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 sábado, 02 de agosto de 2003

Locura criminal frente a un depósito de ropa deportiva en Echesortu
Un ladrón le disparó cinco tiros a un repartidor
El conductor arrancó al intuir el robo. Dos balazos rompieron el vidrio y le pasaron a milímetros. "Tiró a matar", dijo

Al descubrir que iban a asaltarlo, Martín L. puso primera y aceleró. El primer disparo, que hicieron a treinta centímetros de su cabeza, reventó la ventanilla izquierda. El segundo atravesó la cabina y también silbó delante de sus ojos. El ladrón frustrado vaciaba el cargador, la Trafic cruzaba la bocacalle de Echesortu con el semáforo en rojo y otros tres balazos dejaban en la carrocería una aureola del tamaño de una nuez. El conductor creyó que lo seguían y siguió varias cuadras. Dejó el vehículo en la calle, se metió en un negocio y balbuceó unas palabras. "Cierren todo, me vienen siguiendo a tiros".

Vivir y morir, cuenta este pibe de 24 años, es una diferencia que puede ser inexplicable. Una diferencia de dos, tres centímetros. "Me ha querido matar, estoy vivo de casualidad", razonaba ayer este distribuidor de una cadena de tiendas de artículos deportivos. Cuando se verifican las perforaciones en la camioneta el análisis no parece errado.

El jueves Martín llegó a las 19.45 al depósito de Lavalle 1231. No había lugar para estacionar, por lo que se acomodó en doble fila y se dispuso a dar la vuelta hasta el negocio situado a la vuelta, en Mendoza 3960. Desde el volante vio que un hombre robusto, vestido con vaqueros y camisa de jean celeste gastado, avanzaba hacia él y pasaba por el costado. Pensó que era el dueño de un auto que le dejaría el hueco que precisaba para estacionar.

Supo que no cuando el hombre giró y manoteó la manija de la puerta. Que no se abrió porque Martín tiene el hábito de dejar puesto el seguro. "Arranqué y ahí me descargó los tiros. Dos me pasaron a la altura de la cabeza, otros dos pegaron en el parante de la puerta y el último en la mitad de la chata".

Aunque todo lo que quería era escapar, Martín remarca que manejaba con frialdad y conciencia. "Iba por Lavalle y crucé Mendoza en rojo pero me fije y pude maniobrar. El primer tiro rompió el vidrio y el plástico del techo. Al plomo lo encontré arriba de la guantera. Me dijeron que era de un arma calibre 32. Vi por el espejo que el gordo corría y tiraba", contó.

Manejó rápido hasta Cafferata y San Lorenzo, donde hay otro de los locales que pertenece a la cadena Echesortu Sport. Iba convencido de que lo seguían por lo que se bajó de la Trafic, entró y pidió que bajaran la persiana. Llamaron a la policía y pasó un buen rato hasta que tuvo aire para salir a la calle.

Mientras veía los agujeros de la camioneta, el muchacho trataba de recordar el aspecto del asaltante. "Tenía la cara descubierta, era gordo, estaba todo de celeste. Un tipo grande de edad. Le vi la mano en la puerta. Me tiró a 30 centímetros".

Más tarde supo por vecinos, testigos del demencial ataque, que su agresor corrió por Lavalle hasta Tres de Febrero y que ahí trepó a un auto gris que salió chirriando las cubiertas.

Cree que estudiaron sus movimientos porque todos los días termina de hacer el reparto de mercadería a la misma hora: las ocho menos cuarto. "Pero llego sin carga y aparte no manejo dinero. Pienso que han querido robarme la camioneta. Y que me dispararon porque escapé".

Este hincha de Newell's que vive en barrio Bella Vista y trabaja hace 10 meses para Echesortu Sport examina su vivencia sin sobresaltarse. Conjetura que "algo le debe pasar" al individuo que, decepcionado por su fallido, resolvió rociarlo con todos los plomos de un 32. La secuela física del incidente es una astillita de la ventanilla destrozada de la camioneta clavada en el mentón. Y el recuerdo de que la distancia entre fortuna e infortunio puede ser de dos o tres centímetros.

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Martín muestra los impactos de bala.

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