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 domingo, 20 de julio de 2003

Palacio San José, en medio del monte entrerriano
La residencia del general Urquiza, esplendor de un país que no fue

Osvaldo Flores / La Capital

Una sensación de asombro y emoción envuelve al visitante cuando traspone los umbrales del Palacio San José, antigua residencia del general Justo José de Urquiza y uno de los centros políticos más relevantes de la Argentina de mediados del siglo XIX, hoy convertida en uno de los museos más concurridos del país.

Terminada de construir en 1858 en medio del monte entrerriano, la monumental residencia alberga en sus muros la historia viva de la organización nacional. Y aunque mucho más acá en el tiempo, también atesora para siempre una parte de esta Argentina contemporánea, que juró en sus salones la Constitución de 1994.

Desde su mismo ingreso, el palacio resume el esplendor de un país interior que después no pudo ser. Su fachada principal, con una galería con frentes de arcos que caen sobre columnas de estilo toscano, enmarcada por dos torres simétricas en las esquinas, da paso a dos grandes patios que conforman ambientes bien diferenciados.

Las habitaciones del Patio del Parral albergaban a familiares, personal allegado y oficiales de las filas permanentes de San José. Allí también estaba la cocina y el comedor secundario de la casa.


Patio de Honor
Era en el Patio de Honor donde se desarrollaba la vida familiar del palacio. En el ala oeste, los dormitorios de huéspedes que alguna vez cobijaron a Mitre y a Sarmiento dan cuenta todavía de la jerarquía que representaban la casa y su dueño. Así, cada uno de los salones y sus mobiliarios traídos de Francia se suceden flanqueando los dos grandes patios. La sala de los espejos, el comedor principal, la sala de juegos y el escritorio político fueron testigos privilegiados de las charlas de Urquiza con los artífices de la organización nacional, entre espejos franceses, finas tallas y maderas de primera calidad.

Dos particularidades resaltan en el Palacio San José e, invariablemente, despiertan murmullos de asombro entre los visitantes. Una, es que todos los cielorrasos de la casa tienen un diseño diferente. El otro motivo de perplejidad es su sistema de agua corriente, con cañerías embutidas, un adelanto increíble para aquella época.

Los espacios verdes de la casa no le van en zaga. El parque exótico y el jardín francés forman parte de la entrada principal. Allí, dos pajareras de hierro forjado albergaban aves exóticas de vistosos plumajes, que competían en hermosura con las plantas que también llegaban de lugares lejanos.

En el jardín posterior, varias esculturas de mármol de Carrara engalanan las dos avenidas de lajas que constituyen el eje principal del edificio. Una de estas avenidas conecta con el lago artificial, la última gran obra realizada en San José. En este espejo de agua, de 180 metros de largo por 120 de ancho, navegaba el San Cipriano, un barco a vapor construido especialmente para el solaz del propio Urquiza y de los visitantes del palacio.

La capilla representa por sí sola un capítulo aparte. Su altar, de cedro con aplicaciones de oro, alberga un San José con el Niño. Su pila bautismal de 2,70 metros de altura fue traída de Génova y es exactamente igual a otra que se conserva en el Vaticano.


Cómo llegar
Desde Rosario y su región, hay que atravesar el puente a Victoria. Desde allí se toma por la ruta 26 hasta Nogoyá, donde habrá que empalmar la ruta 39 (en algunos tramos cortos y señalizados se debe circular con cuidado porque está algo deteriorada). Por esta vía, unos 20 kilómetros antes de llegar a la ruta 14, a la izquierda encontramos el acceso pavimentado al Palacio San José.

Otra pintoresca manera de arribar al palacio es desde Villa Elisa, a bordo del tren histórico, un convoy de principios de siglo que atraviesa pequeños poblados antes de llegar a la histórica residencia, en una excursión de unas cinco horas de duración.

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