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 sábado, 02 de agosto de 2003

Editorial
Deportistas trasplantados

El regreso, tres días atrás, de la delegación argentina que se adjudicó nada menos que veintiocho medallas en los XIV Juegos Mundiales para deportistas trasplantados que se realizaron en la ciudad francesa de Nancy dio motivo para escenas de profunda emoción a la par que disparó ineludibles reflexiones sobre el valor de un gesto -donar- que permite la continuidad de otras vidas.

El éxito específicamente deportivo de la delegación nacional fue notable: los compatriotas se ubicaron novenos sobre un total de cuarenta y cinco países participantes y ganaron trece medallas de oro, ocho de plata y siete de bronce. Se trata de personas que recibieron trasplantes renales, de córneas y de médula ósea, y que gracias a la generosidad de otras pudieron prolongar su vida con la suficiente calidad para plasmar este trascendente logro.

Y sobre ese eje giró la mayoría de las declaraciones periodísticas que realizaron los integrantes de la comitiva argentina. "Lo que el trasplantado quiere es devolver a la sociedad lo que le dieron. Y hacer algo para que la gente tome conciencia y done sus órganos", comentó uno de los miembros del equipo de vóley que obtuvo la presea de plata.

Ese mismo día, el padre de un joven de veintisiete años que padece una hepatitis fulminante y necesita imperiosamente de un nuevo hígado para sobrevivir contaba angustiado que en todo el país no aparecía un solo donante.

Si el estado de una sociedad puede medirse con precisión no sólo a partir de sus logros materiales o de su nivel educativo, sino también por su capacidad para ser solidaria, entonces en este terreno las cosas distan de estar bien en el país. Y ello resulta curioso, pues en otras áreas la situación se presenta como diametralmente opuesta. Al respecto, alcanza con evocar la generosa ayuda que recibieron los habitantes de la ciudad de Santa Fe después de sufrir la peor inundación de su historia.

¿Prejuicios? ¿Falta de información? ¿Temores de ancestral origen? Sin dudas, todos estos aspectos inciden sobre el bajo número de donantes en una de las naciones más cultas de América latina. Ya es hora, sin embargo, de adquirir conciencia del valor real de ese gesto y entender que la abnegación, en tal caso, se mezcla paradójicamente con la gratuidad más absoluta. Y que otras vidas pueden seguir su curso, con su imprevisible carga de belleza, gracias a una decisión que a esta altura debe ser definida, casi, como una imposición moral ineludible.

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