subjetivación, son hechos de transmisión. Uno de los modos, creo, es abandonar o acotar el afán monumental, cambiar el criterio estatuario -que más que a la memoria contribuyen al olvido y a la indiferencia- por el cuidado de los testimonios vivos -inscripciones, creaciones espontáneas, colectivas, vivas-y en todo caso, la construcción de memoriales, mucho más reales y respetuosos que el monumento.



enviar nota por e-mail

contacto
buscador

Notas Relacionadas
En busca de ganarle al tiempo su poder de opacar la historia


  La Capital Copyright 2003 | Todos los derechos reservados